Berlín

[Tolomew Dewhust]

Ayer, sábado, fui de cacería. Fui a cazar libros, sí. Me fui a mi Barcelona preciosa, y me adentré, como muchas otras veces, en sus intestinos llenos de ropa tendida y bicicletas apoyadas en la pared. Estuve en Gigamesh, allá por la calle Bailén, y la mañana era muy bonita. Justo en la salida del metro un tipo tocaba la guitarra sentado sobre un cajón de madera, a su lado un perro dormitaba con el hocico entre las patas, la canción que tocaba era Alfonsina y el mar, sonreí y le puse dinero en el sombrero, porque me pareció un buen presagio, porque la canción es preciosa. Lo escuché un poco más y me fui mecida entre sus acordes, bajo la sombra de los árboles, rodeada de todas esas sonrisas sin mascarillas que resulta tan difícil ahora de soportar. La belleza duele, ya os lo he dicho muchas veces. Llevaba algunos títulos en la cabeza, últimamente me ha dado por la literatura japonesa, desde que me leí, o devoré, el Heike Monogatari. Ya, lo sé, pero es que es de una belleza devastadora. Ese libro ha sido un antes y un después. A ver qué encuentro, a ver qué encuentro, me iba diciendo recordando las palabras de mi doctora que me había recomendado no hacía mucho La novela de Genji, de Murasaki Shikibu y Las leyendas de los Otori. Si mal no recuerdo arriba en el cartel de Gigamesh reza algo que tiene que ver con el vicio y sonreí de nuevo. No encontré estos libros, pero encontré uno de Rudyard Kipling y acaricié, de pasada, toda la colección de mi amado Lovecraft, de Poe, de Thomas Ligotti, Los piratas fantasmas de Hodgson, Limbo, de Bernad Wolfe. Y cuando ya me iba a marchar encontré un libro que llevaba algunos años buscando, un libro descatalogado, que ya había buscado varias veces en los mercados de libros viejos, un libro que había buscado por internet y del que ya no tenía esperanzas. Ese libro es La mujer de la arena, de Kōbō Abe. Se hizo una peli de ese libro y la vi hace años, es una peli del 64 en blanco y negro que me dejó con la boca seca y el estómago como una pasa, de un tal Hiroshi Teshigahara. Pero yo quería el libro, de tanto que me gustó esa película, lo quería tener, como quise tener el libro de Zweig después de ver Carta de una desconocida o como quise tener el libro de Otra vuelta de tuerca de Henry James después de ver The inocentes con Débora Kerr. Y lo encontré, por los dioses que lo encontré. Lo encontré el sábado, en la ultima estantería, abajo del todo, al fondo del pasillo, entre libros baratos, libros desconocidos, de gente desconocida. Ahí estaba, azul, con toda la arena del mundo cubriéndole los lomos, era él y no otro y lo atrapé como atrapamos el tiempo para que no se vaya o los trenes y lo alcé como se alza un bebé, con ternura y con cuidado, con veneración, tragando saliva. Tal era mi alegría que pensé en hacerle una foto y subirlo a Instagram, porque ya sabéis que lo que no se comparte no ha pasado, o al face, al lado de los cafés que ha tomado la gente en sitios variopintos, pero recordé de pronto que desde hace un tiempo todo eso me aburre hasta el dolor y entonces pensé en venir a contároslo a vosotros, que habláis mi mismo idioma.

¿Acaso esto no es amor?

Gracias, en serio.

Y por eso la quiero tanto.

[lucia]

Me encanta la forma que tenéis de contar anécdotas comunes de forma atractiva. Seguro que ese libro ahora está en un lugar destacado en tu casa.

[Berlín]

Gracias, jefa. Pues ahora está al lado del Heike Monogatari, de El marinero que perdió la gracia del mar de Mishima, de El libro de la almohada de Sei Shōnagon, de las Crónicas de los samuráis de Ibarzabal, de Los cuentos fantásticos del Japón (Kwaidan) de Lafcadio Hearn y de El guerrero a la sombra del cerezo. Mira si está bien acompañado. Y todos ellos dentro de poco tendrán un nuevo hermanito: La novela de Genji o El Genji Monogatari de Murasaki Shikibu. Como ves me estoy haciendo una pequeña estantería de joyitas orientales y lo que queda. Dentro de nada mi casa olerá toda a flores de cerezo.

Un abrazo, @Lucia y otro beso enorme para estos dos benditos chalados, el poeta y la estrella.

[Tolomew Dewhust]

Esa firma tuya me vuelve loco, Berlín, .

[Estrella de mar]

#Este comentario es de Ambrosio#

Señorita Berlín, dejó usted a este pobre Ambrosio deliciosamente mudo con su cacería.

He intentado varias veces comprender su contenido pero se me iba siempre el santo al cielo figurándome su envoltura corporal ataviada como una Artemisa, y sepa que se me deshacía el entendimiento, pues Artemisa es la diosa que más despierta mis impulsos primarios en cuanto al arrullador roce de pieles se refiere.

Pero por fin, después de tropecientas lecturas, no se me han aparecido las armoniosas formas de Artemisa y he sabido que ahora caza plumas japonesas y que le ha picado el gusanillo oriental. Lo cual ha provocado que me pique a mí. He tomado la determinación de salir a cazar el Genjikatori ese tan eminente. No sé si lograré ascender el monte de sus páginas porque uno tiene sus limitaciones lectoras, aunque he de decir a mi favor que leo a diario (el horóscopo), pero solo por sentirme cerca de usted subiría hasta el Kilimanjaro si hiciera falta.

[Tolomew Dewhust]

Mira, no había leído este último comentario de Ambrosio.

Estoy escuchando La ciudad invisible mientras regreso en tren desde la meseta a mi casa; ya hay ganas de abrazar a los peques, después de dos semanas de aquí para allá... Pero lo que venía a comentar es que a mí también me ha envenenado la poeta de bolsillo y morena que tenemos en el foro y miraré a ver si me hago con El libro de la almohada que comenta la mujer de la que estuve enamorado solamente un día y al siguiente ya se me había pasado.

Déjame llegar a Cádiz para encender el pc y contestarte adecuadamente, aunque, sí, claro que hay premio pa la nena, contigo siempre lo hay, ¿cómo no? Por eso mismo enciendo y apago a cada rato la luz.

[Estrella de mar]

Yo también ando por la ciudad invisible, completamente obnubilada. Estoy amando a Antoñito con toda mi alma, con sus versos y melodías nos está haciendo más chiquita la gran ausencia del capitán.

Te dejo to el tiempo del mundo. Estoy emocionada con la posibilidad de embarcarnos en esta travesía. Lo que me trastorna es no saber si he de meter en la maleta la ropa de invierno o la de verano. ¿Qué tiempo hace en el Genji? Le preguntaré a Ambrosio.

[Cuentolosiento]

Que hilo tan alocadamente hermoso.

[Estrella de mar]

Que hilo tan alocadamente hermoso.

Qué mensaje tan bonito. Me ha llegado al alma.

[Estrella de mar]

He leído lo de Tina, Ber, y vengo a dejarte un abrazo apretao por aquí.

También hace poco tuvimos que decir adiós a Vita, un pegato (tenía un carácter de perro y otro de gato, según le daba) que nos robó el corazón a todos, menos a la gata, que nunca lo pudo soportar (un rollo Isma con Capote). El pobre Vita se tuvo que exiliar a casa de mis padres porque la muy mamona lo atacaba continuamente. Mi madre, que nunca fue gatera, se enamoró de él perdidamente. Aún sigue contando cómo la seguía a todas partes por la casa, y cómo le partía el alma escucharlo maullar en la puerta cada vez que mi padre salía a la calle.

Aún tenemos el corazón roto. Pero también tenemos cientos de recuerdos hermosos, capaces de llenar varias vidas.

Te quiero.

[Isma]

Yo también aprovecho este tema tan cálido para mandarte un abrazo, Berlín. Siento lo de Tina. La he conocido de una y otra pose en tus muchos avatares. Ánimo para ti también, Estrella, aunque a Vita me la tengo que imaginar.

Mi madre tenía un canario que se escapó, dio varias vueltas por la cocina y fue a posarse, de entre todos los sitios posibles, dentro de la olla donde borboteaba la sala de tomate. Mi hermana y yo nos partimos de risa por lo tontuno del suceso (yo era pequeño), pero mi madre quedó muy triste. Por compartir algo (perdón).

(un rollo Isma con Capote)

Pd. Estos recuerdos me emocionan, Estrella. Gracias .

[Estrella de mar]

Gracias por los ánimos, Isma.

De perdón, nada. Pobreta tu mare. A mí siempre me emociona la canción del canario de No me pises.

Pd. A ti también te quiero.

[Berlín]

Estaba muy viejecita, tenia casi dieciocho años y medio, tal vez algo más, porque yo la hice dueña de mi casa cuando ella tenía unos siete u ocho meses y conmigo ha estado dieciocho años y dos mudanzas, así que igual rondaba los diecinueve, que eso para un gato es bastante. Pero no es de extrañar, porque ella era una reina, mimada y consentida, y lo sigue siendo porque no se ha ido, al menos yo la veo por todos los rincones, porque en todos los rincones ella tiene una foto y una anécdota. Ay la vieja Tina y sus ojos de otro planeta. Lo malo del asunto es que la tuve que llevar a sacrificar, siguiendo el sabio consejo de Andrea, su veterinaria, que me dijo que llegado el momento habría que hacerlo, que ella misma me lo pediría con los ojos y ese momento llegó una mañana en que tuvo una diarrea con mucha sangre que arrastró hasta el sofá, donde se sentó modo gallina a mirarme. La noche antes habíamos visto juntas Capitanes intrépidos, eso no lo olvidaré. En fin. Se murió en mis brazos, acurrucada en un viejo jersey mío, que conservo con su olor y que no lavaré jamás.

Gracias, chicos.

PD. Siento lo de Vita y lo del canario malogrado, aunque un poco de risa me ha dado, lo siento, Gigante mío.

[kassiopea]

Yo pasaba por aquí, os he leído y he terminado con lágrimas en los ojos. Ya sabéis que adoro los gatos y me identifico completamente con vosotras. Y con el canario de la madre de Isma también, que en mi casa no tuvimos canarios pero sí muchos periquitos. Los cuidaba mi padre en paz descanse.

Siento muchísimo vuestras pérdidas y os acompaño en el sentimiento. De Tina vi muchas fotos y escuché varias anécdotas, a Vita no le conocía pero está claro que era muy especial porque no se ven pegatos todos los días.

A lo largo de mi vida he despedido ya a cinco gatos. Actualmente solo tengo una que es blanquita y se llama Alita porque es un torbellino, incluso creo que ya soy demasiado vieja para semejante huracán, jaja. Pero ella llegó a mi vida de forma casual, o no, y entonces supe que la necesitaba. Cuando se van, siempre imagino que todos ellos se reencuentran y que están en un lugar mejor donde no hay problemas ni ningún dolor. Aunque nunca se van del todo, como dice Berlín, porque sigo intuyendo su presencia por la casa y siguen viviendo aovillados en mi corazón.

Un abrazo enorme y disculpad si he desvirtuado el hilo

[Tolomew Dewhust]

Aquí no hay que disculparse por nada, Kassio, estaría bueno, y menos tú, que estás en tu casa. Además, que esto de los hilos lo entiendo como un pretexto para hablar entre nosotros de nuestras cosas, que es lo que estamos haciendo...

Bueno, al grano; os he leído así medio superficialmente y la verdad no sé de qué estáis hablando: estoy espeso a cuenta de un viento de levante zafio, inoportuno y grosero que asola la Bahía.

No sé qué decir, salvo que tengo un paraguas. Aquí, en el sur, llueve poco -aunque es cierto que los días de lluvia, salvo que haya también levante, si llueve por derecho te mojas entero-, y, no, no es por la lluvia por lo que lo tengo aquí cerca, a mano. Ocurrió que abrí el paraguas un día de bastante lluvia y de poco levante -si hace mucho levante los días de lluvia, pues ni lo abro, porque se vuelve como lo hacen las sombrillas en la playa cuando se las lleva el viento- y cayó de su interior una mujercita morena, de poco más de metro y medio de altura. Me miró de arriba a abajo, me tocó el culete -dijo que lo tenía menos prieto que otro al que por lo visto le gusta el canario en tomate-, se agarró de mi brazo y dimos un paseo por calle Rosario y alrededores.

Olía bien, me hizo recordar cuando de niño mi madre me llevaba a aprender a nadar y atravesaba el complejo de piscinas, que estaba rodeado de hierba regada. Pero, era ciertamente bajita, y para entablar conversación tuvimos que buscar un lugar donde sentarnos y echar un café…

No os contaré lo que hablamos aquel día porque no soy de irme por las ramas -por cierto, que el ramaje de los acebuches era mecido por una brisa marinera la mar de agradable-. Pero lo cierto es que me invitó al café, desandamos parte del camino, ella agarrada a mi brazo y yo sosteniendo no muy alto el paraguas para que nos protegiera a ambos, y alguien dijo “pisha” -que es como en Cádiz nos dirigimos los unos a los otros-. Me giré, claro, pensando que ese “pisha” era para mí, y dejó de llover en ese instante-. Dado que el “pisha” no era mío recobré mi postura al tiempo que cerraba el paraguas, momento en el que, por arte del dios Momo, el de la coña y la guasa, la bajita desapareció.

A ver, que gilipollas del todo no soy. Sé que esa mujer no se encuentra dentro de mi paraguas, es científicamente imposible. Primero, porque no cabe. Segundo, porque el paraguas es muy sobrio, y ella es una esquina. Pero, ¿y si está? ¿Y si, sabe dios por qué secreto capricho, tengo en mi casa, junto a la entrada y dentro de un paraguas, a una mujer tan bonita? Si hay gente a la que le gusta el canario en tomate también es plausible que haya mujeres dentro de los paraguas.

A veces lo levanto para estimar su peso, y le resto el de las varillas y el de la tela y me digo que, tal vez, quizá…, sí, tal vez aún quede peso suficiente para otorgárselo a una mujer tan pequeña.

No digo que esté ahí, sé que no lo está… Pero, la esperanza de que tal vez se encuentre tan cerquita mía es suficiente para levantarme cada día, pasar junto al paraguas y susurrarle bajito: “Te quiero tanto…”.