La Cuesta de las Comadres, de El Llano en llamas - Juan Rulfo
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La Cuesta de las Comadres, de El Llano en llamas - Juan Rulfo
Título: La Cuesta de las Comadres.
Título del volumen en el que se incluye: El Llano en llamas (primera edición, 1953).
Publicación original: Revista América, nº 55, febrero de 1948.
Sinopsis: A pesar de la fertilidad de sus tierras, el poblado llamado La Cuesta de las Comadres se ha ido despoblando por la opresión que los hermanos Remigio y Odilón Torricos ejercen sobre sus vecinos. Hubieran querido vengarse por todo el mal que estos hermanos les habían causado; sin embargo, han optado por ir abandonando el pueblo poco a poco. Uno de los últimos habitantes es el narrador, amigo de los hermanos.
Última edición por Gretogarbo el 27 Ago 2019 09:39, editado 1 vez en total.
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Ayer: Cañas al viento. Grazia Deledda
Grito nocturno. Borja González
Hoy: Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo
Hoy es un buen día para morir. Colo
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Re: La Cuesta de las Comadres, de El Llano en llamas - Juan Rulfo
Greto, te están quedando muy chulos los hilos.
Me gusta la importancia que tiene el paisaje en estos relatos de Rulfo. La historia que se nos cuenta parece casi una excusa para mostrarnos cómo es la gente y cómo de integrada está con la tierra. Con este párrafo, por ejemplo, no da idea de la vida tan pegada al terruño, de la ignorancia de qué podría haber más allá del horizonte:
De tiempo en tiempo, alguien se iba; atravesaba el guardaganado donde está el palo alto, y desaparecía entre los encinos y no volvía aparecer ya nunca. Se iban, eso era todo.
Y yo también hubiera ido de buena gana a asomarme a ver qué había tan atrás del monte que no dejaba volver a nadie...
Supongo que al narrador le pesaba la soledad, y deseaba que, tras la muerte de los Torricos, la Cuesta de las Comadres se repoblara de nuevo:
La cosa es que todavía después de que murieron los Torricos nadie volvió más por aquí. Yo estuve esperando. Pero nadie regresó. Primero les cuidé sus casas; remendé los techos y les puse ramas a los agujeros de sus paredes; pero viendo que tardaban en regresar, las dejé por la paz. Los únicos que no dejaron nunca de venir fueron los aguaceros de mediados de año, y esos ventarrones que soplan en febrero y que le vuelan a uno la cobija a cada rato. De vez en cuanto, también, venían los cuervos volando muy bajito y graznando fuerte como si creyeran estar en algún lugar deshabitado.
¡Qué manera tan original de decir las cosas!:
...cuando su ojo se sentía a gusto teniendo en quién recargar la mirada, los dos se levantaban de su divisadero y desaparecían de la Cuesta de las Comadres por algún tiempo.
Y qué bien refleja el miedo que le tenían, y con razón, a los Torricos :
Eran los días en que todo se ponía de otro modo aquí entre nosotros. La gente sacaba de las cuevas del monte sus animalitos y los traía a amarrar en sus corrales. Entonces se sabía que había borregos y guajolotes. Y era fácil ver cuántos montones de maíz y de calabazas amarillas amanecían asoleándose en los patios. El viento que atravesaba los cerros era más frío que otras veces; pero, no se sabía por qué, todos allí decían que hacía muy buen tiempo. Y uno oía en la madrugada que cantaban los gallos como en cualquier lugar tranquilo, y aquello parecía como si siempre hubiera habido paz en la Cuesta de las Comadres.
¡Qué bonita esa imagen remendando el costal, que le había roto el chivito, a la luz de la luna!:
Yo seguí remendando mi costal. Tenía puestos todos mis ojos en coserle los agujeros, y la aguja de arría trabajaba muy bien cuando la alumbraba la luz de la luna.
Y cómo envuelve Rulfo los actos más tremendos con detalles poéticos:
Entonces vi que se le iba entristeciendo la mirada como si comenzara a sentirse enfermo. Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró la lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja de arría del ombligo y metérsela más arribita, allí donde pensé que tendría el corazón. Y sí, allí lo tenía, porque nomás dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y luego se quedó quieto.
Este relato no es de mis favoritos, pero aún así hay muchas imágenes que me parecen muy logradas.
Me gusta la importancia que tiene el paisaje en estos relatos de Rulfo. La historia que se nos cuenta parece casi una excusa para mostrarnos cómo es la gente y cómo de integrada está con la tierra. Con este párrafo, por ejemplo, no da idea de la vida tan pegada al terruño, de la ignorancia de qué podría haber más allá del horizonte:
De tiempo en tiempo, alguien se iba; atravesaba el guardaganado donde está el palo alto, y desaparecía entre los encinos y no volvía aparecer ya nunca. Se iban, eso era todo.
Y yo también hubiera ido de buena gana a asomarme a ver qué había tan atrás del monte que no dejaba volver a nadie...
Supongo que al narrador le pesaba la soledad, y deseaba que, tras la muerte de los Torricos, la Cuesta de las Comadres se repoblara de nuevo:
La cosa es que todavía después de que murieron los Torricos nadie volvió más por aquí. Yo estuve esperando. Pero nadie regresó. Primero les cuidé sus casas; remendé los techos y les puse ramas a los agujeros de sus paredes; pero viendo que tardaban en regresar, las dejé por la paz. Los únicos que no dejaron nunca de venir fueron los aguaceros de mediados de año, y esos ventarrones que soplan en febrero y que le vuelan a uno la cobija a cada rato. De vez en cuanto, también, venían los cuervos volando muy bajito y graznando fuerte como si creyeran estar en algún lugar deshabitado.
¡Qué manera tan original de decir las cosas!:
...cuando su ojo se sentía a gusto teniendo en quién recargar la mirada, los dos se levantaban de su divisadero y desaparecían de la Cuesta de las Comadres por algún tiempo.
Y qué bien refleja el miedo que le tenían, y con razón, a los Torricos :
Eran los días en que todo se ponía de otro modo aquí entre nosotros. La gente sacaba de las cuevas del monte sus animalitos y los traía a amarrar en sus corrales. Entonces se sabía que había borregos y guajolotes. Y era fácil ver cuántos montones de maíz y de calabazas amarillas amanecían asoleándose en los patios. El viento que atravesaba los cerros era más frío que otras veces; pero, no se sabía por qué, todos allí decían que hacía muy buen tiempo. Y uno oía en la madrugada que cantaban los gallos como en cualquier lugar tranquilo, y aquello parecía como si siempre hubiera habido paz en la Cuesta de las Comadres.
¡Qué bonita esa imagen remendando el costal, que le había roto el chivito, a la luz de la luna!:
Yo seguí remendando mi costal. Tenía puestos todos mis ojos en coserle los agujeros, y la aguja de arría trabajaba muy bien cuando la alumbraba la luz de la luna.
Y cómo envuelve Rulfo los actos más tremendos con detalles poéticos:
Entonces vi que se le iba entristeciendo la mirada como si comenzara a sentirse enfermo. Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró la lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja de arría del ombligo y metérsela más arribita, allí donde pensé que tendría el corazón. Y sí, allí lo tenía, porque nomás dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y luego se quedó quieto.
Este relato no es de mis favoritos, pero aún así hay muchas imágenes que me parecen muy logradas.
¿Qué me está pasando? Las cavilaciones de Juan Mute
El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Re: La Cuesta de las Comadres, de El Llano en llamas - Juan Rulfo
Se hace lo que buenamente se puede, jilguero. Gracias.
¡Cuánta chicha extraes de apenas diez páginas!
En el primero de los cuentos comentabas la riqueza de vocabulario de Rulfo y es verdad. He tenido que consultar numerosas palabras, algunas localismos. Entre otras, guardaganado, que sabía en qué consistía pero que desconocía totalmente que recibiese ese nombre.
Con razón le pesaba. De ser un lugar populoso, él fue el último de sus habitantes.
A mí me ha gustado mucho. Difícil me está resultando por ahora decir que alguno de los que he leído no ha sido de mi agrado.
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