─Oye, Piloto, ¿recuerdas que hasta donde alcanzábamos a ver, todo esto era de color verde y si utilizabas tu extraordinaria habilidad podíamos descender a la altura de los árboles y yo sacaba los brazos, y cada vez más partes de mi cuerpo a través de la ventana, para coger algunos frutos?
─Por su puesto, Rastreador. Sabrosísimos higos, problemáticas naranjas que jamás aprendiste a mondar y manzanas, mis favoritas. Rojas y brillantes. ¿Recuerdas su sabor?
─Cierto, Piloto. ¿Recuerdas esos sabores que en ocasiones combinábamos en una mezcla no tan apetitosa y de matices vomitivos? Y pensar que toda esa flora fue sacrificada para dar paso a las inmensas construcciones coloridas que ahora oteamos, obras que jamás reemplazarán la belleza natural de coger un delicioso fruto o cuidar tu propia plantación. Así algunas casas respeten el decreto del Gobierno de tener forma y color de árboles, adornadas con frutos artificiales, la mayoría de rascacielos y edificios tienen la forma de sus inquilinos. Incluso el miedo cambió su forma, pero la vanidad es lo único inmutable.
─Me acuerdo, Rastreador, que mi ciudad se opuso a la construcción de esas nuevas viviendas debido a que nos gustaba la vida del campo, áreas en las que podías llevar a toda la familia, caminar, comer cualquier fruto y lanzar las semillas donde sea y esperar a que allí creciera algún frutal nuevo. Nadie te importunaba porque podían pasar por tu parcela y hacer lo mismo. Éramos felices, Rastreador. Fue suficiente que uno de nosotros comenzara con la construcción de un hogar cuya fachada presente los rasgos de su rostro para dar inicio a toda una miríada de fabricación de concreto facial. Ahora la moda son los edificios bicefálicos.
─En eso te doy la razón, Piloto. ¿No es verdad que todo era muchísimo mejor antes, con los árboles? Incluso era dolorosamente divertido que te lanzaran las semillas a la cara o dentro de la ropa y tener que juntarlas para depositarlas en cualquier pedacito de tierra. ¡Qué tiempos, Piloto! Y cuando el Gobierno quiso regular las edificaciones fue demasiado tarde. El descontrol incitado por la vanidad llegó a niveles sanguinarios y a los que no estuvieron de acuerdo solo les quedó huir.
─Desde que hui, Rastreador, no he vuelto a ver mi anterior hogar, apuesto a que no lo reconocería, y eso que podría hacer el viaje rápidamente. Sin embargo, cada vez que me tienta la nostalgia me pregunto si visitarlo me haría feliz. El noventa y nueve por ciento de veces concluyo que no, que una visita a ese lugar no serviría para nada.
─Cierto, Piloto. ¿Y el uno por ciento restante?
─El uno por ciento, Rastreador, me dice que si veo aquel lugar otra vez, podría dar inicio a una guerra o algo peor.
─Vaya, Piloto. ¿Aún recuerdas a los humanos?
─De esos ya no me acuerdo, Rastreador.