Llevo tan poco que lo que voy a escribir ahora es algo preliminar. Pero ya me voy haciendo una idea de lo que me voy —nos vamos— a encontrar.
Veo que la edición original es de Seix Barral, editorial de prestigio, pero luego encuentro que algunos, yo incluido, manejamos una edición que pertenece a una colección que Planeta sacó hace unos cuantos años: Clásicos Contemporáneos Internacionales. Compré hace millones de años esa colección en una tienda de segunda mano, pero si soy sincero había olvidado totalmente que tenía el libro de Seifert. Lo tenía tan olvidado, que compré el libro de nuevo en Iberlibro, pensando que era el de Seix Barral. Cuando me llegó y vi que era de esa colección, fui a la estantería correspondientemente y encontré el libro. El chasco fue considerable
Sobre la obra, tengo que decir que el planteamiento me gusta. Son unas memorias, pero son muy originales. No son unas memorias con una narración lineal. No esperaba menos de un poeta. Que el autor sea poeta es importante para entender que vamos a leer el desarrollo de unas imágenes que atesora en su memoria. Como si fuesen “iluminaciones”, una palabra que pertenece al mundo de la poesía. Un poeta no suele ser bueno componiendo grandes estructuras narrativas. Lo que veo aquí, después de leer cuatro o cinco de los noventa “fogonazos” que componen la obra, son una serie de relatos que se construyen a partir de una fecha, de un lugar, de un ambiente o incluso de un objeto (un ramo de violetas en el tercer capítulo). Creo que no cambiaré de percepción cuando vaya avanzando, pero todo puede ser. Lo que veo ahora es que cada capítulo tiene un título que bien podría ser el de un cuento que conforme, con otros tantos, un libro de relatos.
Y claro, el oficio de poeta se ve sobre todo en la construcción de imágenes muy evocadoras. Es inevitable. Y es hermoso. Como cuando, en la descripción de un mercado invernal en Praga, escribe: “¿Habéis visto alguna vez un montón de naranjas cubiertas de nieve?” (p. 9). Ese contraste de opuestos (cálido-frío) fuerza nuestra imaginación, creando una imagen realmente bella. Creo que nunca antes habían compuesto esa imagen en mi cerebro. Es un ejercicio poético magnífico. Porque además en las pocas páginas que llevo ya se alude en algunas ocasiones a la constante búsqueda de la belleza desde su infancia. El título del libro refleja perfectamente ese espíritu.
Yo, que apenas conozco la literatura checa (algo de Kundera y Kafka, aunque uno escribió en francés desde los 90 del siglo XX y el otro siempre en alemán), tengo la oportunidad de adentrarme en ella, por fin. Y además me apetece deambular por una Praga que ni es kafkiana ni pertenece al mundo judío y sus traumas, aunque, como veréis, ese conocimiento previo, que aparece tangencialmente, ayuda a situarnos mejor en el ambiente.