LA PROMESA 1º puesto Concurso Relatos

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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takeo
GANADOR del III Concurso de relatos
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LA PROMESA 1º puesto Concurso Relatos

Mensaje por takeo »

LA PROMESA (1º Concurso de Misterio del Foro)


Cerró la puerta trasera de la furgoneta y se dirigió a su asiento de conductor. Al lado ya le esperaba ella, echando el último vistazo mientras giraba la cabeza: estaba todo preparado para el viaje. Escuchó el golpe de la puerta al cerrarse y se volvió para enfrentarse a sus ojos. Era lo único que deseaba ver en esos momentos. Extendió la mano a la vez que él lo hacia.
- Buena suerte, Tomás Sierra.
- Buena suerte, Helena Dorado.
Durante unos segundos permanecieron con las manos cogidas, casi temblando pero sonriendo, sintiendo que sus corazones bombeaban a un ritmo más acelerado de lo normal.
Tomás puso el coche en marcha, Helena se acomodó en su asiento y se cruzaron el cinturón de seguridad. Al fin comenzaba el viaje que tanto deseaban y un poso de orgullo recorrió sus cerebros, siendo consciente cada uno de lo que estaba sintiendo el otro, tal era su compenetración, el conocimiento exhaustivo de sus deseos.
Las autovías por las que iban a circular les suscitaban encontradas sensaciones: la velocidad y la comodidad en la conducción del vehículo se enfrentaban a ese deseo que a veces deseaban amortiguar: dilatar el tiempo.
Cruzaron la frontera por los Pirineos sabiendo que cada cruce de frontera era un peldaño más hacia su destino. Esas autovías hacia París se habían convertido en una de sus prioridades, como si recorrerlas les permitiera escenificar un libro que habían compartido, como todo lo que hacían, hasta convertirlo en una etapa ineludible de su viaje.
Se habían conocido en una biblioteca. Cuando sus ojos se cruzaron, lo supieron. Al salir empezaron a hablar de libros, después pasaron a la música y al fin decidieron que esas dos eran sus pasiones compartidas, por lo menos hasta que descubrieron el sexo. Tomás le contó que, unos años atrás había abandonado a su familia: sus padres quedaron en un pueblo de Extremadura, su hermana se había casado con un viajante que residía en Jaén. Ya no tenía lazos familiares y se refugiaba en sus pasiones: libros, música y sexo pagado cuando su cuerpo le pedía clemencia. Descubrió que no se ruborizaba cuando le contaba sus intimidades más privadas y que Helena parecía recibir con toda naturalidad cualquier cosa que él quisiera transmitirle.
Sentados en una terraza, a Helena no solo le gustaba escucharle sino que sus palabras la conducían por el camino que más le gustaba: compartir una experiencia y vivirla hasta el fin. Sabía lo difícil que eso resultaba, la incapacidad de la gente para implicarse a fondo. Pero su intuición esa vez no le podía fallar. Con Tomás se sentía ligera, ágil y no podía evitar sentirse atraída por él, contarle que desde muy joven se había convertido en una mujer independiente, invadida por una ansiedad que la envolvía en busca de un sueño.
- ¿Cuál? – le había preguntado Tomás.
- No lo sé. Pero si algún día aparece, estoy convencida de que será para compartirlo contigo.
Primero fueron los libros, que leían al mismo tiempo pues su acuerdo estaba claro: comprar dos ejemplares para leerlos a la vez y comentarlos y desmenuzarlos; después fue la música, que les embriagaba elevándoles a un nirvana exclusivo sin invitados molestos. En esos primeros días, aunque también habían hablado de sexo, no lo habían practicado, como si fuera una actividad que pudiera esperar, demasiado importante para atreverse a tocarse mutuamente, considerando que aún no estaban preparados para el primer roce, la primera caricia, el primer beso que sería el único pues ese beso sellaría entre ellos algo muy especial, que intuían pero cuyas formas aún no vislumbraban con claridad.
Helena cogió del salpicadero el libro y se lo enseñó a Tomás que asintió.
- Primera etapa, el mago de las palabras, el jugador de términos a quien vamos a dedicar nuestra primera noche.
Helena leyó el título llena de melancolía:
- “Los autonautas de la cosmopista” fue un descubrimiento ¿verdad, Tomás? Nada que ver con todo lo anterior que habíamos leído de Cortazar.
- Pero ahora vamos a reeditar su aventura. Bueno, una parte, una noche, un área de descanso para nosotros.
Cuando era noche cerrada entraron en el primer paraje de descanso que encontraron mientras los coches que circulaban por la autovía continuaban su viaje a toda velocidad. Descendieron del vehículo, pasearon por los alrededores en una noche fresca y cogieron un par de bocadillos, un par de cervezas de la nevera portátil y se sentaron mirando la negritud, escuchando el balanceo de las ramas de los árboles meciéndose a su alrededor, apenas visibles. No necesitaban hablar, solo consumar el rito previsto. Penetraron en la parte trasera de la furgoneta y, una vez desnudos, se amaron como siempre lo habían hecho: con la pasión que había terminado por unirles hasta el infinito.
Cuando al atardecer llegaron a París, aparcaron en La Place de la Bastille y se dirigieron, primero por el Boulevard Beaumarchais y después por la Rue du Pas de la Mule hasta La Place des Vosgues. Se sintieron encerrados en una cárcel de cristal para ellos solos. Nadie podía enturbiar con su presencia sus planes. Recorrieron los soportales mirando los escaparates de las tiendas de viejo, las terrazas con sombras de los bares, que emitían sonidos ineludibles. En el centro, el parque, los árboles, las fuentes, les esperaban para el rito de esa noche. Se detuvieron junto a una ventana con una sonrisa que les brotaba por los ojos: las cortinas de la casa estaban bordadas en libros abiertos, cerrados, apoyados unos en otros.
Y la noche acabó por convertir el lugar en su escenario para el amor. Tomás ocupó un banco desde donde podía escuchar el gorgoteo del agua de la fuente. Helena se acercó a él y se sentó sobre sus piernas. Él ya sabía que Helena nunca se ponía ropa interior cuando llevaba falda o vestido. Ella le abrió la cremallera del pantalón, se besaron en donde sabían qué significaba cada beso: los labios, las mejillas y el cuello. Después se vaciaron el uno en el otro. Por la mañana, antes de continuar su viaje prometido, compraron una postal que representaba “El Beso” de Rodin. Helena la sostenía con la mano mientras observaba a Tomás.
- ¿Cumplirás la promesa, Tomás?
- Si tú dudas de mí, no seré capaz de hacerlo.
Cruzaron Francia en dirección a Bélgica y atravesaron la nueva frontera con destino a Ámsterdam. Calculaban que la mitad del camino ya estaba hecho y que un vínculo invisible les unía conduciéndoles en la dirección elegida. Cuando llegaron al Barrio Rojo supieron que lo que habían leído y las fotos que habían visto quedarían inmediatamente en el olvido. Aquél lugar ya se quedaría grabado a fuego pues estaba escrito en algún lugar de sus mentes. Se dirigieron directamente a la Bergstraat con sus escaparates de mujeres, los canales tan cerca, los hombres recorriendo las calles sin percibir que ellos observaban todo: a las mujeres que se ofrecían, a los hombres y mujeres que buscaban y curioseaban, un micromundo que fueron descubriendo hasta llegar a Molensteeg.
Dejaron que el atardecer se envolviera de oscuridad bajo las farolas y las luces rojas de neón. Entonces sintieron miedo: a las personas que pasaban a su lado, a no ser valientes, a no conseguir cumplir la promesa que se habían hecho una noche de amor inolvidable:
- ¡Lo haremos!
- ¡Lo haremos!
- ¡Lo haremos!
Y así, repitiendo las palabras mágicas habían permanecido durante minutos interminables, abrazados, llorando porque sabían que habían llegado al límite del amor que se podían entregar. Que nunca, jamás, nadie, podría ofrecerles nada que se pudiera comparar a lo que ellos estaban dispuestos a entregarse.
- He tenido suerte de llegarte a conocer – le había dicho canturreando, acercando sus labios a su oído. Tomás tenía la habilidad de tergiversar las frases, volverlas a pasiva transformándolas no solo en piropos, sino elevándolas a la categoría de halagos que a Helena siempre le hacían sonreír.
Por las calles del Barrio Rojo buscaron el lugar idóneo que encontraron tras una esquina, con una oscuridad que les protegía, aunque con la tranquilidad de saber que todas las miradas se dirigían a unas ventanas muy concretas. Tomás y Helena compartieron sus cuerpos. Una lágrima brotó incontestable y perdida por el rostro de la mujer pero no se aventuró a preguntarse por quién se había atrevido a salir de su lagrimal.
Cruzaron Alemania pasando por Bremen en donde comieron y bebieron de nuevo. Era como si la ansiedad del viaje les hubiera quitado el apetito. Pensaron que, probablemente, lo único que no necesitaban eran alimentos, solo la certeza de estar juntos, saber que iban en un viaje común hacia un destino establecido de antemano.
En Copenhague estaba la penúltima estación de su recorrido. Tenían tiempo para disfrutar de la ciudad porque así lo habían establecido. La estatua de Andersen, como homenaje a sus cuentos de la infancia; los magníficos edificios, algunos con colores imposibles; Christianshavn con su canal y sus barcos que les devolvió al recuerdo del Barrio Rojo. Las bicicletas, las velas encendidas en el suelo. Ignorar la Sirenita porque esa noche la dedicarían al Tivoli. Disfrutar del vértigo de la velocidad, reírse de sus miedos, la montaña rusa, la noria… sentir el vértigo de la caída libre cogidos fuertemente por las manos como si nada pudiera separarles nunca… nunca…
Esa noche se acostaron en la furgoneta sin que sus cuerpos se rozasen, observándose frente a frente, transmitiéndose por los ojos todo el cariño que se profesaban y la fuerza que iban a necesitar. Apenas pudieron dormir pero cuando uno de ellos cerraba los párpados, el otro acariciaba su mejilla.
Se levantaron temprano y Helena cogió el volante. Aunque se habían turnado a conducir durante todo el viaje, sabía que Tomás necesitaba descansar, que no transmitiera al volante la tensión de esos momentos a través de sus brazos fuertes.
Cruzaron el puente que, atravesando el mar Báltico, les llevaría a Suecia. Malmoe primero, con una pequeña parada para tomar un café disfrutando del grupo escultórico en movimiento The Optimist Orchestra, compartiendo su entusiasmo por la música. Al fin se dirigieron a la autovía dirección Gotemburgo, unos kilómetros hasta Halmstad en donde se desviaron hacia la costa, recortada, atractiva, un paisaje que querían atrapar en sus retinas porque no serían capaces de describirlo. Ya solo les quedaba el silencio.
Tomás cogió una bolsa de la furgoneta y la dejó caer al suelo. Helena extrajo una toalla, un folio enrollado y sujeto por una goma elástica, unas tijeras y ‘El Beso’ de Rodin.
Se miraron mientras la respiración se hacía evidente por sus fosas nasales, en sus pechos, en sus miradas inquietas y nerviosas. Con un gesto supieron que ya era el momento de empezar. Se desnudaron para sentarse sobre la toalla, desenrollaron el folio y lo sujetaron con unas piedras, extendido en el suelo. Con letras grandes y colores alternos habían escrito: H A L M S T A D.
Recortaron las letras y las recolocaron sobre la toalla: H y D en la primera fila. T y S en la segunda. Las otras cuatro en la tercera: A L M A.
Cada uno señaló las letras que transformaron en el nombre del otro.
- Helena Dorado - dijo Tomás.
- Tomás Sierra – contestó Helena, acariciando los bordes de las iniciales recortadas -. Aquí se queda nuestra ALMA.
Se rodearon con los brazos y besaron sus labios con toda su ternura intentando componer la imagen de Rodin. Sentían cómo se elevaba el deseo de amarse sin fin. Tomás se puso en pie y extendió una mano hacia Helena para que se levantara. El mar bramaba bajo sus pies. La cogió en brazos cerrando ella sus piernas sobre la cintura de él y comenzaron un baile que terminó en una explosión intensa de placer. Helena dejó descansar su cabeza sobre el hombro de Tomás esperando que su respiración recuperara su ritmo. Luego descendió al suelo quedándose de pie frente a él. Con los labios sonreían, con los ojos confirmaban que estaban unidos para siempre. Tomás le rogó que lo hiciera ya y Helena apoyó sus manos sobre su pecho. Apenas tuvo que darle un pequeño empujón.
Ya sin Tomás a su lado, Helena observaba cómo el azul del mar se perdía en el horizonte. El cielo intentaba confundir sus colores pero sus ojos eran incapaces de descifrar el paisaje más hermoso que la naturaleza le estaba ofreciendo sólo para ella.
Se vistió, recogió la ropa de Tomás y la guardó en la bolsa. Luego cogió las letras y las introdujo entre las páginas del libro de Cortazar, aquél maravilloso loco cosmonauta de la autopista. Colocó ‘El Beso’ en el salpicadero de la furgoneta y arrancó el motor, que rugió irreverentemente arrancando de cuajo el silencio que Tomás se merecía.
Ahora solo le quedaba cumplir su parte de la promesa. Nunca, jamás, nadie, habría podido darles lo que ellos se habían entregado. La autovía le esperaba en su camino de regreso hacia Ámsterdam, hasta el Barrio Rojo, en donde tendría que conseguir una ventana para ella y para Tomás. Todos serían Tomás en sus entrañas.



09-09-06
Última edición por takeo el 07 Nov 2006 19:24, editado 1 vez en total.
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lucia
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Mensaje por lucia »

Te copio lo que anoté al leerlo:
Intriga intimista, bien planteada, con un ritmo propio, absorbente. El final me ha dejado impactada. Se había atisbado algo anteriormente, pero luego se borró, al seguir la historia su curso.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Me gustó mucho, Takeo. Al margen de la historia en sí, destacaría la forma en que la has contado, la expresividad de la prosa. Me encantó desde el primer momento.
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Driada
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Mensaje por Driada »

Por fin leo el relato...Bien merecido está el premio que te han dado me gustó mucho la pasión del cuento y la sutileza de tus palabras...el final bueno también...me ha encantado...leere más de ti.
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julia
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Mensaje por julia »

Takeo se lo merece, driada, es una de las joyas del foro.
takeo
GANADOR del III Concurso de relatos
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Mensaje por takeo »

Gracias, Driada y Julia, me quedo sin palabras por las vuestras no merecidas
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Driada
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Mensaje por Driada »

takeo escribió:Gracias, Driada y Julia, me quedo sin palabras por las vuestras no merecidas



La humildad del artista en pleno... :wink:
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madison
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Mensaje por madison »

Aabo de leerlo Take, y continuamente pensaba cómo terminaria la historia, me ha impactado, para nada me ha dejado indiferente.
te felicito, en serio :wink:
Última edición por madison el 19 Mar 2007 18:20, editado 1 vez en total.
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Redspark
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Mensaje por Redspark »

Entrañable y Abismal. De principio a fin. :eusa_clap:
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Driada
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Mensaje por Driada »

Me sumo a tus plausos ... :victoria: :eusa_clap:
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marilin

Mensaje por marilin »

Y más aplausos

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takeo
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Mensaje por takeo »

No, si yo seré humilde pero vosotros me vais a quitar ese mal vicio.

Madi, no me gusta nada dejarte indiferente :oops:
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madison
La dama misteriosa
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Mensaje por madison »

Ya está ¡como la Madi es tonta, se come las letras!

o sea...PARA NADA ME HA DEJADO INDIFERENTE!!!!!!!!!!!!!

y AHORA LO EDITO
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Sergei_1701
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Mensaje por Sergei_1701 »

Me ha gustado Takeo. Seguramente por lo dramático. No deja de sorprenderme la gente que ve más allá de lo cotidiano, como tus protas, com tú.

Y la levedad con la que narras el sacrificio. La esencia de la vida no la encontramos todos en los mismos sitios ni experiencias. Como en la película de amantes, el sentimiento se apodera de la propia existencia hasta extasiarla.

Precioso el precio que pagan ambos: él con su muerte, ella viviendo de recuerdos traídos por mil extraños y viéndose incapaz de acariciar a en el sexo a quien un día amó.

Enhorabuena de nuevo.
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lucia
Cruela de vil
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Re: LA PROMESA 1º puesto Concurso Relatos

Mensaje por lucia »

Movido.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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