Silvia Plath
Moderadores: Tessia, lunallena
Re: Silvia Plath
Los maniquíes de Munich
La perfección es terrible: no puede tener hijos.
Fría como el aliento de la nieve, tapona la matriz
donde los tejos soplan como hidras,
el árbol de la vida y el árbol de la vida
liberando sus lunas, mes tras mes, sin ningún propósito.
El flujo sanguíneo es el flujo del amor,
el sacrificio absoluto.
Significa: no más ídolos salvo yo,
yo y tú.
Así, en su encanto sulfuroso, en sus sonrisas
estos maniquíes se apoyan esta noche
en Munich, morgue entre París y Roma,
desnudos y calvos entre pieles,
caramelos naranja en palo de plata,
intolerables, sin mente.
La nieve deja caer fragmentos de oscuridad,
nadie cerca. En los hoteles
manos abrirán puertas y dejarán
zapatos gastados para un lustre de carbono
en los que gruesos dedos encajarán mañana.
Oh, lo doméstico de estos escaparates,
los encajes de bebé, la confección de verde follaje,
los macizos alemanes dormitando en su Stolz sin fondo.
Y los teléfonos negros en las horquillas
brillando
brillando y digiriendo
la ausencia de voz. La nieve no tiene voz.
La perfección es terrible: no puede tener hijos.
Fría como el aliento de la nieve, tapona la matriz
donde los tejos soplan como hidras,
el árbol de la vida y el árbol de la vida
liberando sus lunas, mes tras mes, sin ningún propósito.
El flujo sanguíneo es el flujo del amor,
el sacrificio absoluto.
Significa: no más ídolos salvo yo,
yo y tú.
Así, en su encanto sulfuroso, en sus sonrisas
estos maniquíes se apoyan esta noche
en Munich, morgue entre París y Roma,
desnudos y calvos entre pieles,
caramelos naranja en palo de plata,
intolerables, sin mente.
La nieve deja caer fragmentos de oscuridad,
nadie cerca. En los hoteles
manos abrirán puertas y dejarán
zapatos gastados para un lustre de carbono
en los que gruesos dedos encajarán mañana.
Oh, lo doméstico de estos escaparates,
los encajes de bebé, la confección de verde follaje,
los macizos alemanes dormitando en su Stolz sin fondo.
Y los teléfonos negros en las horquillas
brillando
brillando y digiriendo
la ausencia de voz. La nieve no tiene voz.
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Re: Silvia Plath
¡Bellísimo! Sublimemadison escribió:Cierro los ojos y el mundo muere;
Levanto los párpados y nace todo nuevamente.
(Creo que t inventé en mi mente).
Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
sin sentir galopa la negrua:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Soñé que me hechizabas en la cama
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan derafines y soldados de satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Imaginé que volverías como dijiste.
Pero crecí y olvidé tu nombre
(Creo que te inventé en mi mente).
Debí haber amado al pájaro de trueno, no a tí;
al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente)
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Re: Silvia Plath
Dios mío, ¿qué soy yo
para que esas bocas tardías se abran a gritos
en un bosque de escarcha, en un amanecer de flores de trigal?
De Ariel, Silvia Plath
para que esas bocas tardías se abran a gritos
en un bosque de escarcha, en un amanecer de flores de trigal?
De Ariel, Silvia Plath
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Re: Silvia Plath
Esta semana, para la Revista, y dentro de la entrega dedicada a los autores malditos, hemos querido recuperar un artículo firmado por Ginazul sobre esta autora.
El ansia de perfección. Sylvia Plath - Ginazul http://revista.abretelibro.com/2009/09/ ... plath.html
No os lo perdáis.
El ansia de perfección. Sylvia Plath - Ginazul http://revista.abretelibro.com/2009/09/ ... plath.html
No os lo perdáis.
Re: Silvia Plath
Deseabas con locura la calma
de una muerte que alejaste
durante horas—
con el cuerpo de una mujer para tu jarrón,
botijo, urna…
fuiste el terciopelo rojo de una rosa ansiosa,
floreciendo en su anhelo
por volver a la tierra.
Ahora yaces bajo una lápida—
quieta, más allá del frío,
más allá de los voltios azules, más allá
de tu luna pertubadora.
Fuiste una fuente
erguida para su caída. Y tus ojos
dos oscuras piedras de silencio,
desbordándose en un océano
de verso profundo.
Ahora los huesos de tu cuerpo yacen quietos,
areniscos. Y tus dientes permanecen
silenciosos, como guijarros pacíficos,
más allá del bombardeo de las olas insistentes.
Y tú flotas en la blancura
de tu madre huesuda, que con lágrimas
ha puesto estrellas en las cuencas de tus ojos.
Piedras y rosas
de una muerte que alejaste
durante horas—
con el cuerpo de una mujer para tu jarrón,
botijo, urna…
fuiste el terciopelo rojo de una rosa ansiosa,
floreciendo en su anhelo
por volver a la tierra.
Ahora yaces bajo una lápida—
quieta, más allá del frío,
más allá de los voltios azules, más allá
de tu luna pertubadora.
Fuiste una fuente
erguida para su caída. Y tus ojos
dos oscuras piedras de silencio,
desbordándose en un océano
de verso profundo.
Ahora los huesos de tu cuerpo yacen quietos,
areniscos. Y tus dientes permanecen
silenciosos, como guijarros pacíficos,
más allá del bombardeo de las olas insistentes.
Y tú flotas en la blancura
de tu madre huesuda, que con lágrimas
ha puesto estrellas en las cuencas de tus ojos.
Piedras y rosas
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Re: Silvia Plath
Desde hace dos o tres años lo pongo en mi cumpleaños (en septiembre) y en su cumpleaños, exactamente un mes después, es decir, hoy:
Enlace
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Re: Silvia Plath
Gris es la pared ahora, desgarrada y sangrienta.
¿Cómo salir de la mente?
Los pasos a mi zaga concéntranse en un pozo.
Este mundo carece de árboles y de pájaros,
solo hay agrura en él.
De Temores
¿Cómo salir de la mente?
Los pasos a mi zaga concéntranse en un pozo.
Este mundo carece de árboles y de pájaros,
solo hay agrura en él.
De Temores
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Re: Silvia Plath
Lo logré otra vez,
Me las arreglo —
Una vez cada diez años.
Especie de fantasmal milagro, mi piel
Brillante como una pantalla nazi,
Mi diestro pie
Es un pisapapel,
Mi rostro un fino lienzo
Judío y sin rasgos.
Descascara la envoltura
Oh, mi enemigo,
¿Aterro acaso? —
¿La nariz, las cuencas vacías, los dientes?
El apestoso aliento
Se desvanecerá en un día.
Pronto, muy pronto, la carne
Que la tumba devoró
Se sentirá bien en mí
Y yo una mujer que sonríe.
Tengo sólo treinta años.
Y como gato he de morir nueve veces.
Esta es la Número Tres.
Qué desperdicio
Eso de aniquilarse cada década.
Qué millón de filamentos.
La multitud mascando maní se agolpa
Para verlos.
Cómo me desenvuelven la mano, el pie —
El gran desnudamiento.
Damas y caballeros.
Estas son mis manos
Mis rodillas.
Soy tal vez huesos y pellejo.
Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer.
La primera vez que sucedió tenía diez.
Fue un accidente.
La segunda vez pretendí
Superarme y no regresar jamás.
Oscilé callada
Como una concha marina.
Tenían que llamar y llamar
Recoger mis gusanos como perlas pegajosas/
Morir
Es un arte, como cualquier otra cosa.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Lo hago para sentirme hasta las heces.
Lo ejecuto para sentirlo real.
Podemos decir que poseo el don.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Muy fácil hacerlo y no perder las formas.
Es el mismo
Retorno teatral a pleno día
Al mismo lugar, mismo rostro, grito brutal
Y divertido:
“Milagro!”
Que me liquida.
Luego una carga a fondo
Para ojear mis cicatrices, y otra
Para escucharme el corazón –
De verdad sigue latiendo.
Y hay otra y otra arremetida grande
Por una palabra, por tocar
O por un poquito de sangre
O por unos cabellos o por mi ropa.
Bien, bien, está bien Herr Doktor.
Bien. Herr Enemigo.
Yo soy vuestra obra maestra,
Su pieza de valor,
La bebé de oro puro
Que se disuelve con un chillido.
Me doy vuelta y ardo.
No creas que no valoro tu gran cuidado.
Ceniza, ceniza —
Ustedes atizan, remueven.
Carne, hueso, nada queda 00
Una barra de jabón,
Una alianza de bodas.
Un empaste de oro.
Herr Dios, Herr Lucifer
Cuidado.
Cuidado.
Desde las cenizas me levanto
Con mi cabello rojo
Y devoro hombres como el aire.
De Ariel, Harper & Row.New York, 1965
Traducción de Cecilia Bustamante
Me las arreglo —
Una vez cada diez años.
Especie de fantasmal milagro, mi piel
Brillante como una pantalla nazi,
Mi diestro pie
Es un pisapapel,
Mi rostro un fino lienzo
Judío y sin rasgos.
Descascara la envoltura
Oh, mi enemigo,
¿Aterro acaso? —
¿La nariz, las cuencas vacías, los dientes?
El apestoso aliento
Se desvanecerá en un día.
Pronto, muy pronto, la carne
Que la tumba devoró
Se sentirá bien en mí
Y yo una mujer que sonríe.
Tengo sólo treinta años.
Y como gato he de morir nueve veces.
Esta es la Número Tres.
Qué desperdicio
Eso de aniquilarse cada década.
Qué millón de filamentos.
La multitud mascando maní se agolpa
Para verlos.
Cómo me desenvuelven la mano, el pie —
El gran desnudamiento.
Damas y caballeros.
Estas son mis manos
Mis rodillas.
Soy tal vez huesos y pellejo.
Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer.
La primera vez que sucedió tenía diez.
Fue un accidente.
La segunda vez pretendí
Superarme y no regresar jamás.
Oscilé callada
Como una concha marina.
Tenían que llamar y llamar
Recoger mis gusanos como perlas pegajosas/
Morir
Es un arte, como cualquier otra cosa.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Lo hago para sentirme hasta las heces.
Lo ejecuto para sentirlo real.
Podemos decir que poseo el don.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Muy fácil hacerlo y no perder las formas.
Es el mismo
Retorno teatral a pleno día
Al mismo lugar, mismo rostro, grito brutal
Y divertido:
“Milagro!”
Que me liquida.
Luego una carga a fondo
Para ojear mis cicatrices, y otra
Para escucharme el corazón –
De verdad sigue latiendo.
Y hay otra y otra arremetida grande
Por una palabra, por tocar
O por un poquito de sangre
O por unos cabellos o por mi ropa.
Bien, bien, está bien Herr Doktor.
Bien. Herr Enemigo.
Yo soy vuestra obra maestra,
Su pieza de valor,
La bebé de oro puro
Que se disuelve con un chillido.
Me doy vuelta y ardo.
No creas que no valoro tu gran cuidado.
Ceniza, ceniza —
Ustedes atizan, remueven.
Carne, hueso, nada queda 00
Una barra de jabón,
Una alianza de bodas.
Un empaste de oro.
Herr Dios, Herr Lucifer
Cuidado.
Cuidado.
Desde las cenizas me levanto
Con mi cabello rojo
Y devoro hombres como el aire.
De Ariel, Harper & Row.New York, 1965
Traducción de Cecilia Bustamante
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Re: Silvia Plath
Caen estrellas gruesas como piedras en el ramoso
Piquete de árboles cuya silueta es más oscura
Que la oscuridad del cielo cuando carece de ellas.
Los bosques son un pozo. Las estrellas caen silenciosamente.
Parecen enormes, pero caen, y no hay vacío visible.
Tampoco causan incendios donde se precipitan
O algún signo de ansiedad o de aflicción.
Los pinos las devoran de inmediato.
Sólo algunas estrellas llegan al anochecer
a donde provengo, y con cierto esfuerzo.
Están lánguidas y opacas de tanto viajar.
Las más pequeñas y tímidas jamás llegan en absoluto
Pero permanecen, allá a lo lejos, en sus propias cenizas.
Son huérfanas. No las puedo ver. Están perdidas.
Pero esta noche han descubierto este río sin problemas,
Están pulidas y seguras de sí mismas como los grandes planetas.
El Gran Carro de la Osa Mayor es la única familiar para mí.
No reconozco a Orión y a la Silla de Casiopea. Acaso cuelgan tímidamente bajo el horizonte tachonado
Como el sencillísimo problema matemático de un niño.
El número infinito parece ser el problema allá arriba,
O de lo contrario no están presentes, y su disfraz es tan brillante
Que no logro verlas de contemplarlas tanto.
Acaso la estación no sea la apropiada.
¿Y qué tal si el cielo de aquí no es diferente,
Y son mis ojos los que se han ido aguzado solos?
Tal exhuberancia de estrellas me avergonzaría.
A las pocas que me he acostumbrado son simples y estables;
Creo que no querrían este ostentoso telón de fondo
O mucha compañía, o la suavidad del sur.
Son demasiado puritanas y solitarias para ello—
Hay un espacio donde alguna cae.
Una sensación de ausencia en su antiguo lugar brillante.
Y donde yazgo ahora, de regreso a mi propia estrella oscura,
Veo aquellas constelaciones en mi mente,
Desabrigadas por el aire dulce de este huerto de duraznos.
Es demasiado fácil estar aquí; estas estrellas
me tratan demasiado bien.
Sobre esta colina, con su vista de castillos encendidos,
Cada tintineo da cuenta de una vaca.
Cierro los ojos y me bebo el friecito de la noche como las novedades de mi casa.
Piquete de árboles cuya silueta es más oscura
Que la oscuridad del cielo cuando carece de ellas.
Los bosques son un pozo. Las estrellas caen silenciosamente.
Parecen enormes, pero caen, y no hay vacío visible.
Tampoco causan incendios donde se precipitan
O algún signo de ansiedad o de aflicción.
Los pinos las devoran de inmediato.
Sólo algunas estrellas llegan al anochecer
a donde provengo, y con cierto esfuerzo.
Están lánguidas y opacas de tanto viajar.
Las más pequeñas y tímidas jamás llegan en absoluto
Pero permanecen, allá a lo lejos, en sus propias cenizas.
Son huérfanas. No las puedo ver. Están perdidas.
Pero esta noche han descubierto este río sin problemas,
Están pulidas y seguras de sí mismas como los grandes planetas.
El Gran Carro de la Osa Mayor es la única familiar para mí.
No reconozco a Orión y a la Silla de Casiopea. Acaso cuelgan tímidamente bajo el horizonte tachonado
Como el sencillísimo problema matemático de un niño.
El número infinito parece ser el problema allá arriba,
O de lo contrario no están presentes, y su disfraz es tan brillante
Que no logro verlas de contemplarlas tanto.
Acaso la estación no sea la apropiada.
¿Y qué tal si el cielo de aquí no es diferente,
Y son mis ojos los que se han ido aguzado solos?
Tal exhuberancia de estrellas me avergonzaría.
A las pocas que me he acostumbrado son simples y estables;
Creo que no querrían este ostentoso telón de fondo
O mucha compañía, o la suavidad del sur.
Son demasiado puritanas y solitarias para ello—
Hay un espacio donde alguna cae.
Una sensación de ausencia en su antiguo lugar brillante.
Y donde yazgo ahora, de regreso a mi propia estrella oscura,
Veo aquellas constelaciones en mi mente,
Desabrigadas por el aire dulce de este huerto de duraznos.
Es demasiado fácil estar aquí; estas estrellas
me tratan demasiado bien.
Sobre esta colina, con su vista de castillos encendidos,
Cada tintineo da cuenta de una vaca.
Cierro los ojos y me bebo el friecito de la noche como las novedades de mi casa.
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