CT II - El señor de las sombras - Onomatopeya (2º Jur)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
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CT II - El señor de las sombras - Onomatopeya (2º Jur)

Mensaje por lucia »

El señor de las sombras

Cuando miro al suelo, no veo sombras, sino demonios, que me acechan y me abrazan mientras duermo. Demonios sangrientos de desdichas, de odio y de pequeñas oportunidades para poder desatar sus más oscuras perversiones, porque no se alimentan de sangre, ni de fuego, y ni tan siquiera viven en el averno. Ellos toman cada pequeña gota de tus debilidades y la convierten en su fortaleza. Viven dentro de todo lo que existe, pero solo los puedes ver si eres capaz de interpretar correctamente esa oscuridad efímera que proyectamos sobre las paredes y suelos. Y entre todos ellos, entre todos esos diablos de penumbra, de infinita maldad, hay uno que los gobierna a todos, el Señor de las Sombras.

Whilshere Street era una calle tan abarrotada de transeúntes que, gracias a ello, se libró de ser considerada como un callejón inmundo, pero poco la diferenciaba. La delgadez de sus fachadas, los estrechos balcones a baja altura, los cubos de basura y los desperdicios por el suelo daban buena fe de que aquel lugar no tenía pinta de ser la mejor ruta para no caer en las garras de los criminales nocturnos; salvo que los que por allí deambulaban eran de por sí los peores delincuentes de la ciudad. Aquel era el lugar donde habitaban la mayor parte de los demonios de sombra. Aquel era mi hogar.
Rondaba por mi pequeño apartamento con vistas a la tan denostada calle, inquieto, dando vueltas por el pequeño salón. Los ruidos del exterior no podían ser aplacados por los gruesos ventanales de madera, y eso que aún no era la hora de máximo esplendor, que coincidía con el cambio de jornada. Un simple canto del cuco parecía manejar a las personas como marionetas, sacándolas de sus escondrijos y dejándolas pulular libres por la ciudad. Me senté sobre el viejo sofá, intentando calmar los nervios, pero parecieron trasladarse todos a mis piernas, que danzaban como si tuvieran voluntad propia. La lámpara de aceite tintineaba enérgica, al ritmo de mis extremidades. Intenté taparme las orejas. Aunque sabía que era en vano, nunca dejaba de intentarlo
—William, no te escondas. William, ven a jugar con nosotros —decían unas vocecillas agudas, vibrantes y chirriantes.
—El pequeño William no quiere salir a jugar —rieron.
Busqué entre el escaso mobiliario, girando la cabeza de forma espasmódica. La sombra de un candelabro, la de un viejo e inútil jarrón y algunos libros sueltos ordenados de pie. Una pequeña mancha de oscuridad se coló entre los barrotes de la librería.
—William, es la hora.
—¡Callaos! —grité mientras lanzaba un cojín contra el mueble.
—Eso no está bien, William. Solo queremos lo nuestro.
Otra pequeña sombra cruzó por encima de la librería, saltó y se columpió en la lámpara de aceite para acabar desapareciendo entre las cortinas.
—¡No os debo nada!
Me acurruqué posando los pies en el sofá y abrazándome las rodillas.
Una moneda rodó desde debajo del sofá.
—Tenemos más, William.
Miré el reluciente metal. No me gustaban aquellos destellos de bronce, pero, aunque mi mente la rechazara, mi estómago me decía que debía tomarla.
—¿Qué queréis? —grité de nuevo.
Se escucharon murmullos por toda la estancia, como si decenas de ratas se reunieran a trazar un plan. Pero las ratas de verdad ya hacía tiempo que habían huido de aquel antro.
—Un juguete de un niño —dijo uno.
—Una concha —añadió otro.
—La pata de palo de un pirata.
—Un orinal sucio.
—Un mechón de pelo de una jovencita rubia —dijo una de las voces.
—El mechón —fueron diciendo todos, sumándose progresivamente a la propuesta entre risas maquiavélicas.
—¿Un mechón? ¿Nada más? —les pregunté.
—Un mechón rubio.
—De una jovencita.
—¡Está bien! —grité para zanjar la conversación.
Me levanté y rebusqué entre los cajones, hasta dar con unas tijeras. Agarré mi abrigo y abandoné el apartamento. Bajé por las sucias escaleras, esquivando borrachos y prostitutas que se estaban trabajando a sus clientes. Sus forzados gemidos ayudaban a calmar la algarabía de fuera.
Abrir la puerta fue como cuando estas encerrado mucho tiempo en una habitación y notas el aire viciado, entonces abres una ventana, asomas la cabeza y respiras frescor del exterior. Sí, así fue, solo que al revés. Allí el vicio estaba en Whilshere Street. Choqué mi cuerpo contra decenas de transeúntes. Era inevitable no toparse con nadie. Quizá, aquel lugar era el único en el que poder chocarte con alguno de los peores criminales sin que te costara la vida.
Busqué, sin muchas esperanzas, una joven rubia de pelo largo, pero estaba seguro de que no habría ninguna en centenas de metros alrededor. Extrañamente, las mujeres rubias siempre suelen nacer en las familias adineradas y, lo que era peor, se solían recoger pronto. Así que aceleré mi paso para alcanzar la avenida, con la esperanza de toparme con alguna incauta joven que hubiera desafiado las órdenes de sus ricos padres para poder alargar la estancia con su amado unos pocos minutos más. La avenida estaba vacía.
Deambulé de tal manera que parecía un borracho buscando un último bar. Entonces la vi. Un carruaje tirado por un caballo negro de buena planta se detuvo. Una joven se bajó y pareció alargar su cabeza para despedirse de alguien del interior. El cochero azuzó al animal y se alejaron bajo el ruido de la madera sobre la piedra. Aceleré mi paso. La joven llevaba cubierta la cabeza, como si buscara el anonimato. Yo ya me conocía su forma de actuar. Sus amantes las traían a casa, pero se detenían unos metros antes para no llamar la atención. Tenía que darme prisa, pero ni siquiera conocía su color de pelo.
Avancé a grandes zancadas, casi corriendo. Tenía unos pocos segundos para aprovechar la oportunidad. La joven caminaba pegada a las fachadas. Giró en Royal Garden y se detuvo delante de una enorme puerta señorial. Estaba buscando sus llaves. Pausé mi ritmo para disimular y me alejé de las fachadas para no resultar sospechoso. Cuando estuve a su lado, me abalancé sobre ella, le tapé la boca y la arrastré al callejón de las basuras que había diez metros más adelante. Entonces saqué las tijeras.
—¡Rubia! —grité.
Cuando regresé al apartamento me sentí sucio, me sentí más prostituido que todas aquellas meretrices de las escaleras. Solté el mechón en el suelo, junto al sofá. Cinco monedas más salieron rodando de debajo.
—William es nuestro amigo.
—¿Era guapa la joven, William?
—¿Le viste las tetitas?
—Quizá, la violó o, quizá, la mató —rieron.
—¡Callaos! Ella está bien.

Aquellas monedas que obtenía de forma deshonesta me servían para tirar adelante en una ciudad sin contemplaciones para mandarte al rincón de la inmundicia humana. Allí, no es que no hubiera segundas oportunidades, es que no había ni primeras. Me costeaba un pequeño apartamento a buen precio, pues por su situación no estaba muy demandado. Compraba lo justo para alimentarme y casi nada de ropa. El alcohol, prohibido, el tabaco, vedado. En general, me había autoimpuesto ciertas abstenciones sobre lo no estrictamente necesario. El poco dinero que obtenía iba a parar a las monjas de San Bartolomé, una pequeña congregación que se encargaba de cuidar a los enfermos. Aquellas mujeres eran, probablemente, más malvadas que todos los delincuentes de Whilshere Street.
—¡Hola, Amanda! ¿Cómo te encuentras hoy?
Mi hermana se giró sobre el colchón en la habitación que compartía con otra centena de enfermos. Abrió los ojos costrosos y tardó en enfocarme.
—William, ¿eres tú?
—Sí, Amanda. Estoy aquí, contigo. —Le cogí la mano—. ¿Estás mejor?
—¿Dónde está mi Rosita?
—Amanda, Rosita era tu muñeca de niña, hace años que se perdió.
—Es una pena. Me encantaba esa muñeca.
—Lo sé, por eso te he comprado otra. —Le acerqué una muñeca de trapo barata que había comprado en un mercado de segunda mano—. ¿Cómo la llamaremos?
Hizo una pausa.
—Fantasía.
—Me gusta. ¿Por qué ese nombre?
—Porque cuando el dolor no me deje dormir, la abrazaré y me transportaré a un mundo de infinitos jardines, donde no existan las enfermedades.
—Señor Harris, tenemos que hablar —interrumpió la madre superiora.
—¡No vayas con el cuervo! —gritó mi hermana entre dolores.
Me alejé con la prelada unos metros, para que Amanda no nos pudiera escuchar.
—Señor Harris, su hermana está empeorando muy rápidamente. Aquí no podemos más que asearla, darle comida, bebida y poco más, pero, debido a su dolencia, requiere de atención continua. No puedo dedicarle tanto tiempo por esta cantidad de dinero.
—Lo comprendo. No se preocupe, intentaré conseguir algo más.
—No lo entiende, señor Harris. No creo que pueda conseguir el dinero suficiente para costear sus gastos. Probablemente, no le quede mucho de vida. Calculo que menos de un mes. Tiene que llevársela de aquí. No me gusta que los familiares de los otros enfermos vean morir a mis pacientes.
—¿No puede aguantarla un poco más?
—Imposible.
Ya conocía le verdadera vocación de aquella mujer. Rebusqué entre los bolsillos de mi chaqueta hasta dar con el dinero que había reservado para el alquiler.
—Tome, es todo lo que tengo. ¿Podrían cuidarla un mes más?
La madre superiora contó pausadamente todas las monedas, dos veces.
—Un par de semanas —dijo—. Nada más.
Y se marchó.
Aquella noche la pasé pensando en cómo iba a pagar el apartamento. Necesitaba obtener algo más de dinero, pero el único modo que conocía implicaba jugar con el mal. Lo había intentado de aprendiz de diversas profesiones, pero cuando iba adquiriendo ciertas habilidades como para merecer un salario, el maestro me reemplazaba por otro aprendiz que no cobrara. Aun así, me fui a dormir, pues como me enseñó mi madre cuando niño, si llega la noche y tus problemas siguen ahí, no conviertas el cansancio en otro de ellos.

—William —susurró a mi oído un eco grave.
Sentía un frio alrededor de mi cuerpo, como si un aliento gélido me tocara. No quise mirar, porque ya conocía aquella sensación. Me giré, enrollándome en la manta.
Una figura de penumbra estaba sentada al borde de mi cama, abrazándome, reflejada en la pared. Unos cuernos retorcidos hacia atrás, una larga barba puntiaguda y una vestimenta con cuello pomposo le identificaban. Era el Señor de las Sombras.
Acercó su rostro al mío y asomó su larga y afilada lengua entre sus colmillos, deslizándola sobre mi rostro, haciéndome notar su saliva de escarcha.
—William, tengo algo para ti —me dijo al oído. Pude notar como vibraban mis orejas.
—Déjame. No quiero nada tuyo.
—El amo tiene un regalito, William —dijeron unas vocecillas desde debajo de la cama.
—Haz caso al amo, William.
—Quien no juega siempre pierde —rieron.
—¡Callad! —dijo el Señor de las Sombras.
Y todos parecieron esconderse o desaparecer al instante bajo la cama.
—Tengo algo para Amanda —me susurró.
Aquel nombre hizo que me incorporara contra una esquina del colchón.
—¿Qué?
—La cura de todos sus males.
—¿Y qué quieres a cambio?
—¿Querer? William, me ofendes. Yo no quiero nada. Salvo una compensación justa. Una vida por otra. Como ves, yo no gano nada con ello.
—¿Cuál es tu trato?
—La vida de tu hermana por la vida de la madre superiora.
—¡No puedes pedirme que mate a nadie!
—No matarás a nadie, sólo cambiarás el objetivo de una muerte segura.
—Esa vieja no merecer vivir, pero yo no soy el juez que marca los designios de la vida. ¿Amanda se curaría?
—Para siempre. Pero hay una pequeña condición. —Siempre la había—. No debes sentir placer en la muerte de la religiosa. Si una pequeña porción de ti se alegrara o disfrutara haciéndolo, se rompería el trato. Como ves, no es una condición complicada de cumplir para un hombre bueno.
—¿Y no hay nada más?
—No —dijo mientras aspiraba el olor de sus propias manos.

La madre superiora tenía una costumbre que ya había observado durante mis visitas semanales a Amanda. Tras marcharse los familiares, salía a los jardines del convento para contar a solas el dinero obtenido. Lo colocaba todo en sus manos y lo olía profundamente durante unos segundos, entonces lo contaba de nuevo.
Aquella noche, Amanda no se encontraba muy bien, apenas me habló, y lo poco que dijo fueron frases incoherentes. Creo que no me reconoció. Pero me alivió verla abrazada a Fantasía. La muñeca estaba descosida y sucia, pero a ella no le importó. Y viéndola a su lado, sabía que ahora el dolor era menor, pues se había trasladado a un mundo de recuerdos donde ella volvía a correr descalza por los jardines. Aguardé a su vera hasta que dieron las ocho de la tarde.
—¡Se acabó la visita! —gritó la superiora.
Y como un rebaño de ovejas, todos los familiares se agruparon y abandonaron la gran sala de forma ordenada. Infundía más temor que su propia religión.
—Mañana todo será un sueño —susurré a Amanda.
Me coloqué el último del grupo con la excusa de haberme olvidado el abrigo. Subimos las escaleras hasta el gran recibidor y salimos a los jardines. Mientras caminábamos hasta la cancela, hice un movimiento lateral y me oculté entre los arbustos.
Estuve agazapado durante cinco minutos, esperando a que todos se hubieran marchado y a que aquella despiadada mujer saliera a contar su tesoro. Y así ocurrió. La hermana abandonó el edificio, lejos de sus pupilas. Ella era la única que manejaba las finanzas. Comenzó a contar sus nuevas reliquias.
Rebusqué en mis bolsillos hasta dar con un cuchillo que había traído. No era una gran arma, pero es que yo no usaba cuchillos más que para pelar algunas pocas patatas. Estaba seguro de que necesitaría varias punzadas para quitarle la vida. Apreté fuertemente el mango mientras examinaba mi ser interior. Necesitaba estar seguro de que yo no quería aquella muerte, de que lo hacía por obligación. Pues el Señor de las Sombras no ofrece nada desinteresadamente. Me creí buena persona.
—William, ¿por qué dudas? —dijo aquella voz siniestra que no me abandonaba desde hacía años.
A mi lado, reflejado en el parterre, su inconfundible figura se alzaba majestuosa.
—Porque siempre traes desdicha.
—Me ofendes de nuevo. Mis tratos son claros. Tú eres libre de aceptarlos. ¿Es qué acaso eres un psicópata capaz de disfrutar de una muerte? ¿Es qué no te importa la vida de tu hermana? Recuerda por qué está enferma, quién es el culpable. Hoy puedes enmendar tu error.
—¡Tú me engañaste!
La sombra me hizo un gesto de silencio, pues la madre superiora se había girado tras escuchar un ruido. Era ahora o nunca.
Escondí el arma en el abrigo y caminé decidido por su espalda, con paso firme. Aquellos pasos iban cargados de temor y nerviosismo; una pesada losa para un cobarde. La mujer me oyó y se giró. Me detuve.
—Señor Harris, ¿qué hace aquí todavía? ¿Se ha olvidado algo?
—La verdad es que sí.
—Pues me viene de maravilla que siga por aquí. No me dan los números, lo siento. Sé que le dije que aguantaría a su hermana dos semanas más, pero va a ser imposible. Si no le importa, vuelva mañana y llévesela. Unas pobres monjas no son nadie para ir en contra de la voluntad divina. —Miró al cielo nocturno con las manos elevadas.
Lo supe en aquel momento. Aquella mujer merecía morir de todos modos. Yo solo pensaba equilibrar la balanza de la justicia, que suele tender a inclinarse del lado de los deshonestos.
Saqué el cuchillo de nuevo y se lo clavé en la garganta. Un chorro de sangre salió despedido sobre mi rostro. Cayó de rodillas, agarrándose la herida. Intentaba gritar algo, pero sus palabras quedaban ahogadas entre borbotones. Pero no moría. Le asesté un par más de cuchilladas, esta vez en su pecho, con el único logro de aumentar la escabechina. La condenada seguía aferrándose a su existencia. Dudé de si mi acto era gozoso, pero lo creí más bien ecuánime. Así que elevé de nuevo el arma y le lancé varias estocadas por todo su cuerpo. De sus brazos flácidos ya colgaban jirones de carne; media nariz había sido rebanada; y perdió uno de sus dedos. Proseguí. Sus mejillas lucían cercenadas; un ojo vertía su fluido; y la toga enredada dejaba ver sus piernas peludas. Cerré los ojos y continué clavando el filo, hasta perder la cuenta.
El cuervo yacía muerto sobre el suelo y la sangre cubría plantíos, piedras, monedas y mi propio cuerpo. Había sido capaz de hacerlo.
Me dirigí hacia los arbustos, en búsqueda del Señor de las Sombras, que me esperaba como si estuviera tejido por el reflejo de la luna. Allí seguía su espectro, sonriendo con su barba de chivo y sus colmillos afilados. Le lancé el cuchillo desde lejos y eché a correr.
—¡William! ¿Dónde vas? —me gritó.
Pero yo le ignoré y atravesé el jardín hasta la entrada del convento. Empujé su enorme puerta y entré al recibidor. El aroma a cera derretida me golpeó el rostro. Bajé las escaleras de dos en dos hasta el sótano, mareado por el incienso. Aparté un par de monjas que intentaron frenarme, empujándolas en mi carrera. Hasta dar con la cama de Amanda.
—Lo siento —le dije llorando—. Yo no quise hacerte esto. Él me engañó. Yo solo quería dinero para comprar una casa grande como la que teníamos antaño.
Me recosté a su lado y le agarré la mano. Ambos nos abrazamos a Fantasía.
Y vi aquellos jardines a los que huía Amanda. La vi correr por la hierba de nuestra casa de niños, engalanada con un vestido blanco con bordados en los extremos. Reíamos y saltábamos, jugando como dos jovencitos que éramos. Nos balanceábamos en el columpio y escalábamos el gran árbol. La luz del atardecer se colaba por las tejas e iluminaba la fuente de carpas, convirtiendo el agua en plata. Nos recuerdo remojando allí los pies en verano. No sé cómo pudo torcerse todo aquello.
Mamá nos miraba desde la ventana de su habitación. Su belleza era como para ser musa de artistas. Siempre intentó que la muerte de papá no nos influyera, que la vida no cambiara para nosotros. Cuando salíamos al jardín, dejaba todo lo que estuviera haciendo y subía a su dormitorio, para observarnos con la ventana abierta. En aquella época sólo había primaveras. Y así seguimos durante dos años más, ajenos a la tragedia que nos deparaba el futuro.
Corría persiguiendo a Amanda en uno de esos juegos infantiles. Yo era más veloz por ser un año mayor, pero simulaba que no la alcanzaba, como hacen los padres. Estábamos girando la fuente cuando levanté la vista para sonreír a mamá. Me devolvió el saludo con la mano. Detrás de ella, una sombra se erguía en el interior de la habitación. Era grande, alta, con ropaje suntuoso, de cuernos retorcidos, perilla de chivo y sonrisa diabólica.
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Sinkim
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Sinkim »

Me parece una historia muy buena, me ha gustado toda la parte de los tratos con los diablillos y ver que no siempre piden grande cosas sino que discuten entre ellos por ver que pedir :lol:

Me hubiera gustado saber exactamente que tuvo que hacer que provocó que su hermana acabara así, curioso que es uno, autor :cunao: :cunao: Otro detalle que también me he quedado sin conocer es si el demonio considera que William ha matado sin alegrarse y ha cumplido su parte salvando a la hermana aunque él vaya ir al cadalso por matar a una monja :lol:

El detalle final de ver al demonio con su madre en sus recuerdos de niño me ha parecido un puntazo, porque además abre la puerta a preguntarse si la muerte del padre fue casual o algún trato de la madre con el demonio o si la madre empezo a tratar con él a raiz de morir su esposo y encontrarse sola y sin ayuda :lol:
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Isma
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Isma »

Ah, pues está muy chula la idea de los diablillos. Me parecen además muy juguetones y creo que eso es muy acertado. Más del estilo de los imps del folklore inglés que de los diablos del averno católico. Parecen simpáticos.

Me gusta también la coherencia de la historia. El protagonista, bueno, se ve a sí mismo como un buen hombre, pero sus acciones lo desmienten. El énfasis en dejar a su hermana moribunda a cargo de otros, la falta de escrúpulos para plegarse a las demandas de los diablillos, que obviamente disfrutan de lo pardillo que es, y el asesinato final con su retorcida condición. El protagonista se justifica a sí mismo en todo, lo que es bastante humano, y por ello creíble.

El final es lo que me gusta menos. Se queda corto, falta un enlace más trabajado. De golpe nos enteramos de que hay un tema candente con sus padres, que sin embargo no se termina de aclarar bien (o yo no lo pillo, con más probabilidad). Y el final se centra en dejar entrever qué aspecto físico tiene el señor de las sombras. No, no, no termines así...

Una frase que habría que retocar: "de que aquel lugar no tenía pinta de ser la mejor ruta para no caer en las garras de los criminales nocturnos". En general, las negaciones no funcionan bien. Creo que ya lo he comentado en otra ocasión. Por ejemplo, "no pienses en leones". El lector piensa en leones. Pero aquí haces una doble negación y eso requiere un interesante juego mental para quien lee, que sin embargo yo sugiero evitar.

Por lo menos está bien escrito y he disfrutado con la lectura, si bien he pasado poquísimo miedo/angustia/temor/intriga o lo que sea que deba provocar el género. ¡Mucha suerte!
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konchyp
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por konchyp »

Hola aut@r :hola:

Un empezar curioso con esos diablillos que parece que va a gustar a todo el mundo. Qué traviesos! me pregunto qué harían con el inocente mechón de pelo rubio...

Veo una historia en el que el protagonista intenta creer que es una buena persona y que está sumido en una pesadilla constante en su vida por culpa de algún trato hecho en el pasado con el temible Señor de las Sombras. Pero, al final, por mucho que lo intenta, creo que su lado oscuro aparece con el asesinato del cuervo, por cierto, un buen mote para la odiosa monja. Yo creo que la clave del relato está ahí, en el asesinato con alevosía explícito en el texto que nos informa sutilmente de la maldad dentro del prota:
Saqué el cuchillo de nuevo y se lo clavé en la garganta. Un chorro de sangre salió despedido sobre mi rostro.
Si el asesinato hubiera acabado ahí con el desangramiento de la superiora, se entendería que lo hizo simplemente para salvar a su hermana, sin maldad. Pero no, creo que el prota busca cualquier escusa para ensañarse con ella:
Le asesté un par más de cuchilladas, esta vez en su pecho, con el único logro de aumentar la escabechina. La condenada seguía aferrándose a su existencia. Dudé de si mi acto era gozoso, pero lo creí más bien ecuánime. Así que elevé de nuevo el arma y le lancé varias estocadas por todo su cuerpo. De sus brazos flácidos ya colgaban jirones de carne; media nariz había sido rebanada; y perdió uno de sus dedos. Proseguí. Sus mejillas lucían cercenadas; un ojo vertía su fluido; y la toga enredada dejaba ver sus piernas peludas. Cerré los ojos y continué clavando el filo, hasta perder la cuenta.
Con lo que he marcado, creo que está más que claro que se ensañó y que lo disfrutó, vaya escena! y el Señor de las Sombras lo sabía, sabía que iba a disfrutar, por ello su condición del trato está destinada a que el prota fracasara, típico de estos tipos de demonios, que siempre salen ganando. Es lo que el texto me ha transmitido, quizás, esa no era tu intención, pero a mí me ha bastado para que la historia me gustara tal que así.

El problema, a mi parecer, viene cuando nos adelantas al final más detalles de ese pasado involucrando a su madre en vez de aclararnos un poco más detalladamente las circunstancias iniciales de su trato con el señor de las sombras, haciendo que el final se quede un poco demasiado abierto para mi gusto.

A pesar de todo me deja un buen sabor de boca y me ha gustado.
Gracias por compartirlo y cuidado con hacer tratos con el Señor de las Sombras para ganarte algunos puntitos más en el concurso :mrgreen:
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Paraná
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Paraná »

Me ha parecido un relato coherente y bien escrito. Sobre la prosa, la encuentro inobjetable. El personaje resulta sólido y creíble, y su interacción con las sombras muy bien tratada. También el trato con el diablo está amasado con discreción, salvo al final.
Lo que no me cuadra del todo: demasiado explícito todo el asunto en la mayor parte del relato, para terminar dejando cabo principales sueltos. ¿Se cura o no se cura Amanda? ¿Por qué hay incienso cuando reingresa al convento? ¿Por qué Amanda está en el sótano? ¿Por qué el prota tiene la culpa de su invalidez? ¿Qué quiere implicar la presencia del diablo detrás de la madre? Es que no lo alcanzo…
Un punto curioso: cuando leí la frase “Y entre todos ellos, entre todos esos diablos…… hay uno que los gobierna a todos, el Señor de las Sombras”, no he podido dejar de pensar en El Señor de los Anillos. :lista:
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konchyp
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por konchyp »

Paraná escribió: Un punto curioso: cuando leí la frase “Y entre todos ellos, entre todos esos diablos…… hay uno que los gobierna a todos, el Señor de las Sombras”, no he podido dejar de pensar en El Señor de los Anillos. :lista:
A mí me pasó igual :mrgreen: :mrgreen:
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Dulcineaa
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Dulcineaa »

El relato está bien llevado aunque en algunos momentos los diálogos le quitan tensión. Respecto a la historia no me cierra ese "comercio" que tiene el protagonista con los diablitos para sobrevivir porque es evidente que hay una historia muy siniestra que es la que sería lo esencial. El problema es que no queda clara: me hago las mismas preguntas que Paraná. Tal vez el desenlace es precipitado y muy enigmático. La prosa es correcta y me gusta la presentación del ámbito. Suerte autor/ora
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por raumat »

Pues un relato estupendo. Los personajes, el ambiente, las descripciones, el desarrollo de la trama, el estilo narrativo, los diálogos... todo estupendo.
Hasta que uno va llegando al final...
Porque en ese final yo esperaba obtener respuesta a algunas preguntas fundamentales que me ha sugerido el relato. ¿Por qué es responsable el protagonista de lo que le pase a la hermana? ¿Cómo le engañó el demonio cuando era jovencito? ¿Cuál fue el trato?
Pero leo el final y no encuentro esas respuestas, así que me quedo un poco con cara de tonto :cunao:
¿Lo habrá explicado el relato y yo no lo he pillado? ¿Piensa el autor que no son cosas importantes? ¿O el autor lo hace adrede? ¿Piensa que sí son cosas importantes, pero prefiere que los lectores nos comamos un poco el coco, imaginando malvadas razones demoniacas? Pues vaya usted a saber... :cunao:
Resumiendo, un excelente relato... que al final me ha dejado "descolocado". :cunao:
Me ha gustado.
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Gavalia
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Gavalia »

El relato me ha gustado y aunque miedo no es precisamente lo que me transmite, si que ha logrado envolverme en ese mundo gris que describe, incluso he atisbado a Dikens en algún momento, o incluso a los cuentos para no dormir del gran Chicho Ibañez, que cuando los rememoro me trasladan a las noches de mi infancia en el internado de huérfanos escuchando una pequeña radio.
Todo va bien hasta el final, tiene ritmo y se lee bien. Me hubiera gustado un final distinto, se me queda como incabado, aun entendiendo que ha incumplido el contrato y por eso termina acompañando a su hermana en el más allá, o eso creo. Tampoco sabemos por qué enfermo la muchacha, a pesar de que apunta que fue culpa del protagonista.
 Cosas que no me han gustado son ciertos símiles descriptivos que no casan del todo bien con su objetivo. Las fachadas delgadas es un poco complicado de visualizar de por sí, máxime si poco después resulta que los ventanales son muy gruesos. Las lámparas no tintinéan, si si acaso titilan, y alguna cosa más que ahora no recuerdo.
Entiendo lo que me cuentan aunque no me gusta demasiado como me lo cuentan. Le doy un 7 porque creo que hay mucho esfuerzo en su elaboración.
Un saludo y suerte.
En paz descanses, amigo.
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Spicata »

Querido autor/a:

Buen relato, con unos diablillos muy graciosillos y en contrapunto un señor de las sombras que acojona un poco, sobre todo en el final (muy buen final, por cierto :wink:). Dejas varias dudas al lector, o también puede ser que yo esté espesa de más y no las haya sabido resolver por mí misma: ¿por qué cayó enferma la hermana? ¿qué significado tiene el Señor de las Sombras detrás de la madre? Mhhhh, sigo dándole vueltas y se me ocurren mil paranoias, pero quién mejor que tú para hacérnoslas saber. Muy buen trabajo, diablill@ :twisted: :twisted: :twisted:

Suerte en el concurso :60:
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Gisso
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Gisso »

Buena historia, me encanta como la manejas y la idea principal de los diablillos pidiendo cosas maliciosas a cambio de dinero o la aparición de el señor de las sombras. Reconozco que en un principio pensaba que era cosa de su imaginación, pero al ver que le dan las monedas todo cambia. El desarrollo está bastante bien aunque me falta algo más de terror y menos sentimentalismo. Lo único que no me ha gustado es el final, no sé, no digo que sobre ese párrafo pero me falta algo que lo cierre de otra manera, me ha dejado un poco chafado. Creo que no está al nivel que merecía el relato.
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rubisco
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por rubisco »

Querido autor, querida autora:

La historia es potente, sin duda. No sé si catalogarla de terror, pero creo que tiene un buen ritmo y está muy bien hilvanada. Y, sobre todo, es bastante coherente con el contexto en el que se maneja.

Has sabido construir una historia rica en detalles a partir de un sentimiento bastante primitivo: vender el alma al diablo. Y lo has hecho con bastante maestría, tirando de los personajes necesarios y de un protagonista que se ve completamente afectado por el transcurso de los acontecimientos.

También te diré que el final es bastante original. No nos muestras cómo termina la historia, sino cómo empieza. Algo así como la pescadilla que se muerde la cola.

Dicho esto, me preocupa haber encontrado varias frases indescifrables o descripciones mal trabajadas. No sé si porque tienes un estilo muy peculiar o porque al relato le ha faltado una corrección concienzuda. Te señalo dichos errores:
El señor de las sombras escribió:Abrir la puerta fue como cuando estas encerrado mucho tiempo en una habitación y notas el aire viciado, entonces abres una ventana, asomas la cabeza y respiras frescor del exterior. Sí, así fue, solo que al revés.
Esta frase, cuya intención me parece loable, es muy rebuscada. Francamente, me sacó de la lectura, y sólo tu buen hacer a continuación hizo que no me quedara con la mente dándole vueltas mientras leía como un autómata.
El señor de las sombras escribió:Aquellas monedas que obtenía de forma deshonesta me servían para tirar adelante en una ciudad sin contemplaciones para mandarte al rincón de la inmundicia humana. Allí, no es que no hubiera segundas oportunidades, es que no había ni primeras. Me costeaba un pequeño apartamento a buen precio, pues por su situación no estaba muy demandado. Compraba lo justo para alimentarme y casi nada de ropa. El alcohol, prohibido, el tabaco, vedado. En general, me había autoimpuesto ciertas abstenciones sobre lo no estrictamente necesario. El poco dinero que obtenía iba a parar a las monjas de San Bartolomé, una pequeña congregación que se encargaba de cuidar a los enfermos. Aquellas mujeres eran, probablemente, más malvadas que todos los delincuentes de Whilshere Street.
—¡Hola, Amanda! ¿Cómo te encuentras hoy?
Mi hermana se giró sobre el colchón en la habitación que compartía con otra centena de enfermos. Abrió los ojos costrosos y tardó en enfocarme.
Este pasaje está bien, pero desconcierta porque de pronto aparece Amanda sin que se sepa muy bien de dónde sale. Sólo a la tercera vez descubrí "en la habitación que compartía con otra centena de enfermos"; quizá es culpa mía o quizá es por la forma de redactarlo. También supongo que el formato que adquiere el texto en estos foros complica la lectura, pero lo apunto porque si me ha costado a mí puede ser que le cueste a más gente.
El señor de las sombras escribió:La hermana abandonó el edificio, lejos de sus pupilas.
Esta frase también me resulta confusa. ¿Qué quisiste decir?
  • ¿La hermana abandonó el edificio hasta estar lejos de la vista de Williams? (En cuyo caso hay un error de enfoque)
  • ¿La hermana abandonó el edificio y se alejó lo suficiente hasta no tenerlo a la vista?
En mi opinión, la frase necesita una reformulación; no sé si querías dejarlo abierto, pero lo malo de hacer pensar demasiado al lector es que lo saques de la historia y acabe por perderse en la historia.

Por lo demás, creo que tienes entre manos un relato que puede estar entre los ganadores. ¡Bien hecho!

¡Mucha suerte y gracias por compartirlo :60: !
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Nínive
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Nínive »

Ay, autor... Me lo estaba pasando muy bien con tu relato. Me dije, "He dejado uno de los mejores para el final". Pero he aquí que precisamente el final no me ha llegado. Me parece que te has quedado sin espacio y la historia que había tomado unas dimensiones distintas en tu cabeza ha quedado un poco "coitus interruptus". Esa larga explicación de la niñez en la que dejas entrever que el señor de las sombras ya había aparecido mucho antes en sus vidas, me deja a medias. :noooo:

Por lo demás, el comienzo me parece muy bueno, y el desarrollo también. La frase del tomar el aire que apunta Rubi también me parece que no casa con el tono general de la narración, pero el resto está muy bien. Salvo el final, que me parece precipitado y que deja demasiado de la historia en vilo. :colleja:

Abrazos. :60:
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Mister_Sogad
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Mister_Sogad »

Me gusta tu apuesta sicológica, autor/a. Tu prota está bien construido, al menos he podido imaginarlo, así como sus "inquietudes". Ya lo habré dicho en este y otros concursos, pero me gusta que se plasme la sicología, un buen juego sicológico, un buen estudio sicológico. En tu caso quizá echo en falta algo más de inmersión, es decir, que me hubiera atrapado más el interior de tu prota pero, aún así, ya digo que me ha gustado lo que has hecho. Añado a esto la ambientación, que también creo que has logrado recrearla con sentido; un saborcillo a la revolución industrial me ha acompañado durante tu texto y se me ha hecho coherente con la historia, así que, sea o no el contexto que tú tenías en mente, a mí me ha gustado tenerlo de este modo.

Se me ha escapado lo que le ocurrió a la hermana para estar donde estaba, pero puede que haya sido fallo mío.

Te deseo suerte temerosamente. :60:
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Topito
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Re: CT II - El señor de las sombras

Mensaje por Topito »

Bueno, tranqui, has gustado. A mí no. Qué más da. Quédate con las apreciaciones de los compis ( diablillos foreros de alma blanca).


Una apreciación mía: al principio, entre "no sales a jugar" y el prota aovillado en el sofá tuve que volver al principio para comprobar que no era un niño. No sé, no he llegado apreciar el cambio de estado del miedo controlado de un adulto al miedo intrínseco de un infante. Las acciones en esa parte me parecen más infantiloides que adultas.

Son jovenes, los protas, digo, ¿no? Me lo parecen por los diálogos. A lo mejor porque es tan pánfilo, tan inmaduro. Al menos esa es mi sensación.

Te falta espacio. Ese final me lo chilla, hasta me abofetea. Tienes un filón con los padres. Redondear la historia. Pero necesitas espacio, tiempo... ¿se lo pedimos al Señor de las Sombras? Bueno, se lo pides tú, vale. Yo te doy apoyo moral desde la distancia :cunao: .

Los diablos me gustan.

Suerte.
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