La muerte de Tarelkin - Aleksandr Sujovó-Kobylin

¿Quién no ha leído a Lope de Vega y Calderón entre otros muchos autores? Buñuel, Almodóvar, Fellini, ¿qué sería de una buena película sin un buen guión?

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La muerte de Tarelkin - Aleksandr Sujovó-Kobylin

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«LA MUERTE DE TARELKIN» de Aleksandr Sujovó-Kobylin

Nº de páginas: 302
Editorial: ASOC. DIRECTORES DE ESCENA
Idioma: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788487591617
Año de edición: 1996
Plaza de edición: MADRID
Traductor: JORGE SAURA
Fecha de lanzamiento: 23/08/1996
ADE dice:

Ahora bien, lo que me extraña es que esta desmesurada farsa haya podido ser autorizada alguna vez en algún país donde exista la policía y la judicatura, ya que se trata de la más delirante y feroz crítica del sistema policial que yo conozca. Una sola escena, la séptima del primer acto, basta para mostrar el clima de violenta sátira de la comedia: el general Varravin hace una colecta entre sus subordinados para enterrar el supuesto cadáver de Tarelkin. Pero, como ninguno suelta una perra les propone un sistema más acorde con sus costumbres: cada uno meterá la mano en el bolsillo del otro, de modo que, robando al compañero, todos aportan la cantidad solicitada.

Todo es desaforado en La muerte de Tarelkin. Los personajes son, sin excepción, mezquinos, taimados y corruptos. Tarelkin es un pícaro sin escrúpulos, Varravin un redomado bribón, Raspliúyev una especie de ogro de apetito insaciable y cerebro de mosquito. La imbecilidad de la policía es sólo comparable a su brutalidad y su ansia de desplumar a todo ciudadano.

Las situaciones están llevadas al límite de lo grotesco, y abundan los elementos de comicidad «inferior» definidos por Bajtín como «rabelesianos». No sólo la afición pantagruélica a la comida y la bebida, sino el regodeo en detalles «de mal gusto», como el mal olor que debe invadir la escena en el primer acto gracias al pescado podrido que mete Tarelkin en el ataúd para simular la hediondez de su cadáver, o la descripción burlesca que hace Varravin de su figura en sus propias narices.

El autor, que conocía de cerca el mundo judicial y policial por haberse visto envuelto en un oscuro asunto de asesinato, calificó su obra de «Comedia bufa», y pretendía «proporcionar al público, unos minutos de sencilla y alegre risa». Pero eso no hace olvidar el fondo terriblemente serio de una sátira que profundiza hasta lo más hondo de la barbarie, de un sistema basado en la arbitrariedad y el poder sin límites. Las escenas que se suceden en este esperpento son espeluznantes: ni siquiera se ahorra la tortura del preso, llevándolo a la desesperación por la sed. Leonid Grossman, en el prólogo, la califica de «Tragedia sin catarsis», es decir, horror puro sin purificación y sin compasión. Un mundo deshumanizado donde la risa y el terror se dan la mano.

La muerte de Tarelkinreúne todos los elementos de la tradición satírica y grotesca en una creación que sería parangonable con el Ubu roi si no fuese mucho más divertida que él. Es muy posible, en efecto, que el autor quisiera que su público se divirtiera. Ahora, si no lo hace el espectador español, puede hacerlo el lector de esta modélica edición.
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