CV1 Robo de género - Yuyu (2º)
Publicado: 22 Jun 2013 17:25
ROBO DE GÉNERO
Elisardo estaba acomodándose en su butaca cuando llamaron a la puerta. Con el ceño fruncido se levantó a abrir. Sus dos gorilas permanecían impasibles, uno a cada lado de la mesa.
Su sorpresa fue mayúscula cuando al abrir la puerta descubrió a una hermosa joven acompañada por una horrible cabra con un solo cuerno. Su mirada saltaba de un personaje a otro cuando la cabra habló.
—Buenos días.
Elisardo parpadeó dos veces, después pareció comprender.
—¿Ventrílocua?
—No — respondió la cabra— , yo soy Amaltea y esta es Cibeles.
Elisardo aún sorprendido las hizo pasar a su caravana. La cabra entró primero y se detuvo en seco al ver los gorilas.
—¿Y esos bichos?
—Gorilas —respondió Elisardo sonriendo.
—¿Comen cabras?
—Pues no, que yo sepa —respondió ya, realmente divertido.
La cabra entró de mala gana y se situó a una distancia considerable de los primates. Elisardo señaló una silla mientras se dirigía a su asiento.
—Siéntese por favor.
La cabra, de un salto subió a la silla y con verdadero arte gitano, giró dos veces sobre sí misma y se sentó. Elisardo prorrumpió en carcajadas y mirando a la chica,señaló la otra silla. La muchacha se sentó.
—¿En qué puedo ayudarla?
Siguiendo en la misma línea, la cabra fue la que contestó.
—Pues verá, venimos buscando la cornucopia y creemos que está en su circo.
—¿Cornucopia?
—Sí, el cuerno de la abundancia, o como quiera llamarlo. Cibeles lo necesita para invocar al verano.
—¿Invocar al verano?
—Sí, bueno, en realidad eso es trabajo de Fortuna, pero está en una despedida de soltera en Las Vegas y creo que no se despega de la ruleta, así que este año se encarga Cibeles.
Elisardo guardó silencio unos segundos.
—Bueno,... Como entrevista de trabajo, desde luego, es la más original que he visto nunca.
—¿Entrevista de trabajo?
Elisardo entrecerró los ojos.
—¿Qué quiere de mí?
—De mano, que me mire a mí cuando me hable y no a Cibeles —dijo la cabra algo exaltada— , y después quiero que reúna a todo su personal y me lleve ante ellos.
—Están todos en la carpa central, en un ensayo general —dijo Elisardo dudoso.
La cabra saltó de la silla.
—Pues, ¿a qué esperamos?
—Ya entiendo. Quiere actuar delante de la troupe para conseguir su aceptación, a la vieja usanza.
La cabra frenó su avance hacia la puerta y se giró.
—Algo así. Sí, una actuación...
Ya en la carpa, Elisardo separó las lonas que hacían las veces de puerta y los tres personajes cruzaron. Dentro había un sinfín de actividad que poco a poco se fue deteniendo al avanzar los tres personajes hacia el centro de la pista. La cabra olisqueaba el suelo cual sabueso y al cabo de pocos segundos, su cuerno se irguió señalando claramente a un hombre, un jinete de cebra adecuadamente engalanado a juego con su montura.
—!Tú! —exclamó la cabra—. !Tú tienes mi cuerno!
Todas las personas allí reunidas se quedaron inmóviles viendo como la cabra de dirigía a la carrera hacia el pobre hombre, cuyos pies parecían clavados al suelo. Frenó su carrera a escasos centímetros de éste y después con gesto altivo, le rozó una pierna con su único cuerno.
Hubo una explosión multicolor que cegó a todos los presentes. Cuando volvieron a abrir los ojos se encontraron con que el jinete de cebra se había transformado en otro hombre. La cabra retrocedió y se giró hacia Cibeles, parecía sorprendida. La hermosa joven avanzaba ya hacia ellos. El suelo empezó a temblar y un fuerte viento agitó las lonas y las cuerdas de la carpa. La chica abrió la boca y se escuchó su voz atronadora, sólo comparable al rugido de un león.
—!Atis!¿Tú? ¿Tú me has robado la cornucopia?
El tal Atis pareció replegarse sobre sí mismo hasta conseguir ser la mitad de lo que era. Habló con una voz aflautada, apenas audible entre el clamor del viento.
—!Jo, cari! Sabes que tengo alergia al polen y que me salen manchas con el sol... Para qué queremos el verano si podemos surcar cielos neblinosos o refrescantes nubes de tormenta.
La voz de Cibeles volvió a bramar.
—¿Y los campos de cultivo?¿Y las flores?¿Y los animales?¿Y los ríos y los mares?
Atis bajó la mirada al suelo mientras parecía apagar un cigarro con su pie derecho. Cibeles levantó los dos brazos al cielo y entre remolinos de arena de la pista, apareció un gran carro tirado por dos leones. Cibeles subió, se sentó y con gran altivez giró la cabeza hacia Atis. Éste ya se dirigía cabizbajo hacia ella. Subió al pescante y cogió las riendas cuando pareció recordar algo y metiendo la mano bajo la camisa sacó un cuerno lleno de frutas, verduras y flores. Con la cabeza gacha se lo ofreció a Cibeles, que lo recogió sin mirarlo y se lo colocó en el regazo. Atis volvió la atención a las riendas y agitándolas instó a los leones a emprender la marcha. El carro se elevó, dio dos vueltas y no encontrando salida, atravesó la lona dejando un roto considerable.
La pista quedó en silencio. La cabra se dirigió a un sorprendido Elisardo, que permanecía con la mandíbula desencajada y los ojos abiertos como platos.
—Al final, se ha quedado todo en unos problemillas conyugales sin importancia alguna. Y lo de la lona, pues lo siento. Supongo que cuando se den cuenta de que se han olvidado de mí, darán la vuelta y Cibeles hará algo para repararla.
La cabra Amaltea miraba al cielo a través del agujero con gesto adusto.
—Si es que se acuerdan de mi, porque a grandes enfados, grandes reconciliaciones.
Elisardo bajó la vista hacia la cabra y se desmayó.
FIN
Elisardo estaba acomodándose en su butaca cuando llamaron a la puerta. Con el ceño fruncido se levantó a abrir. Sus dos gorilas permanecían impasibles, uno a cada lado de la mesa.
Su sorpresa fue mayúscula cuando al abrir la puerta descubrió a una hermosa joven acompañada por una horrible cabra con un solo cuerno. Su mirada saltaba de un personaje a otro cuando la cabra habló.
—Buenos días.
Elisardo parpadeó dos veces, después pareció comprender.
—¿Ventrílocua?
—No — respondió la cabra— , yo soy Amaltea y esta es Cibeles.
Elisardo aún sorprendido las hizo pasar a su caravana. La cabra entró primero y se detuvo en seco al ver los gorilas.
—¿Y esos bichos?
—Gorilas —respondió Elisardo sonriendo.
—¿Comen cabras?
—Pues no, que yo sepa —respondió ya, realmente divertido.
La cabra entró de mala gana y se situó a una distancia considerable de los primates. Elisardo señaló una silla mientras se dirigía a su asiento.
—Siéntese por favor.
La cabra, de un salto subió a la silla y con verdadero arte gitano, giró dos veces sobre sí misma y se sentó. Elisardo prorrumpió en carcajadas y mirando a la chica,señaló la otra silla. La muchacha se sentó.
—¿En qué puedo ayudarla?
Siguiendo en la misma línea, la cabra fue la que contestó.
—Pues verá, venimos buscando la cornucopia y creemos que está en su circo.
—¿Cornucopia?
—Sí, el cuerno de la abundancia, o como quiera llamarlo. Cibeles lo necesita para invocar al verano.
—¿Invocar al verano?
—Sí, bueno, en realidad eso es trabajo de Fortuna, pero está en una despedida de soltera en Las Vegas y creo que no se despega de la ruleta, así que este año se encarga Cibeles.
Elisardo guardó silencio unos segundos.
—Bueno,... Como entrevista de trabajo, desde luego, es la más original que he visto nunca.
—¿Entrevista de trabajo?
Elisardo entrecerró los ojos.
—¿Qué quiere de mí?
—De mano, que me mire a mí cuando me hable y no a Cibeles —dijo la cabra algo exaltada— , y después quiero que reúna a todo su personal y me lleve ante ellos.
—Están todos en la carpa central, en un ensayo general —dijo Elisardo dudoso.
La cabra saltó de la silla.
—Pues, ¿a qué esperamos?
—Ya entiendo. Quiere actuar delante de la troupe para conseguir su aceptación, a la vieja usanza.
La cabra frenó su avance hacia la puerta y se giró.
—Algo así. Sí, una actuación...
Ya en la carpa, Elisardo separó las lonas que hacían las veces de puerta y los tres personajes cruzaron. Dentro había un sinfín de actividad que poco a poco se fue deteniendo al avanzar los tres personajes hacia el centro de la pista. La cabra olisqueaba el suelo cual sabueso y al cabo de pocos segundos, su cuerno se irguió señalando claramente a un hombre, un jinete de cebra adecuadamente engalanado a juego con su montura.
—!Tú! —exclamó la cabra—. !Tú tienes mi cuerno!
Todas las personas allí reunidas se quedaron inmóviles viendo como la cabra de dirigía a la carrera hacia el pobre hombre, cuyos pies parecían clavados al suelo. Frenó su carrera a escasos centímetros de éste y después con gesto altivo, le rozó una pierna con su único cuerno.
Hubo una explosión multicolor que cegó a todos los presentes. Cuando volvieron a abrir los ojos se encontraron con que el jinete de cebra se había transformado en otro hombre. La cabra retrocedió y se giró hacia Cibeles, parecía sorprendida. La hermosa joven avanzaba ya hacia ellos. El suelo empezó a temblar y un fuerte viento agitó las lonas y las cuerdas de la carpa. La chica abrió la boca y se escuchó su voz atronadora, sólo comparable al rugido de un león.
—!Atis!¿Tú? ¿Tú me has robado la cornucopia?
El tal Atis pareció replegarse sobre sí mismo hasta conseguir ser la mitad de lo que era. Habló con una voz aflautada, apenas audible entre el clamor del viento.
—!Jo, cari! Sabes que tengo alergia al polen y que me salen manchas con el sol... Para qué queremos el verano si podemos surcar cielos neblinosos o refrescantes nubes de tormenta.
La voz de Cibeles volvió a bramar.
—¿Y los campos de cultivo?¿Y las flores?¿Y los animales?¿Y los ríos y los mares?
Atis bajó la mirada al suelo mientras parecía apagar un cigarro con su pie derecho. Cibeles levantó los dos brazos al cielo y entre remolinos de arena de la pista, apareció un gran carro tirado por dos leones. Cibeles subió, se sentó y con gran altivez giró la cabeza hacia Atis. Éste ya se dirigía cabizbajo hacia ella. Subió al pescante y cogió las riendas cuando pareció recordar algo y metiendo la mano bajo la camisa sacó un cuerno lleno de frutas, verduras y flores. Con la cabeza gacha se lo ofreció a Cibeles, que lo recogió sin mirarlo y se lo colocó en el regazo. Atis volvió la atención a las riendas y agitándolas instó a los leones a emprender la marcha. El carro se elevó, dio dos vueltas y no encontrando salida, atravesó la lona dejando un roto considerable.
La pista quedó en silencio. La cabra se dirigió a un sorprendido Elisardo, que permanecía con la mandíbula desencajada y los ojos abiertos como platos.
—Al final, se ha quedado todo en unos problemillas conyugales sin importancia alguna. Y lo de la lona, pues lo siento. Supongo que cuando se den cuenta de que se han olvidado de mí, darán la vuelta y Cibeles hará algo para repararla.
La cabra Amaltea miraba al cielo a través del agujero con gesto adusto.
—Si es que se acuerdan de mi, porque a grandes enfados, grandes reconciliaciones.
Elisardo bajó la vista hacia la cabra y se desmayó.
FIN