I Negra: Calamares en su tinta a la romana - Bohemio

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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I Negra: Calamares en su tinta a la romana - Bohemio

Mensaje por julia »

- << El modo en que los pliegues de la túnica caen sobre el cuerpo puede determinar los impulsos homicidas de un sujeto…>>
Estos griegos no se callan nunca pero hay que reconocer que saben atraer la atención como nadie. En cualquier caso, no me preocupa a cuánta gente pueda embaucar ese chiflado que alecciona por cuatro monedas. Aquellos incautos que decidan perder su dinero de esa manera nunca llegarán a hacerme la competencia. El de detective no es un trabajo recomendable, ni siquiera lucrativo, no es especialmente agradable ejercer el segundo trabajo más viejo del mundo (alguien tuvo que confirmarle a la esposa que su marido acababa de descubrir cuál era el primero). Probablemente la mayoría de pobres diablos que asisten embobados a las lecciones del supuesto maestro griego en investigación no aguantarían dos días en las calles de la urbe por excelencia. Roma es un mundo insondable donde los misterios ocultan pasiones y las pasiones desencadenan misterios. Un lugar en el que hay que andarse con más ojos que un acueducto y donde sólo un loco saldría de noche sin haber hecho antes testamento.
“Preguntando se llega a Roma”, dicen en provincias, así que cuando empezaron a aparecer cadáveres descuartizados en las ánforas de aceite de “Oliva Baal”, la mayor compañía importadora del sector, su dueño, Cuadraginto Furio, un excéntrico miembro del ordo equester con gustos orientales, se informó de que yo podía ser el hombre adecuado para encontrar al responsable por reunir una serie de condiciones que, Narciso me perdone, difícilmente encontraría parangón entre mis colegas, incluyendo la particularidad de que la combinación de todas ellas hacía que los clientes de toda condición me buscasen y rechazasen a un tiempo. Heleno por formación, romano hasta el tuétano por cuna, vivir en el Subura, donde nací, me conectaba con los bajos fondos y me daba un toque de peligrosidad para unos y de complicidad para otros. Además, el hecho de que mis habitaciones estuvieran junto a la insula donde nació y se crió el divino Julio, daba al paisaje una pátina de mito. A los ricos les repugnaba acercarse hasta allí pero ¿dónde mejor que en medio de tanta inmundicia iban a encontrar un profesional dispuesto a cumplir con sus demandas? Al mismo tiempo, haber sido miembro de la Xª legión provocaba una mezcla de desprecio en unos y respeto en otros pero todos valoraban a su vez la variedad de recursos que me podía proporcionar. Y para rematar la semblanza, el que hubiera ejercido como abogado en tiempos pasados me granjeaba la animadversión de todos ellos quienes, no obstante y precisamente por ello, deseaban tenerme de su parte.

Mientras aguardaba la cita con mi principal confidente, un mercader fenicio que estaba a punto de zarpar y me recibiría en cuanto terminase de cargar su nave, dejé atrás al griego charlatán y llegué a la villa de Lucio Amalteo, el magnate de la industria láctea en la parte occidental del Imperio. Últimamente el nivel de mis clientes había crecido y cuando dejé mi biga alquilada en la parte trasera, por discreción, atravesé la Dacia que era su jardín deseando poder endosarle la “tarifa Creso”, como había hecho con su aceitoso colega. Dos en un día sería un éxito mayor que el de Antonio en Farsalia y más cuando este iba a ser un caso rutinario relacionado con un esclavo desaparecido primero y hallado muerto después en unos baños públicos con más cortes en su cuerpo que los medos en las Termópilas. Esta última parte me facilitaba la tarea ya que, aunque constituya el garum nuestro de cada día, encontrar a un esclavo desaparecido en el dédalo que supone esta ciudad presenta a veces más dificultad que la que tuvo Apolodoro para construir el puente sobre el Danubius. Cuando un esclavo relativamente corriente desaparece (esto es, se fuga), recuperarlo supone para sus amos una cuestión de orgullo, fundamentalmente. Sin embargo, cuando se trata un esclavo altamente cualificado supone además una gran pérdida económica. Por otro lado, y esto es lo que más me llamó la atención del caso en cuestión, no es habitual que un esclavo de la categoría que me había sido descrita por Amalteo se escape sin llevarse siquiera alguna pertenencia o robar algunos objetos de valor o dinero de la casa que abandona. No son precisamente tontos. De hecho, dadas sus especiales condiciones y su carácter indispensable para el desempeño de las más importantes tareas, su modo de vida está muy por encima del de la mayoría de hombres libres, salvo por el pequeño detalle de la falta de libertad. La mano derecha de aquel repugnante caballero que se esforzaba por ocultar su riqueza dando vueltas a su anillo de oro desde un asiento preeminente en el teatro mientras su túnica con la estrecha franja púrpura daba más grima que el chalet de Diógenes, había sido cortada intencionadamente y exigía una explicación que, loado sea Mercurio, merecía el acuerdo de la ansiada tarifa que me había propuesto.
La posibilidad de satisfacer mi curiosidad era sólo un pobre extra que nada tenía que ver con la aceptación del caso, cuestión de la que se encargaban únicamente mi bolsa y la urgencia por ahorrar lo antes posible una pequeña fortuna con la que establecerme en la costa sur de Hispania para disfrutar el resto de mis días con una visión mucho menos agotadora que las calles mugrientas y las sombras que, pese a los sacrificios que realizo regularmente a los dioses, han encontrado un confortable aposento en torno a mi.
Como lo mío no es vocación precisamente y los ojos del ricachón me hacían ver que era menos fiable que un augur sobrio, únicamente le pregunté por la rutina diaria de su esclavo muerto, Estico, de manera que pude despedirme con celeridad y encaminarme hacia el lugar donde empezaba su jornada desde hacía cinco años.

Bajo la débil luz de la tarde otoñal, la pequeña plaza porticada en el este parecía discurrir más turbia que el Tíber en Saturnales. Unos golpes mullidos y disonantes reverberaban en los arcos que cobijaban los puestos visitados por algunos clientes vespertinos que lánguidamente paseaban sin mucha intención de compra. Allí, con las manos a la espalda y haciendo dura competencia a la columna en que se apoyaba para ver quién sostenía mejor el techo, se encontraba Tonsor, el barbero a quien Estico visitaba cada mañana antes de amamantar a la mitad del mundo civilizado. Pelo gris, túnica gris, mirada gris, conversación gris. Ignoraba si los barberos debían mantener esa actitud abstraída y distante como parte de su oficio y si ésta provocaría en los clientes más quietud o desasosiego a la hora de prestarle el gaznate unos minutos. No me miró ni una sola vez y cuando dirigí un paso hacia el local situado a su espalda, hizo el ademán de cerrar la tienda pero volvió a su trabajo de Atlas perdiendo de nuevo la mirada en la plaza. El suelo, mucho más limpio que el resto de los soportales, estaba cubierto por sacos de distintos tamaños repletos de mercancías sin identificar. Un pequeño reloj de sol en la esquina más septentrional de la placita me hizo recordar la entrevista en el puerto y salí de allí más decepcionado que Augusto tras Teutoburgo: hacía una semana que Tonsor no había visto a Estico y éste no podía haber muerto hacía más de tres días.

Cuando llegué al puerto, el ritmo era frenético. Es aconsejable que un detective tenga unas dotes particulares para el ejercicio de su oficio pero la mitad del mismo depende de que conozca a la gente adecuada. Mi mejor confidente, si se le puede llamar así, era además un experto en cuestiones mercantiles, no en vano era fenicio. En un mundo donde conviene tener más caras que Zeus y más recursos que Hermes, especialmente cuando hay un asesinato de por medio, visitar a Hiram constituía un riesgo. En cuanto puse un pie en el puerto empezó a gritar mi nombre mientras agitaba la mano y la tripulación de una docena de naves interrumpía sus quehaceres para observarme. Aquel hombre era menos discreto que las ocas de Juno Moneta.
Tras los saludos de rigor, llenos de frases altisonantes y confusas como era su costumbre, le pedí información sobre “Oliva Baal” pero, fiel a su costumbre para sacarme más dinero del que habíamos estipulado, se dedicó a hablar de los nerviosos que estaban todos en los muelles por la próxima concesión de la explotación de unas minas en Vipasca, Lusitania. Al parecer, los patrones andaban a la gresca entre si para conseguir un contrato de transporte en cuanto se supiera quién obtenía el cargo de procurador con la concesión asociada. Pero yo no estaba para historias de mercaderes, esos seres mezquinos que se salvan de encabezar la lista de personas más ruines del Imperio gracias a la existencia de los actores. Proyecté mi impaciencia con mi mirada en sus ojos ayudándola levemente con mi puño agarrando su cuello de timador por si no había entendido la urgencia de encontrar alguna información útil. A través de un chirriante hilo de voz empezó a hablar:
- Está bien, está bien… agh, encajas las negativas peor que Sila.
- ¿Te has dado cuenta?
- Si, eres muy sutil.
- Como los coturnos de un elefante, ya me conoces.
- Si me hubieras dejado seguir, estaba a punto de decirte que uno de los dos principales candidatos a obtener la explotación de Vipasca es precisamente ese Cuadriga Furio.
- Cuadraginto.
- Ah, si, cuadriga es lo que me hace perder la mitad de mis ingresos.
- Quien consiga ser nombrado procurador tendrá un negocio redondo: cumple una pocas normas, se asegura de que el Imperio ingrese la parte estipulada y se dedica a pensar qué hacer con tamaña fortuna durante el resto de su vida. Es un motivo más que bueno para un sabotaje. ¿Qué se dice ahora de la compañía aceitera?
Hiram estaba repasando mentalmente las apuestas perdidas ese mes en las carreras cuando un puntapié al casco de su nave le devolvió a la conversación.
- Oh, si, si, una pena, una auténtica pena lo de esa compañía. Importaba el mejor aceite de Hispania, oro líquido le llamaban, incluso empezaron a utilizar unas ánforas distintas, mejores en cuanto a capacidad y conservación, el mejor invento desde la túnica a rayas, te lo digo yo. Pero empezaron a aparecer partidas con restos humanos, el escándalo en el sector fue mayúsculo, la mayoría evitamos hacer tratos con ellos. Esas ánforas con sorpresa están hundiendo la empresa más deprisa que Pompeyo a los piratas.
- ¿Qui prodest?
Hiram me miró como cuando le leía fragmentos de la “Historia” de Heródoto, de modo que tuve que explicarme:
- Antes has dicho que hay dos candidatos principales ¿quién es el otro?
- Ah, sí, déjame pensar… Malteveo, creo.
- ¿Amalteo, Lucio Amalteo? ¡Claro!
- Eso he dicho -respondió triunfante-.
Recompensé a Hiram por la información pero mientras su pequeño y delgado cuerpo hacía mover en las extrañas convulsiones que él llamaba baile a su enorme nariz y con ella el resto de su tostada anatomía, me giré y volví a preguntarle:
- Oye, ¿no conocerás a un tal Estico, esclavo de Amalteo? Si andas metido en la puja por el contrato de transporte habrás tratado con él.
- ¡Claro! Más bribón que Marco Antonio de francachela. Andaba con… bueno con… ya sabes… Por el sagrado redondeo, Cayo, no me hagas pronunciar su nombre en tu presencia.
Mi cara se tornó como la de un pasajero en la barca de Caronte, clase turista. No pude contestar e Hiram, retrocediendo y poniendo todo tipo de pertrechos entre su escuálida figura y mi lograda representación del Vesubio en erupción, consiguió añadir:
- También Piso Otón está en el Gigi. Lleva tres meses allí y si estás buscando un asesinato por encargo sabes que debes hablar con él. Compréndeme, Cayo, te estoy dando información, no quiero problemas pero tu no eres como mis demás clientes: si me pagas, procuro cumplir sin engañarte.
No me quedó más remedio que relajar mi semblante ante tamaña deferencia. Le di una recompensa extra en forma de monedas y eso excitó su simpatía.
- Ya que vas, pregunta por Clepsidra, lleva poco tiempo pero ya se ha hecho la más popular del local. Eso sí, no pretendas que te de conversación, que te conozco. –Empecé a alejarme mientras Hiram hacía volverse a los demás marineros conforme elevaba el tono-. Te lo advierto, ¡es más basta que las bragas de Esparta!
Ante tamaña muestra de poesía digna de Virgilio, no tuve por menos que agachar la cabeza avergonzado y dirigirme al último lugar de la tierra o incluso del inframundo que hubiera querido visitar. El Gigi.

En esta convulsa Roma de los emperadores florecen todo tipo de negocios. Los lupanares refinados no son una excepción y entre todos los que se pueden encontrar en la ciudad, sin duda este era el más famoso. Su dueño era un galo simplón con una gran visión para hacer fortuna pero un nulo dominio de la lengua latina, de modo que, para vergüenza de muchos llamó a su local Gaudium gladius aunque ambas palabras no concordasen en género. Por suerte, también se creía tan sofisticado que nunca vino a vivir a Roma pero queriendo darle un toque de distinción para abrirse mercado, pretendió hacerlo popular utilizando las dos iniciales con su horrible acento galo de tal manera que al pronunciar las dos ges el resultado fue el empalagoso Gigi.
No hay que negarle al local un toque acogedor, gracias al trabajo de ella, que se lo digan a Piso Otón, el mayor matón de la ciudad que tenía alquilada una habitación en la casa, donde se refugiaba cuando no estaba bebiendo hasta caer inconsciente hastiado del mundo. Le entendía bien. El garito constaba de una recogida sala inferior donde tomar las mejores bebidas, un local de juego en la parte posterior y el lupanar más caro de la ciudad en la planta superior, adornada por frescos orientales en las paredes y frescas envueltas en seda en las habitaciones.
Mi encuentro con ella, era inevitable. De entre todas las sombras que me perseguían día y noche, la suya era la más sinuosa y también la más persistente. Pero si están pensando que voy a relatar una historia al respecto se equivocan, si quisiera charlar me buscaría a un filósofo griego hasta que uno de los dos cayese por agotamiento o desinterés provocado por la conversación del otro, lo que antes llegase. Baste decir que cuando me vio entrar, me llevó a una mesa apartada y fue a buscar a un sirviente. Yo intentaba dominarme y ella ya me había dominado. Cuando se acercó a la mesa pude contemplarla por un momento. Su pelo ondulado seguía cayendo a ambos lados de la cara como Escila y Caribdis empujando hacia la perdición de sus ojos y sus piernas seguían siendo como las puertas del templo de Jano: de una altura considerable y permanentemente abiertas, salvo excepciones. Se sentó y esperó a que pidiera, sabía que no iba a decepcionarla. Pedí dos vasos de hidromiel, el suyo extra dulce, el mío extra ansioso. No anduvo por las ramas y en cuanto apuré mi vaso me miró fijamente y preguntó con voz suave:
- ¿Sigues teniendo el corazón en pedazos?
- Más que el monte Testaccio –contesté maldiciendo la franqueza del hidromiel-.
En su cara se dibujó una sonrisa exactamente igual a la que debía de tener la Gorgona justo después de convertir en piedra a su presa. Evidentemente yo era una de sus excepciones, como un espartano cobarde o un germano educado. Intenté ponerme profesional aunque a esas alturas le hubiera cambiado el puesto a Ícaro sin dudarlo y como si la anterior escena hubiera sido cosa de otras personas, le pregunté por Estico. Su cara de aburrimiento hizo que me sintiera un poco más cómodo, como Dienekes luchando a la sombra de las flechas. Me estaba contando, distraída, que Estico hablaba de que tenía grandes planes que, según sus palabras, le darían pronto la libertad y podría llevarla consigo a una provincia soleada. Sonreí lastimeramente mientras pensaba en el pobre imbécil, ella parecía estar haciendo la lista de la compra.
En ese momento se acercó una escultural muchacha de nariz respingona, única línea recta en su voluptuosa anatomía. Estaba buscando a Otón con la mirada cuando me di cuenta de que ella se recostaba en su asiento divertida y fijándome de nuevo en la muchacha decidí comportarme como un hombre. Es decir, hice el idiota.
- Hola, me llamo Clepsidra
- Un nombre interesante –contesté tratando de sonar seguro pese a que no me interesaba lo más mínimo.
- Me lo pusieron en el,Gigi por la forma en que el agua resbala sobre mi piel -miró a su jefa de reojo y continuó- Tu te llamas…. Cayo.
- Se pronuncia “Gayo”
- ¿Y por qué te lo pusieron?
- Porque canto muy bien por las mañanas.
- Oh, ¿eso es cierto? –Hiram había vuelto a triunfar con las palabras, aquella chica no era basta, era tonta hasta la extenuación. Decidí completar la pantomima y arqueando una ceja contesté:
- Lo sabrás por la mañana.
De este modo, pudo darme un tortazo para el que juraría que había estado entrenando y que dejaba a Pólux como un vulgar colegial mientras ella se relamía como si hubiera estado esperando ese momento y no supiese que chicas más robustas que Clepsidra me habían atizado, aunque esperaba que no se diera cuenta de que jamás con tanta fuerza.

Aturdido por el golpe, deambulé por el local disimulando más que Bruto el día del padre mientras buscaba a Otón, poco dado a los encuentros de ningún tipo. Al fin lo vi, encorvado sobre una mesa, más solo que Rómulo jugando a las canicas. Decidí jugar la baza del veterano, pedí un vaso de vino y lo alcé ante él exclamando:
- ¡Decimotercera!
Se irguió como si le hubieran llamado a combate, se puso en pie y brindó mientras rugía, luego me hizo sentarme como si me conociera de toda la vida. Pero un legionario enterrado en vida es más lacónico que la Sibila y se limitó a preguntar:
- ¿Decimotercera?
- Décima, Partia.
- ¿Eras parte de una vexillatio? –Asentí-. ¡Ponle un vino a este camarada! ¡Pero que sea al modo escita! Ella miraba divertida, sin comprender que aquella barbaridad era la única manera que Otón tenía de honrar a un veterano. La miré abiertamente por unos segundos y me dirigió su mirada de “Odisea” que conocía tan bien y venía a significar pasarán al menos diez años hasta que puedas siquiera acercarte a casa.

Intentaba explicar la importancia de conocer a la gente adecuada y también de tener suerte en momentos determinados. Cuando ésta llega en situaciones tan pequeñas en relación a nuestra vasta vida (debo recordarme hablar a Hiram sobre esta palabra también) no le damos la suficiente importancia porque, no nos engañemos, no la tiene. Aquel veterano loco pudo ayudarme a resolver un caso como también pudo haberme matado pero a fin de cuentas no había diferencia para mí. Hubiera preferido que la suerte se dirigiera en dirección contraria aquella tarde en el Gigipero tampoco puedo mentirme de esa manera: nuestra historia nunca fue cuestión de suerte y nada más os interesa sobre el tema. Piso Otón me dijo que no había habido ningún movimiento para acabar con Estico pero que éste no había parado en los últimos meses. La implicación de la empresa de Amalteo en el sabotaje a “Oliva Baal” era evidente hasta para un germano y con el testimonio de Otón podía llegar a desenmascarar la trama. Sin embargo, si nadie quería acabar con Estico y Furio no sabía quién le estaba boicoteando ¿quién había matado al esclavo?
Hay un viejo dicho en nuestra profesión: “un caso resuelto es mejor que ninguno” (aunque estoy seguro de que es alguna mala traducción), de modo que con gran parte ganada me dispuse a volver a casa. Desandando el camino volví a pasar por la barbería de Tonsor. Estaba cerrándola en ese momento cuando escuché de nuevo los sonidos discordantes acercándose. Reconocí a Coponio, hijo de un antiguo colega de abogacía, que venía botando una pelota de cuero y tripas de cerdo. Al saludarle seguí sus ojos nerviosos hacia Tonsor, que miraba en derredor como si buscara el Leteo.
Hiram me enseñó una cosa hace años: si el dinero no es tuyo, juégatelo. De manera que pregunté distraídamente a Coponio por Estico y jugueteando de forma nerviosa con la pelota me dijo que lo había visto hacía menos de una semana siendo afeitado por Tonsor y que luego se había ido.
Mientras buscaba a los lictores iba haciendo aquello que tantas veces como la luna aparece en el cielo me había prohibido hacer: repasaba cada sonrisa, cada gesto, cada movimiento de ella y sólo una no me encajaba con el amplio catálogo que le conocía. Cuando al fin lo comprendí, corrí al Gigi en su busca pero me dijeron que se había marchado, al parecer conocía a un rico mercader cuya nave había partido rumbo a Egipto. Era ella. El pobre Estico estuvo saboteando a la compañía aceitera instigado por ella y no por Lucio Amalteo. De esa manera conseguiría su libertad y una enorme recompensa pero ¿de qué le servía a ella si siempre podía conseguir la fortuna que se le antojase? Habría perdido su juguete, pero tampoco le sería difícil encontrar otro. Sin ninguno de los dos en escena, no había a quién detener pero al menos el sabotaje se detendría, pensaba cobrar de todos modos.

Cuando pasaron los lictores ante nosotros escoltando a Coponio y Tonsor, tuve que explicar a Otón que jugando a la pelota, Coponio había dado un golpe a Tonsor en el preciso momento en que afeitaba a Estico, a la puerta de su establecimiento, aunque hubiera intentado ocultar que siempre lo hacía en el exterior. El golpe provocó un corte mortal en el cuello y para disimular le hicieron muchos más y dejaron su cuerpo en unos baños. Coponio confesó haber consultado los manuales de su padre y no encontrar una solución satisfactoria acerca de la Lex aquilia que regulaba el damnum iniuria datum en que habían incurrido: al no saber quién de los dos era el responsable de pagar el valor que el esclavo, Estico en este caso, tenía durante el último año (un precio que nunca habrían podido satisfacer entre los dos) decidieron deshacerse del cadáver.

Y así resolví mi caso calamar: aquel en que hay varios tentáculos para un solo cuerpo.
Al pasar junto a mi, Tonsor me preguntó cómo había podido descubrirles y yo le respondí:

- Es fácil: por el modo en que los pliegues de la túnica caen sobre vuestros cuerpos.
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Sunrise
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por Sunrise »

Calamares en su tinta, loado sea Mercurio :mrgreen:
Lo he pasado genial leyendo este relato, me gusta el título, los nombres, la historia. Es un relato que podría pàrecer pesado si no fuera porque está tan magistralmente bien escrito y tan bien desarrollada la trama que se lee solo, cuando te vas a dar cuenta estás enganchado. Las notas de humor que mete el autor/a son buenísimas (decidí comportarme como un hombre, es decir, hice el idiota o Me llamo Gayo porque canto bien por las mañanas :mrgreen: ). Es divertido y sobre todo es original. Para mi el más original de todos. Buenísimo.
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ciro
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por ciro »

Muy divertido, con algun anacronismo que se le perdona por el tono jocoso del relato. Como ocurre con otros demasiado recargado de metaforas graciosas. Casi cada linea tiene una metafora graciosa y eso para mi sobrepasa demasiado un relato que pretende ser de novela negra. Podría haber sido un ganador de relatos de humor.
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Ororo
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por Ororo »

Bueno, aquí se nota un gran esfuerzo de preparación con tantos detalles sobre mitología y personajes épicos. También está muy bien escrito, con notas humorísticas que, a mí (como a ciro), me parecen excesivas. Está sobrecargado de alusiones mitológicas y comparaciones, lo que, en mi caso, ha hecho más lenta la lectura e incluso me he perdido en la trama.
Aun así, está fantásticamente bien escrito, tiene mucho sentido del humor y ha conseguido arrancarme alguna sonrisilla. Además, resaltar la originalidad de redactar un caso de asesinato/detective en esa época.
Enhorabuena!
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Felicity
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por Felicity »

A mí este me ha llamado la atención bastante :D
Porque es un relato detectivesco pero ambientado en otra época.
Me gusta :meditando:

El pero: que parece más histórico pero está muy bien. Felicidades ;)
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Desierto
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por Desierto »

Me ha gustado, se aprecia el trabajo de documentación en todas las referencias o se desprende que el autor tiene un culturón sobre el mundo clásico, aunque me ha parecido precisamente un poco farragoso por todas las alusiones histórico/mitológicas... pelín recargado.
Formalmente muy bien escrito.
En cuanto a detectives en la época de la antigua Roma, no sorprende tanto si has leído las divertidas aventuras de Gordiano el Sabueso, je je. Tiene un aire...
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
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artemisia
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por artemisia »

lo siento pero me ha sido imposible acabarlo, me recuerda tanto a Falco, pero me resulta tan cargado de referencias y metaforas historicas que finalmente desisto....sorry
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SHardin
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por SHardin »

Leído. Me gusta mucho. A mi me encanta Gordiano el sabueso del que he leido todo y este relato me parece que supera el nivel de mi adorado gordiano. La ambientación es sobervia, me hizo parecer alli.
Como punto negativo uno de los aciertos que más me gustaron: La comapraciones y referencias. Son buenisimas todas pero tantas juntas me sacaron de la lectura que tanto me estaba gustando.

Tengo muchas frases señaladas por que me encantaron. Como ejemplo este dialogo:
- ... ese Cuadriga Furio.
- Cuadraginto.
- Ah, si, cuadriga es lo que me hace perder la mitad de mis ingresos.
Genial :mrgreen:

Uno de mis favoritos.
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al_bertini
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por al_bertini »

Me he reído mucho, pero es cierto que me recuerda tanto a Marco Didio Falco... En mi opinión abusa demasiado de las comparaciones graciosas, no hace falta demostrar conocimientos de Historia en cada línea :)
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Cronopio77
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por Cronopio77 »

Lo siento, pero éste no me gusta absolutamente nada. Por un lado, me sobran frases presuntamente graciosas por todas partes. Como ya comenté sobre otro relato, creo que el humor es muy difícil, y la impresión que tengo al leer esta historia es que el autor está advirtiendo todo el rato: "atención, preparad las risas, que voy a hacer una gracia". Por otro lado, pienso que el continuo recurso a hechos históricos y a citas de filósofos, políticos, etc. de la época resulta tan recargado que estropea todo lo demás. Creo que para componer un relato histórico hay que documentarse, pero no puede ser, en modo alguno, que el resultado parezca un manual de historia o un libro de citas históricas. La documentación ha de resultar transparente: tiene que estar, pero el lector no ha de apercibirse de ella.
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Arwen_77
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por Arwen_77 »

Me ha gustado. A mi es que las gracietas estas de las comparaciones me suelen gustar bastante. La época romana, también. Tengo que leer algo del famoso Marco Didio Falco o del Sabueso, que comentáis..
Pero el final me ha decepcionado un pelín: farragoso y no pillo el tema de porqué se entera de lo del barbero.
:101: El trono maldito - Antonio Piñero y José Luis Corral

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Bohemio
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por Bohemio »

_______Magistralmente bien escrito [...]
Cuando te vas a dar cuenta estás enganchado Sunrise

_______________Muy divertido [...]
_______________Un ganador de relatos de humor :mrgreen: ciro


Me gusta Felicity_______________Fantásticamente bien escrito Ororo
__________Me ha sido imposible acabarlo artemisia
Formalmente muy bien escrito. Desierto_______Me ha gustado Arwen_77


No me gusta absolutamente nada. Cronopio77

____________Me he reído mucho al_bertini

Supera el nivel de mi adorado Gordiano.
La ambientación es soberbia, me hizo parecer allí. SHardin

No he entendido un carajo Los Angeles Times


La banda promocional anterior corresponde a mi relato 8)

No son horas de extenderse pero gracias a todos por leerlo, o intentarlo, y por dejar vuestras opiniones. :P Mañana, si eso, más.
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SHardin
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por SHardin »

Saludos. Bohemio gracias por atreverte y por regalarnos este gran relato, me falto muy poquito para votar el estos calamares.

Por cierto como historia de investigación de un crimen (dos en este caso) es la mejor de todos los relatos de este concurso, lo señalo porque parece enmascarada al ser en la Roma clásica.
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ciro
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por ciro »

Solo tengo que decirte Bohemio que se nota que lees novela historica, lo cual me agrada. :mrgreen: . Por cierto puedes utilizar mis comentarios como promocion y lo de la letra pequeña, ¿quien no la utiliza? El banco, la Agencia Tributaria, los partidos politicos, las aseguradoras,...
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Arwen_77
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Re: I Negra: Calamares en su tinta a la romana

Mensaje por Arwen_77 »

¡Me encanta tu mail promocional! :meparto:
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