Judy Bolton escribió:Digo yo que viendo la pierna derecha de alguien es improbable que lo reconozcas y recuerdes su nombre, viendo el rostro es más fácil.
Sí, ya sé que es una obviedad.
Marías tiene un tipo de escritura a la que es muy fácil buscarle las vueltas y los defectos, por eso si en una primera impresión es eso lo que ves lo mejor es dejarlo. Si en cambio te gustan sus frases repetitivas y rebuscadas, sus disgresiones y sus pensamientos tienes material para disfrutar.
No, Judy; llego muchísimo más lejos. Mi comentario anterior no era más que una broma, si bien fundamentada en una importante característica de la prosa de Marías: la ubicuidad de anfibologías y anacolutos, que obligan al lector a interpretar continuamente sus palabras. Pero, como ya escribí en mi comentario anterior, el caos de su estilo me parece un pecadillo de poca importancia. Vayamos, pues, a lo que es relevante.
La primera frase de
Mañana en la batalla piensa en mí es una buena muestra de la desastrosa (en mi opinión) novelística de su autor. Nada más concluirla, un lector puede interrumpir la lectura y pensar:
“No es cierto. Mi tía Eustaquia, que es bastante hipocondríaca, se levanta todos los días pensando 'hoy se me va a morir alguien'. Y mi pobre vecino Jacinto, tras ver cómo una meningitis fulminante se llevaba en tres días a su hijo de ocho años, cree atisbar la muerte en cada tos, en cada décima de fiebre, en cada dolor de estómago.”
El problema no está, empero, en esa desafortunada primera frase; lo terrible es que toda la novela está plagada de ridículas generalizaciones del mismo estilo, mediante las que Marías adscribe a todo el mundo lo que él tiene dentro de la cabeza. Y eso, en mi opinión, sí que es un pecado mortal.
Un escritor es un creador; escribir una novela es crear un segundo mundo --sea éste totalmente ficticio, sea el trasunto literario de un hecho real--. Por ese motivo, es fundamental que sepa alejarse de sí mismo y de sus ideas, que entienda que hay tantas formas de pensamiento como personas y que pueda comprender ideologías y razonamientos que no comparte, pues sólo así podrá crear verdaderos personajes. Marías, en cambio, sólo escribe sobre sí mismo (*), razón por la cual es incapaz de crear nada parecido a la realidad ficticia propia de una novela.
Se podría argumentar que es lícito novelar sobre uno mismo; aunque no me parece una buena forma de escribir una novela, podría admitir a regañadientes esa posibilidad. Lo grotesco de la literatura de Marías es, no obstante, que no se queda allí. Su confusión entre narrador, personaje y autor llega, en ocasiones, hasta extremos hilarantes. No se trata ya de que escriba en primera persona (lo que es perfectamente lícito) y se identifique con el narrador (lo que también podría ser lícito, aunque me parece una buena muestra de escasez de recursos). Como no distingue entre autor y personaje, en muchas ocasiones se olvida de que está narrando a través de los ojos del protagonista y describe sucesos que éste no puede ver o, incluso, pensamientos que no puede conocer. Esto, en mi opinión, no sólo es un error de principiante, sino también una muestra del desinterés de Marías por ese segundo mundo que debería recrear en una novela, concentrado exclusivamente en su ombligo, sus digresiones y el ritmo de su prosa.
Como contraejemplo de una buena narración en primera persona voy a citar a una forera: Olalla García. Su última novela,
El jardín de Hipatia está narrada por su protagonista: Atanasio de Cirene, y en presente de indicativo, lo que acrecienta la identificación autor-narrador-lector, pues los tres parecen desconocer lo que sucederá a continuación. A pesar de ello, Olalla no comete en ninguna ocasión los errores habituales en Marías: ni proporciona al lector información fuera del alcance del narrador y protagonista, ni mete sus ideas en la cabeza de ésta, que piensa y actúa según su propia forma de pensar (**). Así, la autora consigue dar vida a un personaje que vive en un mundo ficticio pero realista, cosa que Marías es absolutamente incapaz de hacer ver al lector.
Otra de las consecuencias de esta forma de escribir es la ausencia total de evocación. La magia de la literatura está en que puede hacer aflorar, con apenas unas pocas palabras, pensamientos y sensaciones profundas, que muchas veces permanecen ocultas bajo las anécdotas que los inducen. Como escribí antes, existen tantas formas de diferentes de pensamiento como personas; sin embargo, hay también inquietudes, esperanzas, temores, alegrías que son comunes a muchísimas personas y que se diferencian tan sólo en la forma en la que se manifiestan o en los sucesos que los motivan. Un gran escritor es capaz de trascender la anécdota y conseguir que el lector perciba esa cuasi-universalidad que la subyace. En la novela que estoy leyendo,
Al faro, de Virginia Woolf apenas se narran hechos; la autora describe los pensamientos de una serie de personajes vinculados por una sencilla trama común. En uno de los últimos capítulos que he leído, el personaje que más páginas ha copado hasta el momento, la señora Ramsey, reflexiona sobre la existencia y la felicidad inducida por una serie de estímulos: la luz de un faro en el atardecer junto al mar; la visión, a lo lejos, de su marido; el recuerdo de cómo, apenas unos instantes antes, le había estado leyendo un cuento a su hijo James. Lo brillante de este pasaje es cómo Virginia Woolf logra utilizar las circunstancias particulares de la señora Ramsey para introducir, de forma natural, reflexiones muy similares a las que hemos hecho muchísimas personas en contextos completamente diferentes. A mí jamás me ha puesto metafísico la luz de un faro, ni la visión de un marido que no tengo, ni el recuerdo de un niño que no es mío; sin embargo, Virginia Woolf consigue que trascienda los detalles de la vida de la señora Ramsey, vea lo que hay bajo ellos y evoque las circunstancias que me han inducido a reflexionar de una forma similar.
Lo que hace Javier Marías en
Mañana en la batalla piensa en mí (y, según he leído, en todas sus demás novelas) es exactamente lo opuesto. En lugar de mostrar con una anécdota la base de pensamiento común que compartimos muchos seres humanos, adscribe sus pensamientos y opiniones a todo el mundo (como en la primera frase de la novela que motiva este comentario) y, a continuación, se pone a perorar. Así, una escena como la extraordinariamente escrita por Virginia Woolf, Marías la relataría con el siguiente comienzo: “todos los noctámbulos que pasean al atardecer cerca de la playa, iluminados por la luz del faro, reflexionan sobre sus amantes o mujeres o hijos, y sobre la felicidad suya y de éstos...”. Y a continuación largaría una digresión sobre los faros, probablemente aderezada con una subdigresión sobre por qué, en todos los puertos, hay siempre uno de color verde y otro de color rojo. La consecuencia es que tal vez unos pocos lectores, los que en alguna ocasión se han puesto metafísicos a la luz de un faro, serían capaces de extraer algo de entre los párrafos y párrafos de divagaciones; pero todos los demás, los que han empezado a reflexionar motivados por el sonido de una canción en la radio o por el reflejo de un rostro en un escaparate, pensarían: “pero ¿de qué me está hablando este tío?”.
En resumen, que ya me he alargado suficiente, considero que Marías es un pésimo novelista porque:
a) No es capaz de crear la realidad ficticia propia de una novela.
b) Sólo escribe sobre sí mismo y desde su propio punto de vista, razón por la cual no puede crear verdaderos personajes.
c) Sus novelas carecen de toda capacidad evocadora.
d) Se dedica a expeler generalizaciones idiotas, en la creencia de que así escribe con mayor profundidad.
e) Sus relatos no contienen la menor ambientación. Al contrario, consisten en una sucesión de divagaciones que no sólo no crean, sino que destruyen el menor conato de atmósfera que haya podido generar.
f) Su estilo es farragoso, pedante y plagado de incorrecciones lingüísticas.
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Mañana en la batalla piensa en mí, que es la novela que estamos comentando, tiene un remedo de trama ficticia. Otras obras del autor, como
Todas las almas o
Negra espalda sobre el tiempo, ni siquiera llegan a eso: son meras divagaciones que escribe Marías alrededor de su propio ombligo.
Merece la pena también echarle un vistazo a sus artículos de opinión, que ilustran perfectamente su absoluta falta de empatía y su nulo entendimiento de las opiniones de los demás. En ellos, al igual que en sus novelas, se dedica a perorar mostrando un vergonzante desprecio hacia todos los que no piensan como él y poniéndose a sí mismo como ejemplo de cultura, buen gusto y sabio proceder.
(**) Al ser una novela histórica, esto es muy fácil de verificar. Atanasio de Cirene profesa las ideas propias de su época, entre las que destacan unas cuantas barbaridades que ninguna persona en su sano juicio defendería en la época actual.