CN2 - Los guantes de Papá Noel - Shigella
Publicado: 01 Ene 2014 13:08
LOS GUANTES DE PAPÁ NOEL
“La razón principal por la que Santa es tan alegre es porque sabe dónde viven las chicas malas“
George Carlin
*****
Voy a salir un momento a fumar — anunció Raquel a Nuria, la encargada de su sección.
Bueno, pero rapidito, que estamos en hora punta — respondió ésta con cara de desaprobación.
Raquel sabía que le caía mal a la encargada, y sabía que era por culpa de Marta. Marta era la otra chica que como ella, había entrado a trabajar para la campaña navideña de la sección de perfumes de El Corte Inglés. Pagaban una miseria por estar siete horas de pie ofreciendo oler el nuevo perfume de Armani a los clientes, pero al menos era mejor que el paro.
Marta, su archienemiga, se encargaba de hacer lo propio con un perfume de Chanel en el mostrador contiguo al suyo. A pesar de haber empezado sólo una semana antes que Raquel, tenía complejo de jefa, o como Raquel decía, complejo de Musca testicularis. Le recriminaba si llegaba un par de minutos tarde, si salía mucho a fumar, si no estaba suficientemente sonriente con los clientes… y para colmo, conseguía más ventas que ella.
Cuando llegó a la calle saludó a Nico, el señor mayor que trabajaba en la puerta disfrazado de Papá Noel. El pobre no faltaba ni un día a su trabajo, que consistía en estar de pie pasando frío, lo que para alguien de su edad debía de ser duro. Aunque al menos no tenía que aguantar a jefes ni a compañeros plastas, como le pasaba a ella.
¿Qué tal hoy? — preguntó mientras se encendía un cigarrillo.
Pues como siempre. Al menos hoy no llueve. ¿Y tú? ¿Qué tal con tu compañera?
Mal. Hoy me ha regañado delante de mi jefa por decir “joder”. ¡Pero es que una señora me ha clavado el tacón en el pie y ni siquiera se ha dado la vuelta para disculparse! ¡Y a ella que le importará, si está en otra marca! Sólo intenta quedar bien delante de los jefes para que la hagan fija. Como si fueran a hacer fija a alguien de una campaña de Navidad… será tonta…
Hay gente muy amargada que se divierte amargándole la vida a los demás. Tú ni caso.
Buenos días — saludó a una pareja que se disponía a entrar al edificio —. Madre mía, ¿has visto cómo me han mirado? — Preguntó a Nico — Últimamente parece que los fumadores somos unos criminales. Pues yo le debo mucho al tabaco. Si no fuera por él ahora estaría volviéndome loca ahí dentro aguantando a la pija de Chanel.
Venga, no te alargues mucho que te llamarán la atención.
Sí, ya me subo. Hasta luego.
Adiós.
Una vez en su puesto, se colocó su mejor sonrisa de trabajo y continuó con su letanía.
¡Buenos días! ¿Querría probar la nueva Acqua di…?
¡Hola! ¿Quiere probar…?
¿Nueva Acqua di Gio…?
¿Nueva…?
A Raquel le dolían ya los músculos de la cara de tanto sonreír, pero lo único que podía hacer era aguantar estoicamente hasta las seis e irse a su casa.
Cuando salió se despidió de Nico, que allí seguía, saludando a los transeúntes y haciendo sonar una campanilla. Raquel se preguntaba muchas veces si aquello servía de algo. ¿Atraería a más clientes a los grandes almacenes? ¿Sería sólo una estrategia de marca? ¿Y qué sentido tenía en este Corte Inglés de barrio? Había visto en otros más céntricos varios Papás Noel en el mismo edificio, pero ella trabajaba en uno pequeño al que sólo iban los vecinos del barrio. De repente se le ocurrió otra posibilidad más siniestra: ¿y si sólo era un loco que se había disfrazado y plantado ahí porque le había dado la gana?
“Mañana preguntaré en el trabajo.” “O no.” — decidió finalmente — Pensándolo bien, Nico es el único con el que puedo hablar tranquilamente, los demás son todos unos estúpidos. Prefiero no saberlo.
En casa las cosas no iban mucho mejor. Julián, su pareja, llevaba meses frío y tenso. Él decía que por el trabajo. Ella pensaba que había otra.
“Seguro que Marta tiene un novio guapo, rico y romántico que le regala viajes sorpresa a París y le prepara cenas a la luz de las velas.” A Raquel no le cabía ninguna duda. Había dos tipos de personas, los que nacen con estrella y los que nacen estrellados, y ella veía muy claro a qué tipo pertenecía cada una. “No se puede luchar contra el refranero español”.
Aquella noche, Raquel soñó que volvía a su casa y se encontraba con Julián y Marta en actitud más que cariñosa. Ella ponía el grito en el cielo hasta que Marta la cortaba a mitad de una frase para regañarla por fumar. El despertador. Otro maravilloso día más. Arriba.
¿Nueva Acqua di Gio? —Después de una semana de trabajo había aprendido a reducir las frases a la mínima expresión para no quedarse con la palabra en la boca.
¡Buenos días! ¡Vaya cara que traes hoy! Los clientes no tienen la culpa si has dormido mal.
Hola, Marta, buenos días — respondió con su mejor sonrisa de trabajo.
Raquel, ¿puedo hablar contigo un momento? — dijo una voz a su espalda.
La encargada acababa de llegar a trabajar y tenía cara de pocos amigos.
Una vez a solas le explicó que había recibido quejas por el trato a los clientes.
Tengo entendido que no siempre les hablas con una sonrisa. La mayoría de las veces te expresas de manera brusca y poco elegante y además te han oído decir tacos en tu puesto de trabajo.
Yo…
No sé si te das cuenta de lo privilegiada que eres al estar aquí. Hay más de seis millones de personas en el paro y tú estás trabajando en una boutique de El Corte Inglés. Deberías poner algo de tu parte, porque si no quieres estar aquí, hay muchas personas que matarían por tu puesto. Quizá estarías más a gusto en un Bershka.
Yo… mire, al principio intentaba hablar de manera cortés, pero nadie se para a escucharme, no me da tiempo a ofrecerles el perfume porque me dejan con la palabra en la boca. Y lo de decir tacos sólo fue una vez y porque una señora me pisó.
Estás de cara al público. Tienes que aguantar eso y mucho más con una sonrisa. Si no sabes hacerlo, ya sabes dónde está la puerta.
¿Quién ha sido? — el tono de Raquel cambió radicalmente, volviéndose casi amenazador.
¿Cómo? — preguntó perpleja la encargada.
¿Ha sido un cliente el que se ha quejado de mí? ¿Hay hoja de reclamaciones? ¿O ha sido Marta, de Chanel?
Eso no importa, y no hables con esa falta de respeto a tu superiora. Vuelve ahora mismo a tu puesto.
Raquel volvió a su lugar en el pasillo sin decir una palabra más.
Ese día no salió a fumar el cigarrillo de media mañana porque no quería darles más motivos a Marta o a la encargada para regañarla — tenía la impresión de que estaban esperando a la mínima para poder echarla —. Así, se esperó hasta después de comer para salir a fumar. Allí, como siempre, estaba Nico.
Hola. ¿Has ido ya a comer? — le preguntó ella.
Sí, en el bar de enfrente. Hoy tenían una paella bastante decente. ¿Qué tal tú? Tienes mala cara y no has hecho descanso a media mañana.
Mi compañera ha puesto a mi jefa en mi contra. Esta mañana me ha recriminado cómo trato a los clientes, cuando yo no he recibido quejas de ninguno. Encima la muy estúpida me ha dicho que tengo suerte de estar trabajando aquí. ¡Que tengo suerte, la muy sinvergüenza! Soy ingeniera de caminos y tengo que soportar los malos modos de la gente durante siete horas de pie por seiscientos euros mientras les intento echar colonia en las narices. ¡Menuda suerte!
Bueno, no te preocupes. A cada cerdo le llega su San Martín.
No sé yo…
Sí, mujer. El refranero español es muy sabio.
Sí, tienes razón — contestó ella con una media sonrisa —. Bueno, me voy a ir subiendo. Que te sea leve.
Hasta luego, guapa.
Aquella tarde la pasó Raquel concentrada en sonreír y aguantar el dolor de pies y las ganas de fumar. Había decidido no volver a salir hasta que acabase la jornada, pero a las cuatro ya no podía más y salió. Saludó a Nico mientras se encendía un cigarrillo, dio una calada lenta y profunda y exhaló con un placer indescriptible. No se sentía tan bien desde hacía mucho tiempo. Se sentía en paz.
Ahora tienes mejor cara — dijo él sonriendo —. No es para menos. Tu compañera ya no te volverá a molestar.
¿Cómo que no me volverá a molestar, si es más pesada que el hilo musical de villancicos? Y ponen El Tamborilero de Raphael unas treinta veces al día…
Lo dicho, tú fíate de mí. A cada cerdo le llega su San Martín — dijo, guiñándole un ojo.
Raquel pensó que al pobre hombre se le estaba congelando el cerebro y volvió a su cigarrillo.
En ese momento dos guardias de seguridad salieron por la puerta acompañados de su jefa.
¡Es ella! — gritó con expresión de horror.
Raquel no entendía nada y se quedó quieta mirando sin parpadear a los guardias mientras iban hacia ella y le sujetaban los brazos.
Ya sabía yo que era peligrosa. La ven a diario hablando sola en la puerta, espanta a los clientes. Retenedla hasta que llegue la policía. Estarán aquí en seguida.
¿Qué está pasando? ¿Cómo que hablando sola? ¿Ya le ha vuelto a contar mentiras Marta? — cada vez estaba más alterada y se agitaba intentando zafarse de los guardias —. ¡Soltadme! ¡Soltadme! — gritaba cada vez más fuerte.
Todos los viandantes que pasaban por allí, además de clientes y dependientes que salieron a contemplar el espectáculo formaban un corro de espectadores alrededor de Raquel, Nuria y los guardias. La escena era dantesca. Una chica que no paraba de gritar y sacudirse violentamente tenía las manos totalmente manchadas de rojo hasta la muñeca, como si llevara puestos unos guantes de Papá Noel, que hacían juego con varias salpicaduras por la ropa y la cara de la muchacha. Unos minutos después comenzaron a oírse las sirenas de policía.
*****
Es aquí — indicó el jefe de planta.
Los policías que se encargaban de inspeccionar la escena del crimen se asomaron a los aseos de empleadas.
Lo primero que vieron fue sangre por todas partes. Suelo, paredes e incluso alguna salpicadura en el techo. En medio del charco de sangre descansaba el cadáver de una mujer rubia que hubiese sido bastante guapa de no haber estado degollada. En el lavabo había restos de cristales rotos que despedían un fuerte olor a perfume de mujer.
¡Joder! ¡Menuda carnicería!— exclamó uno de los policías.
Otra víctima del síndrome navideño. Por estas fechas mucha gente no puede soportar la presión de las fiestas y acaba cometiendo crímenes violentos. Ya te irás acostumbrando — respondió el compañero, más experimentado —. En fin… al lío.
Marta murió como trabajó. Con una gran sonrisa de oreja a oreja.
“La razón principal por la que Santa es tan alegre es porque sabe dónde viven las chicas malas“
George Carlin
*****
Voy a salir un momento a fumar — anunció Raquel a Nuria, la encargada de su sección.
Bueno, pero rapidito, que estamos en hora punta — respondió ésta con cara de desaprobación.
Raquel sabía que le caía mal a la encargada, y sabía que era por culpa de Marta. Marta era la otra chica que como ella, había entrado a trabajar para la campaña navideña de la sección de perfumes de El Corte Inglés. Pagaban una miseria por estar siete horas de pie ofreciendo oler el nuevo perfume de Armani a los clientes, pero al menos era mejor que el paro.
Marta, su archienemiga, se encargaba de hacer lo propio con un perfume de Chanel en el mostrador contiguo al suyo. A pesar de haber empezado sólo una semana antes que Raquel, tenía complejo de jefa, o como Raquel decía, complejo de Musca testicularis. Le recriminaba si llegaba un par de minutos tarde, si salía mucho a fumar, si no estaba suficientemente sonriente con los clientes… y para colmo, conseguía más ventas que ella.
Cuando llegó a la calle saludó a Nico, el señor mayor que trabajaba en la puerta disfrazado de Papá Noel. El pobre no faltaba ni un día a su trabajo, que consistía en estar de pie pasando frío, lo que para alguien de su edad debía de ser duro. Aunque al menos no tenía que aguantar a jefes ni a compañeros plastas, como le pasaba a ella.
¿Qué tal hoy? — preguntó mientras se encendía un cigarrillo.
Pues como siempre. Al menos hoy no llueve. ¿Y tú? ¿Qué tal con tu compañera?
Mal. Hoy me ha regañado delante de mi jefa por decir “joder”. ¡Pero es que una señora me ha clavado el tacón en el pie y ni siquiera se ha dado la vuelta para disculparse! ¡Y a ella que le importará, si está en otra marca! Sólo intenta quedar bien delante de los jefes para que la hagan fija. Como si fueran a hacer fija a alguien de una campaña de Navidad… será tonta…
Hay gente muy amargada que se divierte amargándole la vida a los demás. Tú ni caso.
Buenos días — saludó a una pareja que se disponía a entrar al edificio —. Madre mía, ¿has visto cómo me han mirado? — Preguntó a Nico — Últimamente parece que los fumadores somos unos criminales. Pues yo le debo mucho al tabaco. Si no fuera por él ahora estaría volviéndome loca ahí dentro aguantando a la pija de Chanel.
Venga, no te alargues mucho que te llamarán la atención.
Sí, ya me subo. Hasta luego.
Adiós.
Una vez en su puesto, se colocó su mejor sonrisa de trabajo y continuó con su letanía.
¡Buenos días! ¿Querría probar la nueva Acqua di…?
¡Hola! ¿Quiere probar…?
¿Nueva Acqua di Gio…?
¿Nueva…?
A Raquel le dolían ya los músculos de la cara de tanto sonreír, pero lo único que podía hacer era aguantar estoicamente hasta las seis e irse a su casa.
Cuando salió se despidió de Nico, que allí seguía, saludando a los transeúntes y haciendo sonar una campanilla. Raquel se preguntaba muchas veces si aquello servía de algo. ¿Atraería a más clientes a los grandes almacenes? ¿Sería sólo una estrategia de marca? ¿Y qué sentido tenía en este Corte Inglés de barrio? Había visto en otros más céntricos varios Papás Noel en el mismo edificio, pero ella trabajaba en uno pequeño al que sólo iban los vecinos del barrio. De repente se le ocurrió otra posibilidad más siniestra: ¿y si sólo era un loco que se había disfrazado y plantado ahí porque le había dado la gana?
“Mañana preguntaré en el trabajo.” “O no.” — decidió finalmente — Pensándolo bien, Nico es el único con el que puedo hablar tranquilamente, los demás son todos unos estúpidos. Prefiero no saberlo.
En casa las cosas no iban mucho mejor. Julián, su pareja, llevaba meses frío y tenso. Él decía que por el trabajo. Ella pensaba que había otra.
“Seguro que Marta tiene un novio guapo, rico y romántico que le regala viajes sorpresa a París y le prepara cenas a la luz de las velas.” A Raquel no le cabía ninguna duda. Había dos tipos de personas, los que nacen con estrella y los que nacen estrellados, y ella veía muy claro a qué tipo pertenecía cada una. “No se puede luchar contra el refranero español”.
Aquella noche, Raquel soñó que volvía a su casa y se encontraba con Julián y Marta en actitud más que cariñosa. Ella ponía el grito en el cielo hasta que Marta la cortaba a mitad de una frase para regañarla por fumar. El despertador. Otro maravilloso día más. Arriba.
¿Nueva Acqua di Gio? —Después de una semana de trabajo había aprendido a reducir las frases a la mínima expresión para no quedarse con la palabra en la boca.
¡Buenos días! ¡Vaya cara que traes hoy! Los clientes no tienen la culpa si has dormido mal.
Hola, Marta, buenos días — respondió con su mejor sonrisa de trabajo.
Raquel, ¿puedo hablar contigo un momento? — dijo una voz a su espalda.
La encargada acababa de llegar a trabajar y tenía cara de pocos amigos.
Una vez a solas le explicó que había recibido quejas por el trato a los clientes.
Tengo entendido que no siempre les hablas con una sonrisa. La mayoría de las veces te expresas de manera brusca y poco elegante y además te han oído decir tacos en tu puesto de trabajo.
Yo…
No sé si te das cuenta de lo privilegiada que eres al estar aquí. Hay más de seis millones de personas en el paro y tú estás trabajando en una boutique de El Corte Inglés. Deberías poner algo de tu parte, porque si no quieres estar aquí, hay muchas personas que matarían por tu puesto. Quizá estarías más a gusto en un Bershka.
Yo… mire, al principio intentaba hablar de manera cortés, pero nadie se para a escucharme, no me da tiempo a ofrecerles el perfume porque me dejan con la palabra en la boca. Y lo de decir tacos sólo fue una vez y porque una señora me pisó.
Estás de cara al público. Tienes que aguantar eso y mucho más con una sonrisa. Si no sabes hacerlo, ya sabes dónde está la puerta.
¿Quién ha sido? — el tono de Raquel cambió radicalmente, volviéndose casi amenazador.
¿Cómo? — preguntó perpleja la encargada.
¿Ha sido un cliente el que se ha quejado de mí? ¿Hay hoja de reclamaciones? ¿O ha sido Marta, de Chanel?
Eso no importa, y no hables con esa falta de respeto a tu superiora. Vuelve ahora mismo a tu puesto.
Raquel volvió a su lugar en el pasillo sin decir una palabra más.
Ese día no salió a fumar el cigarrillo de media mañana porque no quería darles más motivos a Marta o a la encargada para regañarla — tenía la impresión de que estaban esperando a la mínima para poder echarla —. Así, se esperó hasta después de comer para salir a fumar. Allí, como siempre, estaba Nico.
Hola. ¿Has ido ya a comer? — le preguntó ella.
Sí, en el bar de enfrente. Hoy tenían una paella bastante decente. ¿Qué tal tú? Tienes mala cara y no has hecho descanso a media mañana.
Mi compañera ha puesto a mi jefa en mi contra. Esta mañana me ha recriminado cómo trato a los clientes, cuando yo no he recibido quejas de ninguno. Encima la muy estúpida me ha dicho que tengo suerte de estar trabajando aquí. ¡Que tengo suerte, la muy sinvergüenza! Soy ingeniera de caminos y tengo que soportar los malos modos de la gente durante siete horas de pie por seiscientos euros mientras les intento echar colonia en las narices. ¡Menuda suerte!
Bueno, no te preocupes. A cada cerdo le llega su San Martín.
No sé yo…
Sí, mujer. El refranero español es muy sabio.
Sí, tienes razón — contestó ella con una media sonrisa —. Bueno, me voy a ir subiendo. Que te sea leve.
Hasta luego, guapa.
Aquella tarde la pasó Raquel concentrada en sonreír y aguantar el dolor de pies y las ganas de fumar. Había decidido no volver a salir hasta que acabase la jornada, pero a las cuatro ya no podía más y salió. Saludó a Nico mientras se encendía un cigarrillo, dio una calada lenta y profunda y exhaló con un placer indescriptible. No se sentía tan bien desde hacía mucho tiempo. Se sentía en paz.
Ahora tienes mejor cara — dijo él sonriendo —. No es para menos. Tu compañera ya no te volverá a molestar.
¿Cómo que no me volverá a molestar, si es más pesada que el hilo musical de villancicos? Y ponen El Tamborilero de Raphael unas treinta veces al día…
Lo dicho, tú fíate de mí. A cada cerdo le llega su San Martín — dijo, guiñándole un ojo.
Raquel pensó que al pobre hombre se le estaba congelando el cerebro y volvió a su cigarrillo.
En ese momento dos guardias de seguridad salieron por la puerta acompañados de su jefa.
¡Es ella! — gritó con expresión de horror.
Raquel no entendía nada y se quedó quieta mirando sin parpadear a los guardias mientras iban hacia ella y le sujetaban los brazos.
Ya sabía yo que era peligrosa. La ven a diario hablando sola en la puerta, espanta a los clientes. Retenedla hasta que llegue la policía. Estarán aquí en seguida.
¿Qué está pasando? ¿Cómo que hablando sola? ¿Ya le ha vuelto a contar mentiras Marta? — cada vez estaba más alterada y se agitaba intentando zafarse de los guardias —. ¡Soltadme! ¡Soltadme! — gritaba cada vez más fuerte.
Todos los viandantes que pasaban por allí, además de clientes y dependientes que salieron a contemplar el espectáculo formaban un corro de espectadores alrededor de Raquel, Nuria y los guardias. La escena era dantesca. Una chica que no paraba de gritar y sacudirse violentamente tenía las manos totalmente manchadas de rojo hasta la muñeca, como si llevara puestos unos guantes de Papá Noel, que hacían juego con varias salpicaduras por la ropa y la cara de la muchacha. Unos minutos después comenzaron a oírse las sirenas de policía.
*****
Es aquí — indicó el jefe de planta.
Los policías que se encargaban de inspeccionar la escena del crimen se asomaron a los aseos de empleadas.
Lo primero que vieron fue sangre por todas partes. Suelo, paredes e incluso alguna salpicadura en el techo. En medio del charco de sangre descansaba el cadáver de una mujer rubia que hubiese sido bastante guapa de no haber estado degollada. En el lavabo había restos de cristales rotos que despedían un fuerte olor a perfume de mujer.
¡Joder! ¡Menuda carnicería!— exclamó uno de los policías.
Otra víctima del síndrome navideño. Por estas fechas mucha gente no puede soportar la presión de las fiestas y acaba cometiendo crímenes violentos. Ya te irás acostumbrando — respondió el compañero, más experimentado —. En fin… al lío.
Marta murió como trabajó. Con una gran sonrisa de oreja a oreja.