Pasaba por allí
Publicado: 08 Dic 2019 10:43
PASABA POR ALLÍ
Pasaba por allí.
Había gente, policías.
Llegaron ambulancias.
Y me quedé mirando.
Era extraño.
Aquel hombre, a pesar de sus heridas,
tenía una expresión de paz
ajena a la evidencia.
Y me quedé pensando en ese enigma.
(Tal vez, al paso velocísimo
por los primeros pisos
–con el lastre terrible de la angustia–
sobrevenga un estado de gracia inexplicable,
debido al vértigo,
al aire
o al recuerdo de algo hermoso
y grato en esta vida: un viejo amor,
un amigo, la estampa de una imagen
de infancia o de familia.
Cercanas ya las lonjas y portales
afectos que subyacen olvidados
puede que dulcifiquen, un instante,
la caída.
Y, finalmente, a un palmo del asfalto,
tal vez se perciba algo humano,
fugaz y comprensible,
como un querer volver atrás,
una duda,
algo que induzca a aferrarse
a una mano, a un recuerdo, que imprima,
por último, en el rostro,
ese gesto de paz y de abandono).
Pasaba por allí.
Por eso, desde entonces,
llevo en mi cartera una carta
de amor o de un amigo,
el apunte de una fecha
feliz e inolvidable y una cruz
de plata con un Cristo.
Es decir,
algo a lo que agarrarme
por si la vida, un día,
me pusiera al albur de una cornisa
y con los pies
al borde de mí mismo.
--oOo--
Pasaba por allí.
Había gente, policías.
Llegaron ambulancias.
Y me quedé mirando.
Era extraño.
Aquel hombre, a pesar de sus heridas,
tenía una expresión de paz
ajena a la evidencia.
Y me quedé pensando en ese enigma.
(Tal vez, al paso velocísimo
por los primeros pisos
–con el lastre terrible de la angustia–
sobrevenga un estado de gracia inexplicable,
debido al vértigo,
al aire
o al recuerdo de algo hermoso
y grato en esta vida: un viejo amor,
un amigo, la estampa de una imagen
de infancia o de familia.
Cercanas ya las lonjas y portales
afectos que subyacen olvidados
puede que dulcifiquen, un instante,
la caída.
Y, finalmente, a un palmo del asfalto,
tal vez se perciba algo humano,
fugaz y comprensible,
como un querer volver atrás,
una duda,
algo que induzca a aferrarse
a una mano, a un recuerdo, que imprima,
por último, en el rostro,
ese gesto de paz y de abandono).
Pasaba por allí.
Por eso, desde entonces,
llevo en mi cartera una carta
de amor o de un amigo,
el apunte de una fecha
feliz e inolvidable y una cruz
de plata con un Cristo.
Es decir,
algo a lo que agarrarme
por si la vida, un día,
me pusiera al albur de una cornisa
y con los pies
al borde de mí mismo.
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