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Moskita , reina , mi pregunta sería otra :
¿qué otra cosa podrías hacer al ver que tu plan , alimentado , pensado y estudiado durante más de 20 años, había sido descubierto? , vamos Moskita dinos entonces tú quién tiene mayores motivos para matar a la pobre Giada.
En cuanto a ti Veves , hermana mayor de lord Wellington , siempre ocupando un segundo plano en la familia ,
tratada injustamente por todos , desheredada por tus padres cuando te escapastes con un famoso tenista casado , madre soltera ........ Querida lo tienes todo...y no tienes nada Si no fuera porque me has dado muy bien de comer con tus multiples escandalos ...no dudaría en inculparte aunque fuese como complice , sin acritud , lo digo toooodo con mucho cariño
Luis siempre había sido un Adonis. O más bien un Narciso, porque su ego era tal que se creía el hombre más atractivo de todo Ascott, el más varonil, el más musculoso y el más irresistible. Todas las mujeres caían a sus pies, según él hasta tenía que espantarlas como a las moscas. Cada día amanecía con una distinta. Pero en el fondo de su corazón sólo quería estar con una mujer, y esa era justo la que se le resistía. Luis había intentado por todos los medios posibles llamar la atención de Giada. Primero intentó conocerla desde dentro. Sedujo a su hermana para saber más de Giada, sus gustos, sus intereses e ilusiones. Pero Giada era totalmente hermética y sólo le demostraba desprecio. Persephone terminó por darse cuenta de su interés por ella y cortó su relación. Desde entonces las dos hermanas apenas se hablaron. Pasado un tiempo, Giada le presentó a Pouline. Y Luis volvió a su antigua estrategia: sedujo a Pouline e intentó darle celos a la chica que tanto se le resistía.
El día de la carrera, Giada fue a los establos a ver los caballos. Le encantaban, y siempre que podía salía a montar. Luis la siguió e intentó besarla, pero ella lo abofeteó y le insultó. Le dijo el asco que le daba, que se olvidara de ella, que ni soñara con tocarla, porque sería lo último que tocarían sus manos.
y entonces fue cuando Luis, enojado, cogió lo primero que tenía al alcance de la mano - una pala oxidada - y le golpeó en la cabeza repetidas veces.
Luis y Giada llevaban siendo amantes durante bastante tiempo, desde que ambos cumplieron 16 años. Lo mantenían en secreto por el bien de la reputación de ambos.
Ese día en las carreras Giada estaba especialmente guapa, tanto que Luis no pudo resistirse, se reunieron en el establo y comenzaron a desnudarse apresuradamente, con ansias y necesidad. Se besaban como locos, atentos a cualquier sonido que los alertase de que alguien se acercaba. Luis tenía una fantasía erótica, usar a Giada como si fuese una yegua indomable. Le colocó el arnés a Giada y siguieron bajo una pasión desenfrenada e imparable. Tanta era la pasión que Luis comenzó a apretar el arnés, sin tener consciencia del control de su fuerza; tanto apretó que ahogó a Giada.
Al darse cuenta de lo ocurrido se quedó de piedra, estaba aturdido, había matado a su amada. No sabía si le podía más el dolor de su pérdida o el miedo a ser descubierto como el asesino, había sido un accidente... Pero nadie le creería. Se vistió tan rápido como pudo y salió de allí en busca de gente que le sirviese de coartada para cuando encontrasen a su querida Giada muerta. Lo que estaba claro era que no encontraría una amante más lujuriosa y espléndida.
ASESINO: Luis. ARMA: Arnés. MOTIVO: Falta de autocontrol de fuerza, pasión desenfrenada.
Ala, ahí lo tenéis, lo he puesto lo más modosito posible. Sé que no acierto ni de lejos, pero es lo primero que se me ocurrió
La mia pelle è carta bianca per il tuo racconto: scrivi tu la fine Tu non ricordi ma eravamo noi, noi due abbracciati fermi nella pioggia mentre tutti correvano al riparo
Aquel festival había llegado a su fin sin remisión. Ni siquiera habían comenzado a celebrarse las famosas carreras que daban nombre al evento cuando la tragedia se cernió sobre los allí presentes. Aunque a decir verdad, no todos la sufrían de la misma manera.
La aparición de Giada Wellington, sin vida, en los establos, alteró a propios y extraños. A los primeros, por la lógica cercanía de lo ocurrido y los sentimientos implícitos. A los segundos, porque en un instante habían comenzado a sentir la inquietud de no sentirse seguros en un lugar que, hasta el momento, se les había antojado maravilloso y exento de peligro alguno.
Por ello, tras el incidente, las carreras se convirtió en un devenir de gente que no hacía sino entorpecer la investigación policial. Por un lado, estaban las personas más allegadas a la víctima, que padecían el desastre como buenamente podían. Por el otro, las personas ajenas a su entorno, que obraban de todos los modos posibles; unos corrían alarmados por todo el recinto, tal como si un asesino en serie, presto a matar de nuevo, anduviese por las inmediaciones del lugar; otros, desde la aparición del cadáver, no cesaban de chismorrear y plantear hipótesis, a cada cual más descabellada; los últimos, se hallaban en una extraña quietud, como si hubiesen observado algún hecho que les hubiese aclarado del todo lo ocurrido allí momentos antes. Desde luego, estos eran los más sospechosos. A ojos de la policía todo aquel que permanecía inalterable tras una noticia de aquel calado era merecedor de gran atención por su parte. Sin embargo, a priori, ninguno de ellos era poseedor de un mótivo claro para desempeñar un asesinato de esa magnitud, salvo que la envidia hacia la muchacha fallecida les hubiese enturbiado el juicio.
De este modo, los oficiales allegados a la fiesta observaban cada detalle, cada prueba, que pudiese acercarles al origen de tan dramático incidente. Dado lo reciente del hecho, aún coservaban intactas sus esperanzas de atrapar in situ a la persona que había perpetrado el crimen. por el momento, todo estaba en sus manos. Así, sumidos en sus cavilaciones y siguiendo ciertas pesquisas, investigaban lo acontecido ajenos a una persona que los observaba a ellos desde detrás de una de las carpas allí organizadas.
Poulain CouCou se sorbía los mocos con un pañuelo de seda de esos que a ella tanto le gustaban, que representaba a pequeña escala la mejora en su estilo de vida sucedida tras su incipiente amistad con Giada. Tras conocerla a ella todo iba a mejor. Ya no era aquella chica solitaria, que aun segura de sí misma, no atraía hacía sí más que a desdichados y hombres de dudosa reputación. Hasta el trágico suceso, Poulain pensaba en Giada como en una salvadora, de su alma y su espíritu. Por ello, no podía dejar de pensar en aquella traición. Conocedora de lo inmerecido que tenía aquel suceso, no cesaba en su llanto. Lágrimas derramadas en parte por la muerte de su amiga, pero también por la conciencia que la mantenía atada de pies y manos tras aquella carpa. Los pocos pasos que había podido dar desde el establo la situaron allí, donde se desmoronó por completo, dando rienda suelta a su remordimiento y toda esa llantina que no parecía propia de una mujer ya hecha y derecha. Pero es que no lograba quitarse la cabeza lo acaecido.
Sin embargo, pensaba que no podía haber hecho otra cosa, dado su amor incondicional hacia Persephone, la hermana a de Giada. Jamás habría podido intuir al conocerla que iba a ser presa de unos sentimientos que, más adelante, no traerían nada bueno, ni para ella ni para Giada. Pero aquellas miradas entre la hermana de ésta y ella eran un presagio de la pasión que se desataría días después.
Desde entonces Poulain vivía en una felicidad constante, agasajada en sentimentos por el amor de Persephone y acreedora de una amistad (la de Giada) que le henchía de orgullo el corazón.
A pesar de tal irrefutabilidad no lograba deshacerse de ese malestar que la sumía ahora en la más completa desdicha.
Y lo sucedido se desató como un torrente de nuevo en su cabeza.
Persephone le había contado poco después de iniciar su romance una tragedia que sufría en vida desde la tierna edad de 10 años. Su padre, Jonathan Wellington, había abusado de ella desde entoces hasta ocho años más tarde, momento en que cumplió la mayoría de edad y su progenitor pareció perder aquel interés enfermizo. De aquello había pasado ya mucho tiempo. No obstante, Persephone no había logrado olvidarlo y su vida seguía siendo una pesadilla continua, alentada, aun más, si cabe, por la presencia de su hermana. Ésta había sido testigo de ese maltrato continuo al que había sido sometida Persephone. Como hermana mayor debería haber obrado como protectora y defensora de sus intereses, pero se comportó siempre como una cobarde al no hacer partícipe a nadie de lo que sucedía en la intimidad de la habitación de su hermana pequeña. De esta manera, Giada custodió un secreto que acabría con su vida. Al fin y al cabo, ella también era una persona enferma, pues moría de amor por su padre y nunca llegó a comprender por qué no era digna de esas atenciones que le profesaba a su hermana.
De modo que, aquella mañana, Persephone pidó ayuda a Poulain. Le dijo que, dada la situación irreconciliable que se producía con su hermana, no podía entablar conversación con ella ni aun citándola en algún lugar, tal como había hecho infinidad de veces. Aquello era un rencor mutuo. Por ello, exigió a su amada que se citase con su hermana en los establos, ya que con ella accedería de buen grado a tener un encuentro. Poulain no lo pensó ni un momento. pensó que de esta manera todo se aclararía entre su amiga y su amante. Dado su carácter curioso se acercó por las inmediaciones para observar en qué derivaba aquel encuentro.
Pero ya era tarde cuando llegó. Persephone insertaba una y otra vez su alfiler de sombrero en la yugular de su hermana, poseida por una rabia y un odio que Poulain no había observado en todos sus años de vida. Giada yacía en el suelo del establo cuando Poulain se arrodilló junto a su chica y le quitó el alfiler de las manos. La abrazó y lloraron desconsoladas una junto a la otra. Poco más tarde, Poulain se deshizo del alfiler poniéndolo entre las pertenencias de Raquelina de la Vega, aquella modelo a la que tenía ojeriza porque se creía superior al resto de la humanidad y que carecía en modo alguno de humildad, un defecto que ella no soportaba.
Poulain convino con Persephone en no verse hasta que todo aquel escándalo se hubiese calmado. En cierto modo, aquello sucedió cuando la policía se llevo prsa a Raquelina, de la que decían haber encontrado un alfiler ensangrentado en su sombrero. Ésta no dejaba de patalear y chillar, cual posesa, hasta que sus gritos se diluyeron en el atardecer. Para entonces, todos comenzaban ya a sentirse de nuevo seguros.
Asesino: Persephone (ayudada por Poulain)
Arma: alfiler de sombrero
Motivo: Su hermana era conocedora de los abusos a los que la sometía su padre y nunca dijo nada
¡Madre mía Jona! ¡Que currada!
¡Y encima tengo una familia de lesbianas!
La mia pelle è carta bianca per il tuo racconto: scrivi tu la fine Tu non ricordi ma eravamo noi, noi due abbracciati fermi nella pioggia mentre tutti correvano al riparo
La mia pelle è carta bianca per il tuo racconto: scrivi tu la fine Tu non ricordi ma eravamo noi, noi due abbracciati fermi nella pioggia mentre tutti correvano al riparo