Bueno, sí, pero yo adopto como abuelo al aspecto físico del personaje en cuestión, al margen de que sea una persona a la que admiro. Y no me niegues que Pärt es un abuelete.
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Disfrútala, jilguero.
¿Dónde habrá quedado la juventud? ¿Cuántos xirines habrán muerto y nacido desde esa juventud perdida?
Es magnífica esta sentencia.
Así es. Dicen los que entienden de otra forma diferente a ti y a mí (porque nosotros también entendemos; ¿o acaso apreciar algo no es entenderlo?) que la acaruela (bonita farfanía)* es la técnica pictórica más complicada.
* ¿Has leído Caperucita en Manhattan? Yo estoy con ella. Sara Allen, la caperucita del título, una niña de diez años, se inventa palabras y las llama farfanías.
Las primeras palabras que escribió Sara en aquel cuaderno de tapas duras que le había dado su padre fueron río, luna y libertad, además de otras más raras que le salían por casualidad, a modo trabalenguas, mezclando vocales y consonantes a la buena de Dios. Estas palabras que nacían sin quererlo ella misma, como flores silvestres que no hay que regar, eran las que más le gustaban, las que le daban más felicidad, porque sólo las entendía ella. Las repetía muchas veces, entre dientes para ver como sonaban y las llamaba "farfanías". Casi siempre le hacían reír.
- Pero, ¿de qué te ríes? ¿Por qué mueves los labios? - le preguntaba su madre, mirándola con inquietud.
- Por nada. Hablo bajito.
- ¿Pero con quién?
- Conmigo; es un juego. Invento farfanías y las digo y me río, porque suenan muy gracioso.
- ¿Que inventas qué?
- Farfanías.
- ¿Y eso qué quiere decir?
- Nada. Casi nunca quieren decir nada. Pero algunas veces sí.
- Dios mío, esta niña está loca.