¿Escribimos un relato entre todos? (Juego)
Re: ¿Escribimos un relato entre todos?
Capítulo I Aquí
Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno ...
Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno ...
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Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite oliva
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite oliva
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Capítulo I Aquí
Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que
Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
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Capítulo I Aquí
Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito.
Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito.
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Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
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Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro
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- Edgardo Benitez
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Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro...
y espero por...
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro...
y espero por...
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Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
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Re: ¿Escribimos un relato entre todos? (Juego)
Edgardo Benitez escribió:Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
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]y espero por él hasta que
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Capítulo II
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sardinas y un
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Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
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Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche
como a él
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche
como a él
¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
- oscall
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Re: ¿Escribimos un relato entre todos? (Juego)
Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba
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Re: ¿Escribimos un relato entre todos?
Capítulo I Aquí
Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera
Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera
Recuento 2024
Ayer: El inventor. Miguel Bonnefoy
El Puerto Prohibido. T. Radice, S. Turconi
Hoy: Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo
El tesoro del Cisne Negro. P. Roca, G. Corral
Ayer: El inventor. Miguel Bonnefoy
El Puerto Prohibido. T. Radice, S. Turconi
Hoy: Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo
El tesoro del Cisne Negro. P. Roca, G. Corral