Ay, solo tiene una entradilla esta novela. Casi me duele descubrirlo.
Leí hace poco
El fulgor y la sangre (1956), la primera novela de Ignacio Aldecoa. Y ahora he leído esta, que fue la última, escrita en 1967 poco antes de la repentina muerte de Aldecoa con 44 años. No sé si me queda por leer alguna, no fueron tantas, que Aldecoa fue más cuentista que novelista.
Hay una constante en Aldecoa, tanto en la novela como en los cuentos: la rutina de las gentes y sus oficios. Fue un escritor excepcional, no suficientemente conocido por el gran público, creo.
En
Parte de una historia se aprecia la plena madurez del escritor. En estos tiempos en los que la literatura se hace minimalista en el lenguaje, leer la riqueza del vocabulario con la que escribe Aldecoa es una delicia.
Parte de una historia cuenta la historia de los hombres de mar en un poblado de pescadores en La Graciosa (Canarias), isla que fue el paraíso y refugio que Aldecoa encontró a principios de los 60. Un buen día llegan unos turistas norteamericanos a la isla en un yate y tienen un accidente. A partir de ahí se desarrolla esta historia de contrastes entre los turistas y las gentes del pueblo, unos días en los que la vida de unos se entrelaza con la de los otros, el conflicto entre la tradición y la modernidad. Algo trágico sucederá antes de que vuelvan a separar sus vidas.
El narrador, testigo en primera persona, es, indudablemente, un alter ego de Aldecoa, a medio camino entre las gentes del lugar -mundo en al que, de alguna forma, ya pertenece- y los forasteros que llegan a la isla.
No he estado nunca en esa isla, aunque sí la he visto desde el Mirador del Río, en Lanzarote, arquitectura de Cesar Manrique. Google Earth es una buena herramienta para hacerse una idea de La Graciosa. La configuración de la isla no debe de distar mucho de la que encontró Aldecoa en los años 60. Es un ejemplo de protección del paisaje. Actualmente apenas tiene 700 habitantes para 29 km cuadrados. Y un solo centro urbano (por llamar de alguna forma a Caleta de Sebo). El resto, paisaje de arenas, playas y dunas.
Lo que si habrá cambiado son sus habitantes. Aldecoa describe a las mil maravillas la vida de aquellas gentes, toma el pulso de los hombres de mar, recios y afanosos, la vida dura de los pescadores que se hacen a la mar, el azar de la pesca y la climatología. Y de esas mujeres que, como dice Enedina “se hacen viejas cuando dejan de ser mozas”, mujeres entregadas al trabajo y la familia, y luego a esperar a la muerte.
Digo que habrá cambiado la vida de las gentes, porque me he metido en un portal de alquiler vacacional, y sospecho que las familias han cambiado la falúa por el apartamento de alquiler. Derecho tienen a vivir mejor.
En fin, me ha parecido una estupenda novela, que se puede leer casi como reportaje, porque Aldecoa escribe de sus vivencias.
P. 148: "Nuestra isla, con Montaña Amarilla, es una forma oblonga, recortada de agua verdeante. La isla de la Montaña solamente es una pelada montaña emergida. Los roques son peñascos negros en abandono. La isla del Faro resalta, al fondo, como un tocón musgueado. El océano, desde el borde del cantil, empaña de azul media rosa de los vientos. El océano se presenta como un laberinto, que circuye y amenaza el mar de las islas".