Cuanto más fuerte es la tormenta, más grata resulta la calma que sigue. La calma después de la tormenta, El sábado de la aldea, El gorrión solitario, El infinito.: qué sentimientos grandes y profundos había revelado aquel poeta de feliz infelicidad, con absoluta sencillez, y quizá con imágenes triviales; qué huella indeleble en la memoria de los italianos que ahora podían considerarse viejos: desde los lejanos años de la escuela, y para el resto de la vida. ¿Aún lo leían en la escuela? Quizá sí; pero seguro que ningún chaval sabía sus versos de memoria. Par coeur, como decía la profesora de francés cuando distribuía las poesías de Victor Hugo, casi siempre de Victor Hugo.
Aún las recordaba: «Devant la blanche ferme où parfois vers midi Un vieillard vient s’asseoir sur le seuil attiédi...»; «Oh! combien de marins, combien de capitaines Qui sont parti joyeux pour des courses lointaines, Dans ce morne horizon se sont évanouis...»; y ésta ahora, más par coeur que nunca. ¡Qué expresión tan bella! Y la traducía «en el corazón, desde el corazón, para el corazón». De pronto descubría que era sentimental hasta las lágrimas.
Canto XXIV - La calma después de la tormenta
Pasó ya la tormenta;
los pájaros gorjean; la gallina
ha tornado al camino
y vuelve a cacarear. Sereno el cielo
surge a Poniente, sobre la montaña;
despéjanse los campos
y aparece en el valle el claro río.
Todo pecho se alegra; en todas partes
renacen los rumores;
el trabajo prosigue.
A contemplar el cielo, el artesano,
obra en mano, cantando,
asómase a la puerta;
sale la joven a coger el agua
de la reciente lluvia;
repite el verdulero
de camino en camino
el cotidiano grito.
He ahí el sol que retorna y que sonríe
por pueblos y colinas. Los balcones
y las terrazas abre la familia ;
en el sendero escúchase a lo lejos
tintinear de esquilas; cruje el carro
del viajero que sigue su camino.
Todo pecho se alegra.
¿Cuándo tan dulce y grata
es como ahora la vida?
Con tanto amor, el hombre,
¿cuándo se da a su estudio,
torna al trabajo, o nueva cosa emprende?
¿Cuándo se acuerda menos de sus males?
Placer, de afanes hijo;
vano goce, que es fruto
del pasado temor, donde temblaba
de espanto ante la muerte
el que odiaba la vida;
donde, en largo tormento,
fría, callada y pálida,
palpitaba la gente, contemplando
desplomarse sobre ella
viento, rayos y nubes.
Naturaleza afable,
las dádivas son éstas,
son éstos los deleites
que ofreces al mortal. Salir de penas
goce es para nosotros.
Penas derramas largamente; el duelo
espontáneo surge, y los placeres
que por milagro algunas veces nacen
de los afanes, son gran suerte. ¡Humana
prole cara a los dioses! Feliz casi
si descansar te dejan
de algún dolor; dichosa
si la muerte te cura de ellos todos.
Versión de Diego Navarro
Canto XXV - El sábado en la aldea, Giacomo Leopardi
A la puesta del sol, la alegre niña
torna de la campiña
con su haz de yerba y el florido ramo
en que lucen al par violeta y rosa,
y que, inocente, apresta
para adornar gozosa
pecho y cabellos al llegar la fiesta.
A par con la vecina
siéntase a hilar en el umbral la anciana
volviendo el rostro al astro que declina,
y se transporta a la estación lejana
cuando, aún fresca doncella,
danzaba al terminarse la semana,
con sus amigas de la edad más bella.
El aire se obscurece,
se matizan de azul los horizontes,
y descienden las sombras de los montes
cuando la luna cándida aparece.
La torre de la villa
la fiesta anuncia, y sus alegres sones
bajan a confortar los corazones.
Sobre la plaza la vivaz cuadrilla
de rapaces gritando
y aquí y allí saltando,
alza rumor que anima y alboroza;
mientras silbando el labrador regresa
y sentado a su mesa
con el descanso que prevé, se goza.
Cuando el silencio con la sombra crece
y toda luz fenece,
oigo el martillo que tenaz golpea
en el taller, do el oficial se afana
por dejar terminada la tarea
antes de que despunte la mañana.
Este es de la semana
el más hermoso y el postrero día.
Mañana tornarán fastidio y pena,
y a la habitual faena
cada cual volverá como solía.
¡Jovencillo gracioso!
Tu dulce edad florida
es como un día de alborozo lleno,
día claro y sereno,
que precede a la fiesta de tu vida.
¡Goza, gózalo pues! Edad de flores,
suave estación es esta:
nada más te diré; pero no llores
si se retarda tu anhelada fiesta.
Versión de Antonio Gómez Restrepo
El gorrión solitario, Giacomo Leopardi
Desde la cima de la antigua torre,
solitario gorrión, hacia los campos
cantando vas hasta que muere el día;
y la armonía corre por el valle.
La primavera en torno
brilla en el aire y en el campo exulta,
tal que al mirarla el alma se enternece.
Escuchas los balidos, los mugidos;
las otras aves juntas, compitiendo
dan alegres mil vueltas por el cielo
libre, y celebran su estación mejor:
tú ajeno y pensativo miras todo;
sin volar, sin amigos,
del juego huyendo y sin cuidar del gozo;
cantas, y así atraviesas
la flor más bella de tu edad y el tiempo.
¡Oh cuánto se parecen
nuestras costumbres! Risas y solaces,
dulce familia de la edad temprana,
ni a ti, amor, de los jóvenes hermano,
suspiro acerbo de provectos días,
busco, no sé por qué; y es más, de ellos
casi a lo lejos huyo;
casi solo, y extraño
a mi lugar natal,
paso de mi vivir la primavera.
Este día que ahora ya anochece,
celebrar se acostumbra en nuestra villa.
Se oye el son de una esquila en el sereno,
se oyen férreos cañones a lo lejos,
atronadores de una aldea en otra.
Toda la juventud
con los trajes de fiesta
deja las casas, corre por las calles;
y mira y es mirada, y su alma ríe.
Yo saliendo a los campos
en soledad por tan remota parte,
todo deleite y juego
para otro tiempo dejo; y al tender
la vista al aire ardiente,
me hiere el sol, que tras lejanos montes
se disipa al caer, como diciendo
que la dichosa juventud desmaya.
Cuando a la noche llegues, solitario,
del vivir que los astros te concedan,
en verdad tu conducta
no llorarás; pues da naturaleza
todos vuestros anhelos.
A mí, si el detestado
umbral de la vejez
evitar no consigo,
cuando mudos mis ojos a otros pechos,
ya ellos vacío el mundo, y el mañana
más tétrico y tedioso que el hoy sea,
¿qué me parecerá de tal deseo?
¿y qué estos años míos? ¿Qué yo mismo?
¡Ay, me arrepentiré, y frecuentemente
hacia atrás miraré, mas sin consuelo!
Canto XII - El infinito, Giacomo Leopardi
Amé siempre esta colina,
y el cerco que me impide ver
más allá del horizonte.
Mirando a lo lejos los espacios ilimitados,
los sobrehumanos silencios y su profunda quietud,
me encuentro con mis pensamientos,
y mi corazón no se asusta.
Escucho los silbidos del viento sobre los campos,
y en medio del infinito silencio tanteo mi voz:
me subyuga lo eterno, las estaciones muertas,
la realidad presente y todos sus sonidos.
Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento:
y naufrago dulcemente en este mar.
Versión de Carlos López S.