Al leer libros descubro cartas

Aquellas maravillosas cartas.

Moderador: natura

Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

Desgracia - J. M. Coetzee

Querido David:

No me has prestado atención. No soy la persona que tú co­noces. Soy una persona que ha muerto, y todavía no sé qué podrá devolverme a la vida. Lo único que sé es que no puedo marcharme.
Esto es algo que no alcanzas a entender, y no sé qué más po­dría hacer para conseguir que lo entendieras. Es como si hubie­ras elegido adrede estar en un rincón al que no llega la luz del sol. Se me ocurre que eres como uno de los tres chimpancés: el que se tapa los ojos con las manos.
Sí, el camino que sigo puede ser erróneo, pero si ahora aban­dono la granja me habrán derrotado, y se me quedará el regusto de la derrota el resto de mis días.
No puedo ser siempre una niña. Tú no puedes ser padre siem­pre. Sé que obras con buenas intenciones, pero no eres el guía que yo necesito. Al menos, no en este momento.
Con cariño,
Lucy.
1
Avatar de Usuario
Ada
Foroadicto
Mensajes: 3575
Registrado: 21 Nov 2011 13:34

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Ada »

La quimica secreta de los encuentros , Marc Levy :

“Anton:
 
Cada día, cuando cruzo el vestíbulo de mi hotel, tengo la esperanza de que el conserje me entregue alguna carta tuya. Es una esperanza estúpida, ¿por qué ibas a “escribirme?
He tomado una decisión y he necesitado reunir mucho valor para hacerme esta promesa, o más bien, me hará falta mucho para mantenerla. El día que vuelva a Londres iré a llamar a tu puerta y dejaré justo delante de ella un paquete de cartas metidas en un cofrecito que iré a comprar esta semana al bazar. Pondré en él todas las que te he escrito y no te he enviado.
Las leerás por la noche, y quizá vengas a llamar a mi puerta al día siguiente. Es un «quizá» improbable, pero es que, desde hace algún “algún tiempo, «quizá» forma parte de mi día a día.
Y, para ponerte un ejemplo, quizá haya encontrado, por fin, un sentido a estas pesadillas que me atormentan.
La vidente de Brighton tenía razón, al menos en un punto. Mi infancia transcurrió aquí, en el primer piso de un edificio de Estambul. Pasé en él dos años. Debí de jugar en una callejuela al final de la cual se encontraba una gran escalera. No conservo ninguna pista de ello, pero esas imágenes de otra vida vuelven a surgir en mis noches. Para comprender el “mis noches. Para comprender el misterio que rodea una parte de mi infancia más tierna, debo proseguir mi búsqueda. Me imagino las razones por las que nunca me dijeron nada. Si hubiese sido madre, habría hecho como la mía y le habría ocultado a mi hija recuerdos demasiado penosos para contarlos.
Esta tarde, alguien me ha mostrado las ventanas del piso donde vivíamos, donde mi madre debió de apoyar su rostro para mirar el espectáculo de la calle. Me imaginaba la pequeña cocinita donde nos preparaba las comidas, el salón “salón donde debía de sentarme sobre las piernas de mi padre. Creía que el tiempo cerraría la herida de su ausencia, pero no lo ha hecho en ningún modo.
Me gustaría hacerte descubrir esta ciudad algún día. Iríamos a pasear por la calle Isklital y, cuando nos encontrásemos al pie de ciudad Rumelia, te mostraría el lugar donde viví cuando tenía cinco años.
Algún día iremos a caminar a orillas del Bósforo, tocarás la trompeta y escucharé tu música en las colinas de Üsküdar .

“Hasta mañana, Anton.
 
Un beso,”

ALICE .
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

Ventajas de viajar en tren - Antonio Orejudo


Estimado Ángel Sanagustín, la mayor ilusión de mi padre siempre fue que mi hermano Martín ingresara en la Academia Militar de San Javier, Murcia. Aunque mi hermano no tenía vocación, por contentarlo ingresó en la academia y se hizo militar. El día que lo aceptaron simuló para él, para mi padre, una falsa alegría muy grande, y brindó con champán junto a nosotros. Luego se marchó a la Academia de San Javier, y desde Murcia nos escribía todas las semanas cartas que mi padre leía y releía en su silla de ruedas bajo la ventana del salón; mi padre era paralítico, le volaron las piernas en un atentado. En sus cartas mi hermano nos contaba la vida diaria del cuartel, deteniéndose en anécdotas que mi padre sabía apreciar mucho mejor que mi madre o yo. En Navidades venía a casa con el uniforme de alférez, porque a mi padre le gustaba verlo así; y, vestido de paseo, sacaba a mi padre a dar una vuelta por el barrio. Cuando se licenció de teniente, fue destinado primero a Angola, con un ejército de paz, y luego a Italia como agregado militar de la embajada. Estuvo por esos mundos de Dios dos o tres años. De vuelta a España le destinaron a Valladolid y luego a Madrid; pero por muy poco tiempo. Cuando estalló la guerra en Yugoslavia, le mandaron para allá. De vez en cuando nos llamaba desde un teléfono de campaña y nos enviaba mensajes enigmáticos, mensajes cifrados decía mi padre, que no lográbamos descifrar: «Volveré en mi forma verdadera —decía—cuando viere con presta diligencia derribar los soberbios levantados, y alzar a los humildes abatidos por poderosa mano para hacerlo». Quiere decirnos algo, aseguraba mi padre, y se quedaba mirando por la ventana, con la vista perdida, temiendo en silencio y en secreto que su hijo se hubiera vuelto majareta. Un buen día, sin previo aviso, mi hermano cortó con nosotros todo tipo de comunicación; durante meses fue como si se lo hubiera tragado la tierra. Nosotros nos veíamos todos los telediarios, con la esperanza de que lo sacaran en las noticias, vivo o muerto, pero nunca salió. Hasta que una tarde apareció en casa, de paisano, con aspecto de vagabundo, sucio, barbudo y con un solo brazo. Me han echado, dijo por todo saludo. Nosotros estábamos comiendo en ese momento, y mi padre no pudo preguntar nada porque tenía una croqueta en la boca, pero en cuanto la deglutió quiso saber de dónde lo habían echado, temiéndonos los tres lo peor. Del Ejército del Aire, dijo mi hermano. Y nos explicó lo sucedido.
Todo empezó cuando lo enviaron a Yugoslavia para investigar el asesinato de cierta doctora sevillana que había levantado un hospital en Sarajevo, donde se atendía a huérfanos de guerra. Él, que siempre ha sido muy cumplidor, siguió a rajatabla las normas prescritas para este tipo de casos, y se entrevistó con los miembros de su equipo médico y con los de su círculo de amistades en busca de algún indicio esclarecedor. El caso no parecía tener misterio: uno de los huerfanitos, considerando a la doctora culpable de su orfandad, se había vengado de ella. A mi hermano también le pareció la conclusión más razonable, y ésa fue la tesis que comenzó a argumentar en el informe cuando uno de los camilleros, a quien ya había entrevistado ese mismo día, llamó a su puerta y le dijo textualmente:
—¿Quién no se sentiría deslumbrado por una morenaza que viene sola a los Balcanes y levanta un hospital infantil con sus propias manos? Era realmente asombroso verla ir y venir, de aquí para allá, dando siempre las órdenes precisas, tratando con firmeza al perezoso, poniendo a los malvados un pajarillo en plena nuca, derribando los soberbios levantados y alzando a los humildes abatidos. Salvó la vida de muchos, cuidó de todos y no quiso nunca que su trabajo se confundiese con la caridad, que de todos los egoísmos, solía repetir, es el más perverso porque se disfraza de altruismo y generosidad. Para que su esfuerzo no resultara baldío se preocupó siempre de enseñar lo que sabía, de modo que hoy yo puedo continuar lo que su muerte ha interrumpido. Hace unos años las subvenciones, que nunca fueron abundantes, aunque sí suficientes para sobrevivir, empezaron a escasear. Las medicinas se agotaban y los aparatos eléctricos dejaban de funcionar; faltaban el agua y la comida; los niños caían como moscas y todos nos temimos que, de seguir así las cosas, habríamos de poner fin a nuestro proyecto. Pero un buen día todo cambió. La escasez se tornó copia; la nada alumbró la luz, el agua manó de las piedras y del cielo cayó el maná. Yo le pregunté abiertamente por el milagro, pero no obtuve contestación. Repetí la pregunta varias veces y en todas ellas me dio la callada por respuesta hasta que una noche entró en mi cuarto de improviso y, envuelta en llanto, la doctora Linares me dijo textualmente:
—Como sabes, desde que vine a Yugoslavia vivo exclusivamente para satisfacer las exigencias del hospital cualesquiera que éstas sean. Por eso, cuando hace ya algunos meses nos negaron todas las subvenciones y estuvimos a punto de cerrarlo, decidí prostituirme. Seleccioné mis clientes entre los observadores de la ONU, mandos de la OTAN, miembros del séquito papal y altos representantes de organizaciones no gubernamentales. Durante algunos meses hubo algo más de dinero, suficiente para no claudicar, pero insuficiente para cubrir nuestras necesidades. Una noche, al término de un servicio, cierto cliente, al que llamaremos Cristóbal de la Hoz, me dijo que tenía un grupo de amigos muy poderosos, con mucha mano en la cosa caritativa, que estarían encantados de poderme ayudar. Me dijo cuánto dinero podría obtener en subvenciones de la OTAN, de la Unión Europea y del Papa; sin contar la millonaria calderilla que se comprometían a obtener de los presupuestos españoles, a cambio, para empezar, de un huerfanito al mes. Te puedes imaginar cómo reaccioné. Despáchele sin miramientos, y me olvidé del encuentro mientras pude, hasta que nuestra situación se hizo insostenible. Los niños se nos morían, recuérdalo, y apenas teníamos dinero. El que ganaba con mis servicios sólo cubría el gasto de comida. Y por si esto fuera poco, el banco amenazaba con ejecutar la hipoteca. Entonces acudieron a mi memoria las palabras de aquel cliente, y no tuve más remedio que considerar su propuesta en términos económicos: un niño a cambio de cien. Al decir esta frase me eché a llorar. Luego me repuse. Lo inmoral, me dije, era pararme a considerar mi refinado malestar espiritual en un infierno de dolor físico como éste. Así, pues, me puse en contacto con Cristóbal de la Hoz, que se mostró encantado y dispuesto a presentarme a sus amigos. Te ahorraré detalles. Sólo te diré que llegamos sin dificultad a un acuerdo económico que garantizaba no simplemente nuestra supervivencia, sino el crecimiento de nuestro orfanato. Recuerda que tú me preguntabas de dónde salía el dinero, y que yo te daba la callada por respuesta. Escogía el huerfanito mensual al azar con el propósito de partir mi responsabilidad con la fortuna. Nunca volvíamos a verlos. Mejor así. Suponía que escapaban después de las vejaciones. Hasta que la semana pasada, una noche, estando yo dormida, sentí que alguien llamaba a mi puerta. Abrí y en el umbral encontré a Cristóbal de la Hoz, que venía a medio vestir y traía el rostro desencajado. En seguida me advirtió que no quería ningún servicio. Le dejé pasar, le di de beber y después de tomar un baño me dijo textualmente:
—Desde que supe que mis amigos proporcionaban niños a quienes pudieran pagarlos, se fue apoderando de mí una curiosidad que no sé si era malsana o traducción de mi arrepentimiento por haber servido de intermediario. Tan interesado debieron de verme en saber qué hacían con los niños, que una noche, algo borrachos, me dijeron: Venga, te vamos a enseñar qué hacemos con los huerfanitos, y me llevaron a la última planta subterránea del hotel donde me alojaba, que era de acceso restringido. En una de las habitaciones habían instalado un estudio con una cámara de esas que filman el calor a través de los muros. Al otro lado del tabique estaba la suite, en la que dentro de unos instantes iba a comenzar el show, dijeron. Nos sentamos frente a un monitor donde podía verse una cama vacía, y nos servimos unas copas mientras esperábamos. En seguida apareció un grupo de tres personas que inspeccionaron palmo a palmo la habitación. Los guardaespaldas, dijeron mis amigos. Poco después apareció un conocido monarca, acompañado de uno de tus huerfanitos. Mientras presenciábamos entre risas sus sofocos y sus bellaquerías, mis amigos me explicaron la triple vía de sus ingresos: el conocido monarca pagaba una buena suma, y además se le obligaba a mover los hilos de tu subvención. Manipulando digitalmente su rostro, se obtenía un inocente vídeo pornográfico, uno de tantos, del que se hacían miles de copias que se distribuían por todo el mundo. Si hay gente dispuesta a pagar verdaderas fortunas por acostarse con un huerfanito, hay mucha más dispuesta a consolarse mientras lo ve. En los países del Este se los quitan de las manos; para mis amigos ha sido maravilloso el retorno a las libertades de los países comunistas. Además, cada operación constituía una inversión dormida, como decían ellos: estos vídeos serían durante décadas material sensible para el chantaje, ya que en caso de apuro siempre se podían esgrimir para obtener favores políticos o, simple y llanamente, dinero. Estaban explicándome esto cuando fueron interrumpidos por una llamada de teléfono. Perdónanos un momentillo, me dijeron, nos ha surgido un problema, ahora volvemos. Cuando me quedé solo, estuve contemplando los numeritos de Su Majestad, pero en seguida me aburrí, me levanté y deambulé por aquella especie de estudio, inspeccionándolo todo ocularmente. En aquel examen, provocado más por la tardanza y el aburrimiento que por la curiosidad, vi que en un estante se amontonaban centenares de cintas de vídeo, cada una de las cuales llevaba en el lomo el nombre de su protagonista. No puedes imaginarte quiénes han pasado por allí, creo que estaban todos. No resistí la tentación de robar la protagonizada por la conocida esposa de un político conservador. Me apeteció ver alguno de aquellos numeritos solo en mi habitación, con un whisky. Pude habérsela pedido a mis amigos, pero me dio no sé qué y preferí llevármela sin permiso. Al poco rato regresaron, conversamos algo más y finalmente me marché. Una vez en mi habitación tomé una ducha, me serví un whisky y me puse cómodo. Reconozco haber disfrutado viendo disfrutar a la respetable esposa del hombre público. Para tu tranquilidad te diré que el huerfanito no parecía sufrir; la señora en cuestión está todavía de muy buen ver, y he de reconocer que derrochaba ternura con la criatura. Y sucedió una casualidad. Un instante antes de terminar la película, llamaron por teléfono. Bajé el volumen de la tele, pero no detuve el vídeo, gracias a lo cual pude comprobar mientras hablaba que después de la filmación, la pantalla quedaba en negro unos instantes para iluminarse a continuación, cinco minutos después. Y lo que vi no fueron sofocos ni bellaquerías, sino unas horribles imágenes que me han descabalado por dentro. El huerfanito, todavía desnudo, comía con avidez un generoso bocadillo de jamón serrano sin advertir que entre sus tiernas lonchas habían disimulado un anzuelo que se tragaba creyendo que era tocino. En ese momento el sedal se tensaba y el huerfanito era elevado como un salmón de río y suspendido hasta que sus vísceras se desprendían y caía sin ellas, desplomado y vacío como un juguete roto. El desprendimiento se filmaba a cámara lenta y se tomaban primeros planos de sus gestos de extremo y entrañable dolor. Al día siguiente llamé a uno de mis amigos, con el que tenía más confianza, Leandro Cabrera, y me reuní con él en un lugar público aparentando normalidad. Cuando estuvimos frente a frente, saqué la cinta de vídeo y tirándola sobre la mesa le dije que me parecía monstruoso que se dedicaran a la filmación de muertes, y que no era eso lo que habíamos pactado. Le exigí que me dijera la verdad, y entonces él, tras una larga pausa y sin ocultar el fastidio que le producía contestarme, me dijo textualmente:
—Dinero. Esa es la única verdad, Cristóbal. Yo soy un profesional de la economía de mercado y he sido adiestrado para extraer el máximo beneficio de la materia prima. Como sé que en el fondo eres morboso, te diré que aunque la filmación de la muerte genera más beneficios que la prostitución y el chantaje, nada es comparable al precio que pagan las farmacias por las vísceras infantiles. Nosotros las tripas las estamos vendiendo por una fortuna a una firma que fabrica un alimento especial que comen las ocas. Los cuerpos inertes, limpios y vaciados, se los queda un excéntrico taxidermista de Nueva York, que los llena de serrín y los vende al detall entre la progresía neoyorkina, que valora un huevo el arte hiperrealista de este tío. Las autoridades nos toleran porque rebajamos los índices de paro juvenil, si es que no participan simbólicamente, un uno por ciento, en el negocio. Y en cuanto a ti, Sherlock Holmes, qué te voy a decir; que has tocado fondo y estás metido en un buen lío; mi empresa te va a buscar por todo el planeta hasta dar contigo y, quién sabe, a lo mejor tu cuerpo termina expuesto en alguna galería y tus tripas sirven de alimento para las ocas que dan el foie oficial de la familia olímpica. Aunque no te lo mereces, voy a interceder por ti, Cristóbal, amistad obliga; intentaré que no te extraigan los globos oculares, que, secados convenientemente, se convierten en unas gomas cojonudas que borran boli y tinta de impresora. Que los ojos, por lo menos, te los dejen. Venga, Cristóbal, dame un abrazo.
—Ahora, doctora Linares —concluyó Cristóbal de la Hoz—, temo por mi vida; pero no quería desaparecer sin que supieras todo esto. Si alguna vez vas por Nueva York no te olvides de pasar por las galerías de arte, que igual encuentras allí expuesto a tu viejo cliente, Cristóbal de la Hoz, y te crees que es una estatua muy bien conseguida. Suerte.
—No quiso decirme Cristóbal de la Hoz dónde se marchaba —concluyó la doctora—, desapareció y no he vuelto a verlo nunca más. Supongo que habrá muerto. En cuanto a mí, soy la siguiente, lo sé, y no me importa; me harán un favor, porque después de lo que he sabido, ni una peregrinación descalza al Rocío lavará esta culpa tan grande que llevo dentro. He venido a darte las llaves del cajón donde encontrarás toda la documentación de nuestro hospicio, para que puedas hacerte cargo de él. Desaparece del mapa una temporada, que nadie sepa nunca que yo he hablado contigo; nadie sospechará que he confiado mis más íntimos secretos a un simple camillero. Y si alguna vez vas a Nueva York, mantén los ojos muy abiertos porque igual nos ves a Cristóbal de la Hoz y a mí, disecados, y no te das cuenta y te crees que es arte hiperrealista.
—La doctora Linares —concluyó el camillero— se marchó por donde había venido y no la volví a ver con vida. Por favor, no le diga a nadie que he venido, porque si no, acabaré en el Metropolitan de Nueva York con la tripa llena de serrín y la cara de gilipollas.
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

Ventajas de viajar en tren - Antonio Orejudo

A la mañana siguiente, mi hermano comprobó ciertos extremos de su declaración, y vio que era verdad. Él, que, según nos decía en sus cartas, había hablado con una cabeza recién decapitada; él, que había visto a una mujer comiéndose a su hijo, y hombres desinflados, a los que se les había ido la vida por el ano, que se habían muerto de diarrea mientras soltaban un hilo de agua infinito; él, que había visto tripas sujetas con cinta aislante; que había visto nacer un niño de una mujer muerta; que había visto rostros devorados por las hormigas; y a una rata comerse los ojos de una mujer inmóvil de pena, tuvo que sentarse en el suelo, porque no podía con su desconsuelo, y se echó a llorar. Elevó su informe, pero sus superiores se lo devolvieron por un defecto de forma. Insistió. Que se olvidara del asunto, le dijeron; pero él se negó. Entonces lo juzgaron por insumiso, lo ingresaron en un psiquiátrico y borraron todo vestigio de su paso por el Ejército. Cuando nos lo contó, mi madre y yo le creímos, pero mi padre, que de cosas del Ejército entendía más que nosotras, dijo que era mentira, y dio un puñetazo tan fuerte en la mesa, que la partió en dos. Toda la comida salió por los aires, y una croqueta le dio en la frente a mi hermano, que indignado cogió la puerta y se marchó por donde había venido. Desde entonces no hubo día que mi madre y yo no lo pasáramos llorando y afeándole la reacción a mi padre, quien, por su parte, se encerró en un mutismo absoluto y consagró su vida a mirar por la ventana o a sentarse en el patio frontal, a ver pasar la gente los días de toros, en los que nuestra calle se animaba un poco más. No hizo otra cosa el hombre hasta que la muerte se lo llevó una tarde, después de merendar, en plena actividad observadora. Mi madre y yo tratamos de ponernos en contacto con mi hermano dando aviso al servicio de socorro de Radio Nacional de España, pero no hubo manera de localizarlo; llegamos a pedirle perdón públicamente en un conocido programa de televisión, pero él no dio señales de vida. Resignada a no volverlo a ver nunca más, mi madre murió de pena a los pocos meses, sin que mi hermano apareciera.
Justa o injustamente, mi hermano ha cumplido su condena, pero ni siquiera ahora le permiten rehacer su vida, y los servicios secretos de inteligencia quieren aniquilarlo, darle muerte civil, y van por ahí diciendo que si está loco, y que si va por la vida convenciendo a la gente para que se tire al camión de la basura. No tengo más que decir. Suya atentamente Amelia Urales de Úbeda.
1
Avatar de Usuario
Ada
Foroadicto
Mensajes: 3575
Registrado: 21 Nov 2011 13:34

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Ada »

“Querido Edgar: Ahí va esta carta. La última. Pero no te alarmes. No voy a decirte que tengo un nudo en la garganta y que me salen las letras torcidas y que se me humedecen los ojos. No. Esta carta es como las de siempre. Como las que tanto te divertía recibir cuando estabas en Malibú o cuando te “escapabas a Londres o a París en busca de aquellos “inventos” que tanto nos gustaban y nos entusiasmaban a los dos. ¿Te acuerdas de aquel “pelapatatas” que trajiste de Bélgica,…
»Nunca nadie en tu casa peló con él una patata, pero tú y yo acabamos con todas las patatas que encontramos a mano y nos lo pasamos “bomba”.
»Pero esta vez, Edgar, te has ido demasiado lejos. Acaso porque los que te hemos rodeado en las últimas horas no hemos sabido encontrar el invento que necesitabas para retrasar tu viaje. ¡Qué burros! “¿Verdad? O tal vez porque a ti, con ese ansia de verlo todo y de estar en todas partes, se te había metido en la cabezota la idea de ver cómo era la otra vida.
»Si es así, feliz viaje. Puede que en ella encuentres el invento definitivo. El que sirve para todo y que ya hace inútiles todos los demás inventos.
»Un abrazo.
Tono»”

Carta escrita por Tono a Edgar Neville en abril de 1967 Entonces naci yo ( memorias para desmemoriados -Miguel Gila
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

La desheredada - Benito Pérez Galdós

El Tomelloso, a 9 de febrero de 1873.

Mi querida sobrina (o cosa tal): Cuando recibas estos renglones, ya este pecador, a quien llamaste tío y que más que tío ha sabido ser padre tuyo, estará en la Eternidad dando cuenta a Dios de sus muchas culpas. Aquella dolencia que ni el médico de este pueblo ni el de Argamasilla entendieron, me coge ya toda el arca del pecho, quitándome la respiración de tal modo, que a cada momento pienso que se me va fuera el alma. Y aprovecho el poquito tiempo que esta señora ha de estar dentro de mi cuerpo, para escribirte y darte la despedida, sintiendo mucho no poderlo hacer por mi mano. Tengo que estar tendido boca arriba sin movimiento, y el Sr. Rodríguez Araña, secretario del Ayuntamiento, me hace el favor de escribir lo que dicto, puesto el pensamiento en ti y en tu hermano, a quienes supongo ya en pacífica posesión del marquesado.
Por tu última carta veo que esperabas aviso de la señora marquesa de Aransis. Esa buena señora os habrá reconocido como nietos, porque no puede ser de otra manera. Ojalá fuera tan seguro que he de alcanzar la gloria eterna, como lo es que tú y Mariano nacisteis de aquella hermosa y sin ventura Virginia, de quien sacaste tú la figura y rostro de tal manera y semejanza, que verte a ti es lo mismo que verla a ella resucitada. Pero si por artes de algún enemigo o tontunas de la marquesa (que a esta gente endiosada hay que tenerle miedo) se te hubiese cerrado la puerta de Aransis, te aconsejo, te mando y ordeno que acudas con tu cuita a los Tribunales de justicia, pues tan claro y patente está tu derecho en los papeles que tienes y en otros que yo conservaba para el caso y que te remito, que en dos repelones has de ganar el pleito y tomar por la ley lo que de otro modo no quisieran darte. Yo tengo gran fe en la fuerza de la sangre, y me parece que estoy viendo a la señora marquesa echándote los brazos al cuello y comiéndote a besos. Si las cosas han pasado de otra manera, trata de que la señora te reconozca por el parecido. Conviene que te registres bien el cuerpo todo, a ver si tienes en él algún lunar o seña por donde la marquesa venga en conocimiento de que eres hija de su hija; que yo he leído casos semejantes, en los cuales un lunarcillo, un ligero vellón o cosa así han bastado para que encarnizados enemigos se reconocieran como hijo y padre y como tales se abrazaran. De esto están llenas las historias.
     Para que lo gocéis, si es que ya estáis en vuestro trono, o para que siga el pleito, si no lo estáis, os dejo un legado que no es cosa mayor. Os doy por curador a mi amigo el Sr. D. Manuel Pez, nuestro diputado, persona a quien conoces y seguramente tendrás por la misma caballerosidad.
     Cuando poseas lo de Aransis, que es buen bocado, no dejes que se te vaya la mano en el gastar, pues las liberalidades consigo mismo o con los demás son el peligro de los ricos y la sangría de las bolsas. Cásate con persona de tu condición, pues si lo haces con quien por debajo de ti esté, te expones a que el peso de tu cónyuge te tire hacia abajo y no te deje flotar bien. En caso de no hallar exacta pareja, más vale que te unas con quien te sea superior, que también hay príncipes y duques por estas tierras.
     No tengas vanidad; pero tampoco des tu brazo a torcer. Haz limosnas, que los pobres y necesitados tienen a los ricos por providencia intermedia entre la Providencia grande y su miseria. Sois como delegados del Sumo Repartidor de bienes, para que de lo vuestro deis una parte a los que nada tienen.
     Que no se conozca nunca que has sido pobre, pues si descubres por entre tus sedas el paño burdo de tus primeros años, habrá tontos que se rían de ti. Instrúyete bien en las cosas que no has podido aprender en la pobreza. Tú eres lista y harás grandes progresos. No olvides de darte algunas tareas de piano, que eso de teclear es, a mi modo de ver, cosa fácil y que se aprende con un poco de paciencia.
Para no descubrirte, muéstrate al principio circunspecta y callada, que con esto pasarás por modesta, y la modestia es virtud que en todas partes se aprecia; y en este periodo primero de circunspección, dedícate a observar lo que hacen los demás para aprenderlo y hacerlo tú misma luego que te vayas soltando. Observa cómo saludan, cómo manejan el abanico, cómo dan el brazo, cómo se sientan a la mesa y ponen el abrigo. Hasta de la manera de dar limosna a un pobre tienes que hacer particular estudio. Date un buen curso de todas estas cosas para salir consumada maestra.
Dicen que la sociedad camina a pasos de gigante a igualarse toda, a la desaparición de las clases; dicen que esos tabiques que separan a la humanidad en compartimientos, caen a golpes de martillo. Yo no lo creo. Siempre habrá clases. Por más que aseguren que esta igualdad se ha iniciado ya en el lenguaje y en el vestido, es decir, que todas las personas van hablando y vistiendo ya de la misma manera, a mí no me entra eso. ¿La educación general traerá al fin la uniformidad de modales? Patarata. ¿Los salones de la aristocracia se abren a todo el mundo y dan entrada a los humildes periodistas y folicularios? A otro perro con ese hueso. Dicen que las señoras de la grandeza cantan flamenco y que los veterinarios echan discursos de filosofía. Esa no cuela. Yo no lo creeré aunque lo vea. Si en algún momento de inundación social ha podido pasar eso, las cosas volverán a su cauce.
     Haz lo posible por distinguirte de los demás sin humillar a nadie, se entiende. Usa siempre las mejores formas, y hasta cuando quieras ofender, hazlo con palabras graciosas y suaves. Si tienes que dar una bofetada, dala con mano de algodón perfumado, que así duele más.
      Una buena mesa es cosa que enaltece al rico y pone, por decirlo así, el sello a su grandeza. En nada se conoce el buen gusto, nobleza y dignidad de un alto señor como en sus guisos y manera de presentarlos y servirlos. Digna corte de los finos manjares es un buen círculo de convidados que sazonen la comida con las especias finísimas del ingenio discreto; especias, hija mía, que más bien son flores de aroma delicado. Mira bien a quién convidas. No sientes parásitos a tu mesa, que estos, después de vivir a tu costa, te criticarán. Elige diariamente un pequeño número de comensales, graves sin afectación, ingeniosos sin descaro, festivos sin chocarrería, y que coman sin gula y beban sin embriaguez, honrando tu casa y celebrando tu mesa.
      Mucho te hablaría de tu cocina, si mi mal me diera espacio para ello. Solamente te diré, que pues la moda quiere que el arte francés con sus invenciones, en que entran el gusto y la forma, prevalezca sobre nuestra cocina nacional, no te dejes vencer del patriotismo, tratando de restablecer usos culinarios que están ya vencidos. Adopta la cocina francesa, toma un buen jefe y provéete de cuanto la moda y la especulación traen de remotos países. Pero has de saber que es de buen gusto el no condenar en absoluto nuestras sabrosas comidas; y así, no hay cosa de más chispa que sorprender un día a tus convidados con un plato de salmorejo manchego, bien cargado de pimienta, o con un estofado de la tierra, bien espeso y oloroso. Esto, hecho a tiempo y tras una exhibición hábil de fruslerías francesas, no sólo no te será vituperado, sino que te valdrá grandes alabanzas.
      Vístete con primor. Huye tanto de la vulgaridad poniéndote lo que todas se pongan, como de la excesiva singularidad poniéndote lo que a nadie se le haya ocurrido usar. Hay un término medio, delicadísimo, muy difícil de alcanzar, en el cual debe mantenerse la persona verdaderamente elegante. Muchos que quieren huir demasiado de la vulgaridad, dan en la extravagancia; procura que en tus atavíos, sin que falte lo común y corriente, haya algo exclusivamente tuyo, algo personal, personalísimo, que no puedan imitar los demás, y habrás logrado el objeto.
     Sé siempre buena católica cristiana, que lo primero es salvar el alma. Cumple los preceptos de la Iglesia, que todo ello se puede hacer sin fatigarse. Pero no te entregues con excesivo afán a las prácticas religiosas; trata a los curas con consideración, y dales para que coman, que a esta gente hay que tenerla contenta. De cuando en cuando costea novenas y alguna que otra función; pero sin pasar de ahí ni abrir tu puerta a los señores de hábito negro, los cuales, si les dejaras, pronto imperarían en ti y en tu casa. Ten cuenta que si eres beata, dirá la gente que lo haces para encubrir alguna trapisonda, y considera que ya no hay santos ni cosa que lo valga.
      De un punto sumamente grave te quiero hablar ahora, y es de la vida conyugal, cosa que, según oigo decir, anda ahora muy por los suelos. Yo quisiera que la tuya fuera ejemplar y que nadie pudiese en ningún punto poner en duda la limpieza de tu honor ni la firmeza de tu fe matrimonial. Es muy posible que tu esposo, llevado de la corriente y de los perversos usos del día, se hastíe un poco de ti, y busque entretenimiento y variedad en otras mujeres. ¡Atroz desaire que te producirá no pocos sofocones y te pondrá a dos dedos del mayor peligro en que jamás se han visto tu dignidad y virtud!... Pues si te dejas llevar del despecho y rabia de los celos, si te impacientas demasiado por la soledad en que tu esposo te tiene, te faltará poco para caer en pecado igual al suyo. Cuidado, hija mía, mucho cuidado. A su poligamia contesta con tu castidad, a su lascivia con tu abstinencia. Aguanta, resiste, y no degrades tu corazón dándolo a algún mequetrefe que lo tome por vanidad, y por hacer gala de tu conquista entre los tontos y desocupados. Consérvate digna, recatada, siempre señora inexpugnable; que al fin y al cabo tu marido, por la fuerza de sus vicios, reventará, y entonces podrás volverte a casar eligiendo con todo cuidado otro marido que te considere más y te atienda mejor que el primero.
    Otras muchas cosas quisiera decirte; pero como creo haber manifestado las más importantes, no digo más, porque las fuerzas me faltan. Acuérdate de lo mucho que hemos hablado de esto en las largas noches de invierno. Mi pensamiento se va nublando, y temo que, si no doy punto aquí, me falten fuerzas para firmar esta. Dentro de poco habré cerrado mis ojos a la luz de este mundo. Quiera Dios abrírmelos a los de la gloria eterna. He recibido los Santos Sacramentos, y espero el perdón de mis culpas. Tengo la conciencia tranquila; no temo la muerte, y me importan ya poco las molestias de mi cuerpo. Perdono a mis enemigos; me despido de mis amigos, y recibe tú el último pensamiento y el suspiro último de tu amantísimo tío (o cosa tal),

                                      SANTIAGO QUIJANO QUIJADA


  
                             

              
 













 
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

La habitación de la torre. 13 historias de fantasmas - Edward Frederic Benson

Te lo envío para que lo custodies, ya que tú sabes, corro un gran riesgo si guardo ases en Italia.
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

Fragmentos de interior - Carmen Martín Gaite

Agustina querida: querría tener la certeza de que en estos momentos, las cuatro de la tarde, mientras te escribo desde un café del paseo de Recoletos, estás tranquila, sin tristeza ni preocu­paciones. Llevo cinco días sin carta tuya y pien­so en ti continuamente, en que puedas andar desalentada, a mandobles con el tiempo, sin sacarle alegría ni provecho. Eso es lo que más me inquieta; si supiera a cada instante que es­tás bien, yo también lo estaría y tendría fuerzas para todo. Piensa esto, que necesito tus ánimos y tu confianza para trabajar y acortar la espera. Ya sé que la separación cría malentendidos y que cuando estamos juntos basta con una mirada para deshacerlos, pero si no tienes paciencia, me lo haces todo más difícil. Pronto tendremos ho­ras y horas por delante para hablar, para ca­llar, para hacer viajes, para tendernos bajo los árboles y mirar el mar alborotado que tanto te atrae, para afrontar juntos todos los trabajos. Pero yo no quiero que me den las cosas resuel­tas, me gusta vivir también este tramo de la ta­rea, es un tiempo que se puede rescatar.
Me acuerdo de nuestra última despedida, de cómo mirabas a lo lejos el mar en Cascaes con esa expresión tuya herida y ausente, como si el corazón se te fuera a partir, pero a pesar de la belleza de tus párpados caídos, prefiero recordarte como a la niña curiosa y algo maligna que me presentó Luis Coelho en el Penedo da Sauda­de, me esfuerzo por revivir la luz que tienen tus ojos cuando se abren como ventanas por donde entra a raudales el sol y salen volando banda­das de pájaros. Escribe, lee, sal de paseo, habla con tus amigos, con Clara, y que cuando se os­curezcan tus ojos no sea por culpa de mi ausen­cia; que mi ausencia, Agustina, es un simple acci­dente, una pausa que más corta se hará cuanto menos importancia les des. Pero, sobre todo, ten confianza en mí, porque la necesito y porque no te defraudaré nunca, porque jamás he querido de verdad a nadie hasta que te he conocido a ti.
Adiós, amor mío. Escríbeme pronto, por fa­vor, y mándame la foto que decías. Las dos cosas me hacen falta: tu imagen y tu letra.
Te besa muchas veces, D.
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

Fragmentos de interior - Carmen Martín Gaite

«...No, Agustina, te equivocas. Tu poema es muy bonito, pero esa inocente armonía destila veneno y engaño y creo que te lo debo decir. La poesía, tal como tú la concibes, supone un peli­gro, porque convierte en dogma cualquier estado de ánimo pasajero. No te estoy diciendo que de­jes de convertir en literatura tus emociones —que además lo haces muy bien—, sino que no les des salvoconducto de eternidad. La literatura puede ser eterna como tal, pero no los sentimientos que la hicieron nacer. Nadie va a desprestigiar a Pe­trarca porque a la emoción de un soneto suce­diera posteriormente otra, cosa que tuvo que ocurrir sin más remedio. Pero para ti, Agustina, los cambios son sinónimo de traición y eso te im­pide ver el fluir real de la vida. Dices que no en­tiendo la grandeza de tu amor y que por eso lo considero excesivo; no: lo considero excesivo por el miedo que tengo a que algún día puedan dañarte sus excesos. Tómame como soy, yo no pue­do tenerte a ti el mismo amor que tú me tienes, te tengo otro, el mío, y tampoco te pido a ti que cambies, te pido que no sufras. Tu desconfianza es la única cosa que me estorba y aleja de ti. Todo lo demás me atrae y me acerca: tu dulzu­ra, tus ojos, tu pelo, tu cuerpo, tu palabra, me gustas toda tú tal como eres, más que nadie. Ten­go ahora delante la foto que me mandas con el poema. ¡Cómo miran tus ojos, con qué fuego! Quisiera verlos siempre, pero no para «hundirme en sus aguas turbulentas y ahogar en ellas mi voluntad y mi memoria» como deseas tú, sino para que le sirvan a los míos de espejo y referen­cia, para crear un fluido limpio de mirada que nunca se enturbie con mentiras. Déjame decirte siempre la verdad, Agustina, presentar ante tus ojos la imagen del que soy y del que vaya siendo a lo largo del tiempo, sólo eso quiero pedirte, sólo eso salvará del deterioro unas relaciones que...»
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

Fragmentos de interior - Carmen Martín Gaite

«Querida Luisa —decía— he recibido tus dos cartas. Yo también me acuerdo mucho de ti y me pesa bastante esta vida tan ajetreada y arti­ficial, después de los días tan bonitos contigo este verano. Pero no empieces a ponerte nervio­sa: no hace falta que vengas ni que tomes por ahora ninguna determinación que altere tu vida. Me pone triste que digas que esta historia nues­tra ha sido más importante para ti que para mí. Te demostraré pronto lo contrario, ya verás como logro encontrarte un trabajo decente aquí. Pero ten paciencia; no puede ser cosa de un día ni de dos. Ahora estoy ocupadísimo y tratando de co­brar bastante dinero que me deben por todas par­tes. En cuanto me desenrede y arregle las cosas te iré a ver un día y hablaremos de todo. Me han gustado mucho tus cartas, tan jóvenes y tan sin­ceras como tú. Nunca me había dicho ninguna mujer unas cosas tan maravillosas, pero es por­que tú eres distinta de todas estas muñecas de plástico que me rodean. No estés preocupada ni triste, ten confianza en mí, que ya lo arreglare­mos todo, verás como sí. Adiós, niña mía boni­ta, mi flor silvestre. Un beso como el último al pie de la montaña.
G."
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

A sus plantas rendido un león - Osvaldo Soriano

AL SEÑOR CÓNSUL DE LA REPÚBLICA ARGENTINA EN BONGWUTSI

Ante la salvaje agresión sufrida por la Corona británica, Mister Alfred Burnett hace saber al señor representante de la República Argentina en Bongwutsi que el Reino Unido se dispone a defender por todos los medios lo que por legítimo derecho le pertenece. El honor y la virtud de la Corona serán preservados. El señor Cónsul de la República Argentina deberá abstenerse en el futuro de todo acto que pudiera ser considerado sospechoso, pérfido o agresivo. Mr. Burnett ha ordenado a las tropas de Su Majestad que establezcan una zona de exclusión de 200 metros en torno de la embajada de Gran Bretaña. Dentro de ese perímetro, todo súbdito argentino será declarado persona no grata y tratado en consecuencia.

DIOS SALVE A LA REINA
Mr. Alfred Burnett, embajador de Gran Bretaña
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

Unos ojos azules - Thomas Hardy

Rectoría de Endelstow, 18 de febrero de 18...

Muy señor mío:
Estamos considerando restaurar la torre y la nave lateral de la iglesia de esta parroquia; y lord Luxellian, el dueño de estas tierras, ha mencionado su nombre como arquitecto de confianza para pedirle que supervise las obras.
Ignoro por completo qué pasos preliminares hay que dar. No obstante, parece lo más plausible (caso de que, como afirma lord Luxellian, esté dispuesto a ayudarnos) que usted o algún empleado suyo venga a ver el edificio y redacte un informe para satisfacción de los parroquianos y otras personas.
La iglesia se halla en un lugar muy remoto: la estación de tren más cercana queda a veinte kilómetros; y el lugar más cercano para alojarse (lo llaman ciudad, aunque no es más que un pueblo grande) es Castle Boterel, a tres kilómetros; de modo que lo más conveniente sería que se hospedara en la rectoría (que me satisface poner a su disposición) en lugar de tener que seguir hasta el hotel de Castle Boterel y tener que regresar a la mañana siguiente.
Cualquier día de la semana que viene que elija para venir a visitarnos nos encontrará dispuestos a recibirle. Sinceramente suyo,

CHRISTOPHER SWANCOURT
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

Unos ojos azules - Thomas Hardy

Percy Place, Charing Cross, 20 de febrero de 18...

Muy señor mío:
De acuerdo con su petición del 18 del corriente lo he dispuesto todo para hacer un informe pericial y levantar planos de la nave lateral y de la torre de su iglesia parroquial, y de los deterioros que se han ido acumulando, con vistas a su restauración.
Para dicho propósito, mi ayudante, el señor Stephen Smith, saldrá de Londres con el primer tren de la mañana. Muchas gracias por su propuesta de darle alojamiento. Acepta su oferta, y probablemente llegará a su casa ya anochecido. Puede confiar en él plenamente, y no dude de su discernimiento en materia de arquitectura eclesiástica.
Confiando en que los planos para la restauración, que yo prepararé a partir de los detalles del informe de mi ayudante, sean de su entera satisfacción y de la de lord Luxellian, le saluda atentamente,

WALTER HEWBY
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

Unos ojos azules - Thomas Hardy

Querido Smith: El viejo H. está que trina por su tardanza con los bocetos de la iglesia. Dice que no vale usted los problemas que causa. Dice que le escriba y le diga que no se quede más bajo ningún concepto, que él habría hecho todo el trabajo en tres horas sin ningún problema. Le dije que usted no tenía mucha experiencia, cosa que al parecer había olvidado, pero eso no pareció afectarle mucho. Sin embargo, entre usted y yo, si fuera usted me quedaría tranquilamente un día más, si es que no siente deseos de volver. Me tomaría la semana entera y acabaría mi juerga. Se pondrá hecho un basilisco tanto si aparece el sábado como si lo aplaza hasta el lunes por la mañana.

Atentamente, SIMPKINS JENKINS
1
Avatar de Usuario
Cape
Vivo aquí
Mensajes: 6539
Registrado: 03 Dic 2007 23:50

Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Cape »

El beso de la mujer araña - Manuel Puig

-«Querido mío: Hace mucho que no te escribía porque no tenía coraje para decirte todo esto que pasó y vos seguramente lo comprenderás porque sos más inteligente que yo, eso seguro. También no te escribí antes para darte la noticia del pobre tío Pedro porque me dijo su mujer que te había escrito. Yo sé que vos no querés que se hable de esas cosas porque la vida sigue y se necesita mucha valentía para seguir en la lucha por la vida, pero a mí es lo que más me ha embromado desde que soy vieja. Bueno, vos que sos más fuerte, como yo querría ser, ya estarás resignado. Yo sobre todo lo extraño mucho al tío Pedro porque me quedó un poco la familia a mi cargo, y es mucha responsabilidad. Mirá peladito, que me dijeron que te pelaron bien, y qué lástima que yo no me puedo hacer el plato viéndote, vos que tenías la melenita de oro, siempre me acuerdo todo lo que hablábamos, sobre todo de no dejarnos tirar abajo por las cosas personales, y siguiendo tu consejo traté de arreglarme como pude.
Yo te estaba extrañando cada vez más y por eso, sobre todo después de la muerte del tío Pedro, le di permiso a mi sobrina Mari para que tuviera relaciones con un muchacho que vos no conociste y que viene a casa y es muy bueno para ganarse la vida. Pero yo le dije a mi sobrina que no lo haga dándole importancia, porque eso es fatal, y es nada más que la camaradería necesaria para que.ella tenga fuerzas para la lucha por la vida.
Estuve pensándolo mucho si te lo tenía que decir o no, pero como te conozco sé que preferirás que te lo cuente yo. Por suerte los negocios van bien, y tenemos fe en que pronto nuestra casa entre en una vía próspera de una vez. Es de noche, y pienso que a lo mejor vos también estás pensando en mí.
Te abraza muy fuerte, Inés.»
1
Responder