Lo acabo de terminar y estoy como Judy, aunque me he imaginado algo así como Boo.
El final no sorprende, porque te lo llevas oliendo un buen rato, que algo no va bien, que Cecilia no llegará jamás y que a este hombre le pasa algo. Me gusta empezar una historia confiando en el protagonista (que siempre se hace) y empezar a sospechar por detalles extraños, que el narrador juegue con el lector, en cierta manera, como lo hace aquí Muñoz Molina. |
Aun así, y aunque me ha gustado ir avanzando
con la mosca detrás de la oreja, atando cabos |
aquí me falta algo,
no me ha quedado claro si Bruno se engaña a sí mismo o si es parte de la enfermedad, sospecho que se trata de las dos cosas. Parece claro que hay una enfermedad de algún tipo, por la mención de las pastillas y por todos los problemas de memoria y de orientación que tiene, pero creo que también tiene algo de personalidad, de que tiende a engañarse a sí mismo, (que engaña a los demás es obvio) a no querer ver, a no querer aceptar la realidad. Cecilia no sólo menciona lo de las pastillas, también le echa en cara no querer ver, hacerse el dormido, etc. |
La fiesta tampoco acaba de convencerme a mí, como que no encaja en el resto de la historia.
Pero bueno, es evidente que está brillantemente escrito, en ese sentido Muñoz Molina no decepciona nunca, y en realidad me tenía enganchada este hombre, aunque me he pasado casi toda la novela preguntándome por qué me está contando todo esto.
Me quedo con las reflexiones sobre el olvido, los recuerdos, la memoria, que me han hecho reflexionar sobre mis propios recuerdos. También un par de frases que me han gustado mucho, una que dice algo así como que guarda las llegadas de Cecilia como si fueran fotografías, y la mejor: La lectura es una vagancia sin monotonía
. Esa es de enmarcar.
Y me quedo también con los paseos por Lisboa, que me han traído mis propios recuerdos de esa ciudad