Chubbchubb escribió:Cómo se nota que me conoces...Josephine Maine escribió:Yo no me atrevería a desplumar a Chubb que esos bichos chiquitines y cucos tienen muy malas pulgas Y sino me creéis, tenéis que ver el video
El cluedo forero
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Re: El cluedo forero
Re: El cluedo forero
jonathan stride escribió:lo que se dice sesi sesi pero se hace lo que se puedeRaquelina escribió: Madre mía Jonathan...tú también a lo sesi?? Pues vaya, vaya
aunque a vosotras no hay quien os haga sombra, estais todas que quitais el hipo
¡Tíoooo buenoooo, macizo! Ole los chicos valientes, que se ha atrevido a ponerse la foto con el torso desnudo de avatar.
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Re: El cluedo forero
si es que yo soy un chico de palabraArwen_77 escribió:
¡Tíoooo buenoooo, macizo! Ole los chicos valientes, que se ha atrevido a ponerse la foto con el torso desnudo de avatar.
para mañana ya pongo mi gatito que si no me van a tomar por el loco del foro
arwen
He vuelto... Y no soy bueno.
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Re: El cluedo forero
¡Jonathan, qué valiente! :
Josephine, tengo muchas ganas de leer tu caso! Estoy segura de que será estupendo
Te daré una pista, a ver si tan buen detective eres... La frase tuya que recalcaba una cualidad mía, la dijiste justo en el post anterior al mío... es decir, era una respuesta a tu último post... Sólo tienes que leer con otros ojos lo que escribiste, y quizá así saques algo en claro
PD:
Josephine, tengo muchas ganas de leer tu caso! Estoy segura de que será estupendo
A la Obregón ni me la mencionesClandestino escribió:Srta. Bióloga -espero que no salgas tipo Ana Obregón - necesito más pistas, ya sé que me tienes como un buen detective pero, fue muy ambigua la frase que me dijiste... "una frase mía que recalcaba algo tuyo" creo que fue. He escrito como cien mensajes en este hilo y mil frases Necesito pistas o la resolución directamente
Te daré una pista, a ver si tan buen detective eres... La frase tuya que recalcaba una cualidad mía, la dijiste justo en el post anterior al mío... es decir, era una respuesta a tu último post... Sólo tienes que leer con otros ojos lo que escribiste, y quizá así saques algo en claro
PD:
no sé si estas conversaciones deberían hacerse por privado porque igual estamos desvirtuando el hilo y comentando cosas que no interesan a nadie más que a ti y a mi... |
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- jonathan stride
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Re: El cluedo forero
mas que valiente yo diria sin sentido del ridiculoAmanita escribió:¡Jonathan, qué valiente! :
amanita
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Re: El cluedo forero
pues no ha pasado nada interesante willen, pero esta noche creo que habemus caso (como dicen por aqui )
He vuelto... Y no soy bueno.
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Re: El cluedo forero
Esta noche me voy a cenar y al cine, pero cuando vuelva a casa echaré un vistazo al caso que esto promete
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Re: El cluedo forero
Amanita escribió:¡Jonathan, qué valiente! :
Josephine, tengo muchas ganas de leer tu caso! Estoy segura de que será estupendo
A la Obregón ni me la mencionesClandestino escribió:Srta. Bióloga -espero que no salgas tipo Ana Obregón - necesito más pistas, ya sé que me tienes como un buen detective pero, fue muy ambigua la frase que me dijiste... "una frase mía que recalcaba algo tuyo" creo que fue. He escrito como cien mensajes en este hilo y mil frases Necesito pistas o la resolución directamente
Te daré una pista, a ver si tan buen detective eres... La frase tuya que recalcaba una cualidad mía, la dijiste justo en el post anterior al mío... es decir, era una respuesta a tu último post... Sólo tienes que leer con otros ojos lo que escribiste, y quizá así saques algo en claro
PD:
no sé si estas conversaciones deberían hacerse por privado porque igual estamos desvirtuando el hilo y comentando cosas que no interesan a nadie más que a ti y a mi...
Je,je... Seguid hablando lo que queráis por privado, pero Clandes que cuente en público cual era su nick anterior y porqué entra ahora con otra identidad, que me dejó muy intrigada.
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Re: El cluedo forero
Ya me parecía a mi un poco sobreactuado el tio...Clandes que cuente en público cual era su nick anterior
Re: El cluedo forero
luisoroverde escribió:Ya me parecía a mi un poco sobreactuado el tio...Clandes que cuente en público cual era su nick anterior
¿Tu sospechas cual era el nick anterior?
Ummm, podriamos plantear un caso paralelo para averiguar cual era ese misterioso nick.
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Re: El cluedo forero
Caso Josephine Maine:
Edgar Maine, recostado en un angosto sillón de cuero con una copa de brandy en la mano que acostumbraba a tomar, rememoraba una de las mejores noches de su vida, la de su septuagésimo quinto cumpleaños. Había conseguido, por fin, que todos los integrantes de su numerosísima familia acudieran a las nueve de la noche a cenar a su mansión, a pesar de que un cúmulo de antipatías y envidias reinaban en la atmósfera. Esa noche todos dormirían bajo el mismo techo y a la mañana siguiente partirían. Le gustaba recordar cómo había adquirido el poder en su vida y el respeto de la familia; esas peculiaridades seguían estando presentes en su carácter.
El intransigente vejestorio había presidido una mesa rebosante de manjares. A la derecha, según la predisposición de la cocinera Amanita, estaba su hija mayor, Veves, única descendiente de su primer matrimonio, viuda de un soldado de guerra y que residía junto a su padre con el fin de colmar todas sus atenciones. Tenía esa noche un gesto altivo y una mueca de ironía en el rostro, que probablemente residía en que había invitado a la cena, por voluntad propia y con el completo desacuerdo de su padre, al hermano ilegítimo de su difunta madre, Martín Clandestino, un hombre muy ambicioso al que Edgar tenía poco aprecio (por no decir que un sentimiento mutuo de aversión les unía) y que su hija había contratado como mayordomo y chófer; el odio se percibía en su mirada cada vez que se cruzaban por la casa, asqueado éste de servir al cuñado que le había robado vilmente la fortuna de su hermana y que jamás le había reconocido como parte de la familia. Veves, una cincuentona perversa, no podía soportar que toda la fortuna de su madre recayera en un insolente mujeriego y que éste, en su testamento, se dedicara a regalarla a todos esos hijos de distintos matrimonios que había contraído en su longeva vida; él la miraba con la suficiencia de tener la facultad de hacer lo que le diese la real gana.
En el lado opuesto de la mesa, Mrs. Felicity, una señora de pies a cabeza con un título nobiliario como dote y la posibilidad para el señor Maine, apasionado por los rifles, de ingresar en la “Asociación Estadounidense de Armas de Fuego”; su matrimonio fue fugaz, ya que un caballero como él no soportaba la histeria de los desayunos, las acusaciones por infidelidad de la comida y los llantos a la hora de la cena, todo ello condimentado con las frecuentes copitas de vodka a deshora; ella decía sentirse utilizada e inmensamente infeliz y, entre trago y trago, concibieron a tres hijos consentidos e ingratos: Adisson, Luis y Chubb. Adisson acudió a convite con su marido, Jonathan Stride, auxiliar de enfermería de uno de los hospitales más prestigiosos de Los Ángeles, y sus dos retoños: Bantu, un niño africano de dos años adoptado por la pareja, y Arwen, una sensual adolescente rubia, hija del primer matrimonio de Jonathan; Edgar Maine dejó de verles en el momento en que anunció públicamente que no daría ni un centavo a nadie que no fuera de su sangre y menos a un retoño negruzco que le producía repugnancia; realmente, lo único que lamentó, fue el perder de vista a esa jovencita que más de una vez le había hecho perder la cabeza, sin ni siquiera pretenderlo. Toda la familia había acudido a la cena con cierta resignación; la joven tenía la cabeza gacha y se la notaba intranquila. Luis, su segundo hijo, era ahora el director gerente de la compañía internacional “PVC y Polipropileno´s Maine” de la que sería heredero; sin embargo, el poder lo seguía ejerciendo su padre que tomaba las decisiones y mangoneaba todo su trabajo, además de rechazar semanalmente cada proyecto que entregaba. La última propuesta, y quizás la más ventajosa de las hasta ahora planteadas, aunque tachada de “estúpida proposición” por el Sr. Maine, era asociarse con la compañía que les hacía competencia, vislumbrando unos más que jugosos beneficios a su favor; esto indignó profundamente al viejo que no quería ver cómo su hijo dilapidaba una empresa que vio crecer ante sus propios ojos y que le costó más de un disgusto. Chubb gozaba de una belleza deslumbrante, pero la malgastaba con ropa ancha y pasada de moda, algo que su padre detestaba. Su pasión eran las causas perdidas: era activista en la lucha por el medio ambiente, trabajadora de una protectora de animales, socia de un club por los derechos del Amazonas y orgullosa defensora del reciclado responsable, virtudes que eran capaces de hacer encolerizar a su padre que había imaginado para ella un futuro brillante; ella siempre estaba enfrentada a su padre por las emisiones de CO2 que su empresa generaba y jamás quiso solucionarlo. Al Sr. Maine casi le dio un síncope cuando su hija pequeña acudió a la reunión familiar con su nueva novia, la Srta. Kate Willendorf, una mujer muy ambiciosa que era la máxima responsable de fusiones de la compañía a la que Luis quería asociar su empresa; en ese justo instante, el Sr. Maine descubrió que su hija era lesbiana y que le aborrecía.
Junto a Martín Clandestino se había sentado la tercera mujer de Edgar, Eboli, con su ya quinta hija llamada Anaid; el señor Maine se había permitido un capricho que terminó en boda y acabó agobiándole. Aunque seguían estando casados, Eboli había trasladado sus cosas al lado opuesto de la casa, junto a la habitación de Anaid que sufría esquizofrenia y, a pesar de la medicación, en ocasiones perdía el juicio, desatando violentos ataques de ira; a veces eran de tal envergadura que su madre temía por su vida. El tiempo que no permanecía con su hija, lo dedicaba íntegramente a las artes marciales (que dominó en sus viajes a Oriente en su olvidada juventud, pero que aún practicaba, manteniéndose en forma y con una bonita figura) y a su marido, al que amaba de una manera enfermiza. Ese día Eboli andaba muy molesta porque Edgar no sólo había invitado a Raquelina a cenar con ellos como si fuera de la familia, sino que había dejado a esa vulgar prostituta encabezar el extremo opuesto de la mesa; no paraba de repetir: “¡Esto es indecente! ¡Esto es una vergüenza!” mientras su querido marido reía a carcajadas. Y es que Raquelina no era una cualquiera: era la amante de toda la vida del señor Maine y, por ello, tenía todo el honor de sentarse ante esa elegante mesa, como una más, por mucho que le pesara a sus esposas y le quedara grande ese lugar a ella. Era guapa, increíblemente guapa, lo que nunca sería Eboli, y con un cuerpo de infarto, pero con el cerebro más pequeño que una mosca; se creyó a pies juntillas que le dejaría el apartamento en la playa en su testamento y accedió a cada una de sus peticiones sexuales, a cada cual más rocambolesca. Últimamente había intimado con Luis, el único hijo varón del patriarca, que le hizo una gran revelación: su padre, en confidencia, le había informado de que la amante jamás estaría presente en su testamento.
A pesar de todas las incomodidades generadas en la mesa, Edgar estaba disfrutando como nunca. Había descubierto que nadie de su familia le tenía ningún aprecio, pero a él también le resultaban totalmente indiferentes.
Al fin y al cabo la única que le quería con todo su corazón era la cocinera, Amanita, que desde siempre había guisado para él incontables exquisiteces con sumo cuidado, ya que se trataba de un anciano diabético e hipertenso. Es verdad que a veces, lo que le preparaba, no le sentaba bien a su estómago y tenía que hacer ayuno varios días. Solía coincidir con los primeros días de matrimonio, en los que disfrutaba íntimamente de sus esposas; se ponía tan nerviosa por hacerlo todo bien… Indudablemente, ella era un ángel.
El señor Maine camina por el pasillo tras la cena con dirección a la escalera para avisar a su querida Amanita para que le rellene su copa.
Informe policial:
El Señor Maine de 75 años de edad falleció al pie de la escalera de su mansión. La causa de la muerte aún está por determinar, pero se constatan las graves lesiones sufridas en todo su cuerpo.
Armas:
1. Accidente al bajar la escalera
2. Envenenamiento
3. Sobredosis
4. Rifle
5. Golpe con katana o nunchakus
6. Asfixia
7. Candelabro
8. Cuchillo
9. Llave de tuercas
10. Cuerda
Finalmente os he puesto las armas para que os sea más fácil Siento la extensión del caso y... ¡manos a la obra!
Edgar Maine, recostado en un angosto sillón de cuero con una copa de brandy en la mano que acostumbraba a tomar, rememoraba una de las mejores noches de su vida, la de su septuagésimo quinto cumpleaños. Había conseguido, por fin, que todos los integrantes de su numerosísima familia acudieran a las nueve de la noche a cenar a su mansión, a pesar de que un cúmulo de antipatías y envidias reinaban en la atmósfera. Esa noche todos dormirían bajo el mismo techo y a la mañana siguiente partirían. Le gustaba recordar cómo había adquirido el poder en su vida y el respeto de la familia; esas peculiaridades seguían estando presentes en su carácter.
El intransigente vejestorio había presidido una mesa rebosante de manjares. A la derecha, según la predisposición de la cocinera Amanita, estaba su hija mayor, Veves, única descendiente de su primer matrimonio, viuda de un soldado de guerra y que residía junto a su padre con el fin de colmar todas sus atenciones. Tenía esa noche un gesto altivo y una mueca de ironía en el rostro, que probablemente residía en que había invitado a la cena, por voluntad propia y con el completo desacuerdo de su padre, al hermano ilegítimo de su difunta madre, Martín Clandestino, un hombre muy ambicioso al que Edgar tenía poco aprecio (por no decir que un sentimiento mutuo de aversión les unía) y que su hija había contratado como mayordomo y chófer; el odio se percibía en su mirada cada vez que se cruzaban por la casa, asqueado éste de servir al cuñado que le había robado vilmente la fortuna de su hermana y que jamás le había reconocido como parte de la familia. Veves, una cincuentona perversa, no podía soportar que toda la fortuna de su madre recayera en un insolente mujeriego y que éste, en su testamento, se dedicara a regalarla a todos esos hijos de distintos matrimonios que había contraído en su longeva vida; él la miraba con la suficiencia de tener la facultad de hacer lo que le diese la real gana.
En el lado opuesto de la mesa, Mrs. Felicity, una señora de pies a cabeza con un título nobiliario como dote y la posibilidad para el señor Maine, apasionado por los rifles, de ingresar en la “Asociación Estadounidense de Armas de Fuego”; su matrimonio fue fugaz, ya que un caballero como él no soportaba la histeria de los desayunos, las acusaciones por infidelidad de la comida y los llantos a la hora de la cena, todo ello condimentado con las frecuentes copitas de vodka a deshora; ella decía sentirse utilizada e inmensamente infeliz y, entre trago y trago, concibieron a tres hijos consentidos e ingratos: Adisson, Luis y Chubb. Adisson acudió a convite con su marido, Jonathan Stride, auxiliar de enfermería de uno de los hospitales más prestigiosos de Los Ángeles, y sus dos retoños: Bantu, un niño africano de dos años adoptado por la pareja, y Arwen, una sensual adolescente rubia, hija del primer matrimonio de Jonathan; Edgar Maine dejó de verles en el momento en que anunció públicamente que no daría ni un centavo a nadie que no fuera de su sangre y menos a un retoño negruzco que le producía repugnancia; realmente, lo único que lamentó, fue el perder de vista a esa jovencita que más de una vez le había hecho perder la cabeza, sin ni siquiera pretenderlo. Toda la familia había acudido a la cena con cierta resignación; la joven tenía la cabeza gacha y se la notaba intranquila. Luis, su segundo hijo, era ahora el director gerente de la compañía internacional “PVC y Polipropileno´s Maine” de la que sería heredero; sin embargo, el poder lo seguía ejerciendo su padre que tomaba las decisiones y mangoneaba todo su trabajo, además de rechazar semanalmente cada proyecto que entregaba. La última propuesta, y quizás la más ventajosa de las hasta ahora planteadas, aunque tachada de “estúpida proposición” por el Sr. Maine, era asociarse con la compañía que les hacía competencia, vislumbrando unos más que jugosos beneficios a su favor; esto indignó profundamente al viejo que no quería ver cómo su hijo dilapidaba una empresa que vio crecer ante sus propios ojos y que le costó más de un disgusto. Chubb gozaba de una belleza deslumbrante, pero la malgastaba con ropa ancha y pasada de moda, algo que su padre detestaba. Su pasión eran las causas perdidas: era activista en la lucha por el medio ambiente, trabajadora de una protectora de animales, socia de un club por los derechos del Amazonas y orgullosa defensora del reciclado responsable, virtudes que eran capaces de hacer encolerizar a su padre que había imaginado para ella un futuro brillante; ella siempre estaba enfrentada a su padre por las emisiones de CO2 que su empresa generaba y jamás quiso solucionarlo. Al Sr. Maine casi le dio un síncope cuando su hija pequeña acudió a la reunión familiar con su nueva novia, la Srta. Kate Willendorf, una mujer muy ambiciosa que era la máxima responsable de fusiones de la compañía a la que Luis quería asociar su empresa; en ese justo instante, el Sr. Maine descubrió que su hija era lesbiana y que le aborrecía.
Junto a Martín Clandestino se había sentado la tercera mujer de Edgar, Eboli, con su ya quinta hija llamada Anaid; el señor Maine se había permitido un capricho que terminó en boda y acabó agobiándole. Aunque seguían estando casados, Eboli había trasladado sus cosas al lado opuesto de la casa, junto a la habitación de Anaid que sufría esquizofrenia y, a pesar de la medicación, en ocasiones perdía el juicio, desatando violentos ataques de ira; a veces eran de tal envergadura que su madre temía por su vida. El tiempo que no permanecía con su hija, lo dedicaba íntegramente a las artes marciales (que dominó en sus viajes a Oriente en su olvidada juventud, pero que aún practicaba, manteniéndose en forma y con una bonita figura) y a su marido, al que amaba de una manera enfermiza. Ese día Eboli andaba muy molesta porque Edgar no sólo había invitado a Raquelina a cenar con ellos como si fuera de la familia, sino que había dejado a esa vulgar prostituta encabezar el extremo opuesto de la mesa; no paraba de repetir: “¡Esto es indecente! ¡Esto es una vergüenza!” mientras su querido marido reía a carcajadas. Y es que Raquelina no era una cualquiera: era la amante de toda la vida del señor Maine y, por ello, tenía todo el honor de sentarse ante esa elegante mesa, como una más, por mucho que le pesara a sus esposas y le quedara grande ese lugar a ella. Era guapa, increíblemente guapa, lo que nunca sería Eboli, y con un cuerpo de infarto, pero con el cerebro más pequeño que una mosca; se creyó a pies juntillas que le dejaría el apartamento en la playa en su testamento y accedió a cada una de sus peticiones sexuales, a cada cual más rocambolesca. Últimamente había intimado con Luis, el único hijo varón del patriarca, que le hizo una gran revelación: su padre, en confidencia, le había informado de que la amante jamás estaría presente en su testamento.
A pesar de todas las incomodidades generadas en la mesa, Edgar estaba disfrutando como nunca. Había descubierto que nadie de su familia le tenía ningún aprecio, pero a él también le resultaban totalmente indiferentes.
Al fin y al cabo la única que le quería con todo su corazón era la cocinera, Amanita, que desde siempre había guisado para él incontables exquisiteces con sumo cuidado, ya que se trataba de un anciano diabético e hipertenso. Es verdad que a veces, lo que le preparaba, no le sentaba bien a su estómago y tenía que hacer ayuno varios días. Solía coincidir con los primeros días de matrimonio, en los que disfrutaba íntimamente de sus esposas; se ponía tan nerviosa por hacerlo todo bien… Indudablemente, ella era un ángel.
El señor Maine camina por el pasillo tras la cena con dirección a la escalera para avisar a su querida Amanita para que le rellene su copa.
Informe policial:
El Señor Maine de 75 años de edad falleció al pie de la escalera de su mansión. La causa de la muerte aún está por determinar, pero se constatan las graves lesiones sufridas en todo su cuerpo.
Armas:
1. Accidente al bajar la escalera
2. Envenenamiento
3. Sobredosis
4. Rifle
5. Golpe con katana o nunchakus
6. Asfixia
7. Candelabro
8. Cuchillo
9. Llave de tuercas
10. Cuerda
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Re: El cluedo forero
Datos que tenéis que averiguar:
- Asesino/s
- Arma
- Motivo/s
Se dará 5 puntos a quien acierte alguna de las categorías y puntuaciones menores a los que se acerquen a las soluciones.
- Asesino/s
- Arma
- Motivo/s
Se dará 5 puntos a quien acierte alguna de las categorías y puntuaciones menores a los que se acerquen a las soluciones.
- Felicity
- Comité de bienvenida
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Re: El cluedo forero
Por encima pinta bien.
Pero necesito tiempo para Investigar
Recuento 2024
Nos pasamos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante (Oscar Wilde)
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