El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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El Archipiélago de Jonás



El Archipiélago de Jonás.jpg


«Mi amigo Jonás bajó a la playa. Se descalzó los guantes, carraspeó y comenzó a comer arena lentamente», anotó el famélico náufrago en el diario. Luego, con una beatífica sonrisa dibujada en el rostro, fue él mismo quien bajó a la playa, se quitó los viejos mitones de lana, carraspeó tres veces y, con la vista clavada en el punto medio entre dos de los islotes más lejanos, comenzó a comer arena de forma parsimoniosa.

De entre todos los arraigados hábitos de aquel amigo de Jonás, ese era sin duda el que más placer parecía depararle. En mi primera mañana en este –cada día más exiguo– atolón «madre», tuve ya ocasión de asistir a ese asombroso rito. Ni que decir tiene que lo presencié sin sospechar aún su trascendencia en la configuración de la orografía local: circundando este atolón, hasta donde mi vista alcanza, hay un extraordinario cúmulo de minúsculos islotes de arena que, a modo de termiteros marinos, se elevan sobre la glauca superficie del mar.

Había llegado la víspera, exhausta, desvanecida sobre el tablón que me servía de balsa. De mi abrupto encallamiento, apenas recordaba nada; tan solo que ambos, el madero y yo, de repente, cuando ya había perdido toda esperanza de salir con vida de aquella adversa travesía, nos habíamos quedado varados en tierra firme. Debió ocurrir en la pleamar, puesto que estaba agotada, sin fuerzas para hacer ni el más mínimo movimiento por alejarme del agua, y, sin embargo, me desperté tumbada sobre la arena seca, apartada de la batiente. Y cuando abrí los ojos, en la estrecha franja de luz que mis hinchados párpados me dejaban entrever, se encontraba sentado mi compañero de isla, hierático, majestuoso, con su afilado rostro mirando al frente y la panza aún deshinchada, caída hacia abajo, rumiando el primer puñado de arena de esa nueva jornada de molienda.

Era mi primera mañana consciente en el atolón y, como aún ignoraba la faraónica tarea que se traía entre manos, mi hambruna de varios días me llevó a pensar que aquel escuálido hombre estaba rumiando un suculento fruto exótico. Aunque no tardaría mucho en descubrir la verdad. En descubrir que aquel insólito hábito no consistía en masticar la pulpa de una papaya o de cualquier otra jugosa fruta, sino en la lenta y reiterada ingestión de arena hasta que su vientre, al principio arrugado como el fuelle de un acordeón, después de alojar en su interior varios kilos de finísima arena, se volvía tenso y orondo como el de un fastuoso buda.

Luego vino una larga espera, durante la cual mi compañero de atolón, la vista clavada en el horizonte, el oído alerta, las manos reposando sobre su prominente panza, pareció olvidarse de su condición humana, y se sumergió en una suerte de letargo que mis rudimentarios conocimientos de biología me hicieron asemejar al sueño de hibernación de los batracios. Mas… ¡cuán equivocada estaba ―ahora ya puedo afirmarlo― al establecer semejante parangón! Como pude saber más tarde, en esos momentos de ensimismamiento, mi compañero de infortunio no se sumergía en un letargo invernal como el de las ranas o el de los sapos, sino en una ensoñación mucho más ambiciosa y, en cierto modo, mucho más humana: en el magno proyecto que Jonás había dejado como herencia a todas las futuras generaciones de náufragos y, sobre todo, en la recompensa que después recibiría a cambio.



«Como el tiempo pasaba y las ballenas no venían a su parada habitual de tragar hombres, se sumergió en el agua», anotó en el diario el cada vez más esquelético náufrago. Y luego, con un extraño rictus de desamparo dibujado en el rostro, caminó a cuatro patas por la playa y, sin dejar de mirar hacía el mismo punto en que lo hacía cada vez que rumiaba, se adentró en el agua.

Aquel baño representaba un cambio inesperado de conducta de mi compañero de atolón. Hasta entonces se había limitado a contemplar impávido el horizonte mientras rumiaba arena. Pero ahora había roto su costumbre y, no sin alarma, observé cómo se adentraba en el agua. La lógica me decía que no podría alejarse demasiado de la isla sin hundirse, llevando ―como llevaba― varios kilos de arena alojados en sus entrañas. Es cierto que alrededor de este archipiélago el mar es ahora muy somero, de ahí que sea tan glauco; aunque no fue siempre así: su actual orografía es el resultado de la ímproba y paciente labor realizada, generación tras generación, por una caterva de náufragos que, con obediencia ciega, se han afanado en llevar a cabo el encargo de Jonás. El caso es que, debido a la escasa profundidad del agua, mi compañero de isla tardó mucho tiempo en perder pie y me llevé un buen rato observándolo sin que ocurriese nada reseñable.

Pero de súbito, cuando más confiada me hallaba, comenzó a agitar de forma convulsa sus descarnadas extremidades ―a fin de mantenerse a flote, supuse― y su pausado reptar a cuatro patas se transformó de repente en un frenético chapoteo. Confieso que hubo un momento en el que, temiendo por su vida, a punto estuve de lanzarme al agua para ir en su ayuda. Pero una reflexión de última hora me detuvo. Durante las semanas compartidas en la isla, no había hecho el menor amago de acercamiento a mí. Aparte de que no había cruzado conmigo ni una sola palabra, ni siquiera le había pillado mirándome de forma furtiva. Estaba claro que me ignoraba. ¿Por qué, entonces, habría yo de inmiscuirme en aquel baño suicida?

Tranquilizada mi conciencia, me resultó fácil convertirme en una simple espectadora que observaba lo que ocurría con curiosidad. Pasados unos minutos, el agitado braceo fue sustituido de golpe por la calma más extrema; y aunque esa quietud me hizo temer lo peor, opté por seguir sin entremeterme en sus asuntos. La postura más correcta, como muy pronto comprobaría. Tuve, no obstante, un primer momento de vacilación en el que estuve a punto de adentrarme en el mar, porque dejar su cuerpo a la deriva se me antojaba demasiado inhumano. Pero, justo cuando me disponía a ir a su encuentro, quien yo creía ya cadáver inició su regreso con un nado ágil y pausado. Vi entonces que detrás de él ―entre los dos lejanos islotes que desde la playa había mirado con tanta insistencia― el mar, antes tan calmo allí, ahora se arremolinaba como si hubiera un obstáculo que impidiese en parte el paso del agua.

La conducta que acabo de describir, la inesperada ruptura de su anterior sedentarismo, se convirtió a partir de ese día en uno más de sus arraigados hábitos. Hecho que propició que el nuevo montículo de arena fuese cada día más prominente; así como que la pequeña turbulencia del mar entre los dos lejanos islotes se acabara transformando en un continuo romper de las olas al chocar contra el nuevo mogote. Sin comprender aún su trascendencia, fui así testigo de la gestación de uno de los muchos islotes que, a modo de blanquecinos termiteros, se elevan sobre la superficie del océano en este recóndito, y oficialmente casi vacío ―en los mapas solo consta una isla solitaria que supongo representa este atolón―, enclave de los Mares del Sur.



«Y fue flotando a depositar su arena en otra playa, al tiempo que maldecía, con voz pausada, de este horario absurdo que tienen ahora las ballenas», anotó en el diario quien ya solo era pellejo y huesos. Y a continuación, con rostro malhumorado, se puso a cuatro patas y, con la inflada barriga rozando el suelo, se desplazó torpemente sobre la estrecha franja de tierra firme a la que, tras generaciones de saqueo, ha quedado reducido este atolón.

Comer arena seguía siendo ―al menos en apariencia― la más placentera de sus actividades cotidianas. Transportarla, en cambio, se había convertido en una pesada carga ―valga la redundancia― que, jornada tras jornada, había ido minando su apacible carácter. Tan es así que, por aquel entonces, una vez su vientre adquiría el orondo porte de un buda, la beatifica sonrisa exhibida durante la rumia se transformaba en un gesto mal disimulado de ira. Convencida de que nadie le obligaba a comportarse de esa manera tan ilógica ―los dos estábamos solos en aquella isla―, no fui capaz de comprender el motivo de tanta rabia hasta que el aburrimiento y la curiosidad me hicieron profanar su intimidad. Leyendo el diario me enteré de que los destinatarios de su cólera eran los grandes mamíferos marinos, cuyos horarios se habían alterado de tal forma que ya no era posible prever cuando acudirían a la cita que tenían pendiente con él.

Pese a mi excelente vista, desde mi llegada al atolón, en ningún momento había observado ni el más leve rastro de ballenas. No obstante, por si no había escrutado el horizonte con la debida atención, en los días posteriores a ese acto de indignidad ―nunca antes había leído un diario que no fuese el mío―, desde la salida del sol hasta el ocaso, llevé a cabo una exhaustiva vigilancia del horizonte circular que se divisa desde aquí. Cada nuevo día que pasaba sin avistamientos, me reafirmaba en mi convicción de que ninguna especie de ballena parecía surcar estos mares. Daba la impresión, pues, que las anotaciones del diario fuesen el reflejo de sucesivos espejismos. Mas justo cuando ya estaba a punto de tirar la toalla, en esa franja lejana donde el agua ya no es glauca sino de un azul oceánico casi negro, divisé unos tenues hilillos de vapor que, de forma intermitente, se elevaban sobre la superficie del mar. Y aunque los estuve viendo hasta que oscureció, en ningún momento intentaron acercarse a este atolón.

Chorro de vapor.jpg

Esa noche, mientras aguardaba el sueño, me acordé de los pequeños surtidores vistos esa tarde; y entonces, como por ensalmo, la luz se hizo en mi entendimiento y comprendí la verdadera razón de que los cetáceos hubieran dejado de cumplir con su parte del pacto. Antaño, cuando alrededor de esta isla central solo había agua, aproximarse a sus playas debió ser una tarea trivial incluso para las ballenas de mayor tamaño. Pero de forma paulatina los náufragos la habían rodeado de islotes y, conforme sus taludes se habían ido solapando, acercarse a sus playas se había convertido en una gesta demasiado arriesgada. Puede que durante un tiempo los ejemplares más temerarios ―los más jóvenes e inconscientes, sin duda― se siguieran aproximando a este bajío. Pero saltaba a la vista que mi naufragio había ocurrido en la época en la que ya ni siquiera los ballenatos se atrevían a adentrase en las aguas, cada vez más someras y glaucas, de este enjambre de islotes.

Unos días después de que yo avistara en lontananza aquellos chorros de vapor, mi único compañero de isla hizo algo que iba a cambiar para siempre mi destino. Esa mañana estuvo comiendo arena como cualquier otra mañana; y luego, una vez que la piel de su vientre estuvo tensa como la de un tambor, se adentró en el agua y llevó a cabo el ya cotidiano porte de arena al nuevo promontorio. Hasta ahí todo ocurrió como estaba previsto, incluida mi conducta que consintió en observar primero su reptación y luego su chapoteo. En cambio, una vez se liberó de su cargamento de arena, en vez de regresar hacia esta isla, lo vi poner rumbo mar adentro. Aquel inopinado cambio me sorprendió tanto que, de forma automática, me puse en pie para tener una mejor visión. Agucé la vista todo lo que pude y fui testigo de cómo, brazada tras brazada, mi hasta entonces compañero de isla se fue alejando cada vez más hasta que dejé de verlo.

Lógicamente, no puedo estar segura de la suerte que corrió, pero lo que sí sé es que, en aquel ocaso, los intermitentes chorros de vapor no solo se acercaron más a la línea donde el mar se vuelve glauco, sino que tardaron también mucho más tiempo en perderse de vista. De hecho, cuando se hizo de noche y empezaron a titilar las primeras estrellas, como ya no podía ver nada, agucé el oído y mi impresión ―se escuchaban sordos resoplidos― fue que los cetáceos seguían estando allí.



«El amigo de Jonás cambió el rumbo y, en lugar de nadar hacia el atolón, lo hizo mar adentro», anoté en el diario de los náufragos la noche de su desaparición. Luego entré en la cabaña y, tal como tantas veces le había visto hacer a él, me puse los viejos mitones, me acurruqué en su lecho, imité su carraspeo y me dormí.

La primera vez, ni su sabor ni su textura fueron de mi agrado, si bien recuerdo que lo peor de todo fue el acto de tragármela. Ahora, en cambio, en cuanto los primeros rayos del sol me despiertan y noto la vaciedad del estómago, se me hace la boca agua pensando en ella. Pensando en el áspero tacto de cuando me la meto en la boca o en el gusto iodado que me deja una vez me la trago. Pero lo que sin duda me resulta más placentero de todo es la sensación de plenitud que experimento cuando el vientre se me redondea y su piel se tensa hasta alcanzar la delicada transparencia de la membrana nictitante del ojo de un pájaro.

De momento, sigo siendo la única habitante del archipiélago y eso me convierte también en la única responsable de mantener viva esta ignota tradición. Sé que la temeridad ―fue mi caso― o el simple albur harán que, el día menos esperado, llegue un nuevo náufrago a este atolón. Cuando eso ocurra, realizaré en su presencia cada uno de los gestos necesarios y los repetiré cuantas veces hagan falta hasta estar segura de que ha comprendido que es así como habrá de hacerlo él en el futuro. Y en cuanto el nuevo amigo de Jonás esté del todo adiestrado, yo me afanaré en concluir el islote que me traiga entre manos; y cuando esté acabado, en vez de regresar a esta isla, nadaré mar adentro en busca de mí cetáceo. Desde la noche de la partida de mi antiguo compañero, no he vuelto a ver ni un solo chorro de vapor que me sirva de acicate en esta trabajosa y solitaria tarea. Sueño, sin embargo, a menudo con ese vientre cálido, confortable y seguro, en cuyo interior podré dormitar mientras escucho el fascinante canto con el que, en las oscuras profundidades del océano, las ballenas arrullan a sus ballenatos.

Sí, estoy segura de que, el día menos pensado, llegará a esta isla otro náufrago para ocupar mi puesto. Pero, hasta que eso ocurra, habré de ser yo quien continúe haciendo realidad este ambicioso sueño. Desde que los cetáceos ya no pueden acercarse a la orilla del atolón para cumplir con su parte del pacto, la labor de los náufragos es cada vez más ardua. A pesar de ello, la prometida recompensa, el futuro descanso en el interior de mi ballena nodriza, hace que el esfuerzo merezca la pena. Y es por esa razón que hoy, como cualquier otro día en este recóndito lugar de los Mares del Sur, me levanto con buen ánimo y, aferrada a la esperanza ―ella es ahora mi nueva tabla de salvación―, me dispongo a cumplir con mi deber: la creación de un nuevo islote en el cada vez más profuso Archipiélago de Jonás.


Ballena nodriza.jpg


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Mi amigo Jonás bajó a la playa. Se descalzó los guantes, carraspeó y comenzó a comer arena lentamente. Como el tiempo pasaba y las ballenas no venían a su parada habitual de tragar hombres, se sumergió en el agua y fue flotando a depositar arena en otra playa, al tiempo que maldecía, con voz pausada, de este horario absurdo que tienen ahora las ballenas.
Marea de bolsillo (E. Rodríguez)


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Última edición por jilguero el 28 Feb 2021 13:19, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

El Archipiélago de Jonás, Cata, fue mi estreno en el foro. He mejorado el texto, o eso creo, y le coloco aquí porque tú no estabas entonces por el foro, amén de porque está en este como un archivo sin desplegar y, sobre todo, porque es una recreación homenaje a un minipoema en prosa de fray Emilio, el dominico poeta que murió en la segunda ola de la pandemia.

Me salió un tanto surrealista, porque ese poema del fraile lo era, pero le tengo cariño. No consigo poner el enlace del video del canto de las ballenas que se vea. Y te recuerdo, por último, que en Operación Casiopea, viaje en el que tú participastes, en el diario de abordo se mencionaron a estos hombres comedores de arena: Que se produzcan nacimientos de niños en el planeta de Casiopea es la parte más crucial e interesante del experimento. Se confía en que, una vez regresen a la Tierra, los hombres nacidos en Tlön conserven la capacidad de duplicar las cosas perdidas y de generar nuevos objetos por sugestión o fruto de su esperanza. Supuesto que se fundamenta en lo que parece haberles ocurrido a los hombres comedores de arena. Originarios de Tlön, en cuanto llegaron a nuestro planeta, se dedicaron de nuevo a rumiar arena. Pero puede que, mientras lo hacían, se entretuviesen recordando los tiempos en los que, todavía niños, se zambullían en el agua de los mares de su planeta. La fauna del cenote que yo analicé podría ser la materialización de esos recuerdos. De hecho, desde que el atolón central se quedó desierto, el agua del cenote y las especies foráneas que lo habitaban se convirtieron en un fluido blancuzco e impreciso. Aun más, hay quien mantiene que era el deseo de volver a casa lo que hacía que, cada cierto tiempo, en el horizonte terrícola de los hombres comedores de arena apareciese un transbordador pisciforme, similar a Orca, capaz de llevarlos de regreso a su planeta.

Como ves, los hilos de Ariadna van uniendo las pamplinas poco a poco e imagino que llegará el día en que nos veamos atrapadas en ellas tal cual insectos atrapados en una tela de araña. :cunao:


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

Hola Jilguero, lo he leído y me ha gustado.

Un saludo, cuídate.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

hexagono69 escribió: 27 Feb 2021 20:21 Hola Jilguero, lo he leído y me ha gustado.

Un saludo, cuídate.
Me alegro, Hexa, agradecida quédate por haberte interesado por los rumiantes de arena. Y lo mismo te digo, cuídate que ya debe quedar menos...
*****

Cata, un amanecer muy bonito, con un paseo agradable y casi sin un alma en la playa. Me he cruzado con el señor de la chapela y los pies a las dos menos diez (creo que no te he hablado aún de él, algún día lo haré) y poco más. Le he dado vuelta a al beleño y he recolectado algunas cápsulas, una de ella bien madura. Me refiero el de color beige de la izquierda.


Pixidios de beleño.jpg
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 27 Feb 2021 21:42Me he cruzado con el señor de la chapela y los pies a las dos menos diez (creo que no te he hablado aún de él, algún día lo haré) y poco más.
¿El resto de gaditanos nativos o adoptivos no tenéis pieses?
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 28 Feb 2021 07:31
jilguero escribió: 27 Feb 2021 21:42Me he cruzado con el señor de la chapela y los pies a las dos menos diez (creo que no te he hablado aún de él, algún día lo haré) y poco más.
¿El resto de gaditanos nativos o adoptivos no tenéis pieses?
Hoy me he cruzado de nuevo y debo aclarar que camina con los pies a las dos menos cuarto.

Y los demás, Greto, si tenemos pies, pero caminamos o nos detenemos con ellos marcando otras horas diferentes; en mi caso, por ejemplo, tiendo a situar ambas manecillas paralelas por lo que marcaría las doce en punto, si bien se podría decir que una de mis manecillas tiene la punta un poco torcida hacia dentro (detalle heredado de mi santacatalina y que ella, presumida, intentaba corregir en balde; y que yo dejo a su libre albedrío).

Cuándo se detiene o camina, ¿qué hora marcan los pies del xirín xardineiro ?


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 28 Feb 2021 10:52Hoy me he cruzado de nuevo y debo aclarar que camina con los pies a las dos menos cuarto.
¡Uy!, ahora lo he pillado, jilguero. Creía que te habías cruzado con él a las dos menos diez, aunque me resultaba un horario más propio de pucheros que de caminatas.
jilguero escribió: 28 Feb 2021 10:52Cuándo se detiene o camina, ¿qué hora marcan los pies del xirín xardineiro ?
Oye, ni que fuésemos hermanos. Marcan las doce en punto aunque en ocasiones también uno de los pies se retrasa o adelanta un minuto.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 28 Feb 2021 13:09 ¡Uy!, ahora lo he pillado, jilguero. Creía que te habías cruzado con él a las dos menos diez, aunque me resultaba un horario más propio de pucheros que de caminatas.
Jajaja, dudé si hablabas en serio o si bromebas y no te estaba cogiendo la broma. He releído mi frase y se presta a confusión, si bien yo habría puesto una coma, en caso de indicar la hora de cruce, antes de esta.
Gretogarbo escribió: 28 Feb 2021 13:09 Oye, ni que fuésemos hermanos. Marcan las doce en punto aunque en ocasiones también uno de los pies se retrasa o adelanta un minuto.
Hermanos de pies, entonces. ¿Qué número calzas? Yo 39-40, pues me gusta que no se sientan prisioneros.
*****

Esta mañana, Cata, la mañana estaba bonita y la playa solitaria. Pero me puso de mal humor ver los restos de los botellones; había incluso algunos contenedores de basura tumbados y la basura desparrama, y botellas rotas a posta.

Había un señor de la limpieza recogiendo con infinita paciencia los restos de los incívicos. ¡Menuda gracia le hará el trabajo extra de los fines de semana!

Casi mejor que llueva para que aparezca la playa virgen...

¡Ah!, lo olvidaba: he encontrado otro beleño :wink:.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 28 Feb 2021 21:06He releído mi frase y se presta a confusión, si bien yo habría puesto una coma, en caso de indicar la hora de cruce, antes de esta.
Tienes toda la razón, jilguero. Tu frase está construida a la perfección. Debería haberla leído bien.
jilguero escribió: 28 Feb 2021 21:06¿Qué número calzas? Yo 39-40, pues me gusta que no se sientan prisioneros.
Tengo el pie pequeño, como los buenos futbolistas, pero yo sin serlo. Calzo un 41 de media; según tallaje y horma, un número arriba o abajo.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 01 Mar 2021 08:38 Tengo el pie pequeño, como los buenos futbolistas, pero yo sin serlo.
No sabía yo que los buenos futbolistas son de pie pequeño. En mi caso, lo tengo más bien grande. Siempre les di libertad y los usé mucho, no sé si eso habrá contribuido en algo.
Gretogarbo escribió: 01 Mar 2021 08:38Calzo un 41 de media; según tallaje y horma, un número arriba o abajo.
Entonces eres mi hermano de pie mayor, pues aquí lo que cuenta no son los años sino el tamaño.

*****

Decía yo ayer, Cata, que:
jilguero escribió: 28 Feb 2021 21:06 Casi mejor que llueva para que aparezca la playa virgen...

Y gracias a Dios eso es lo que ha ocurrido y, a pesar de que hoy sea aquí fiesta (ayer, día de Andalucía cayó en domingo) y anoche podría haber habido de nuevo juerga nocturna, la playa ha aparecido hoy pasada por agua y, por ende, limpia y solitaria. Vamos, como a mí más me gusta.

Estrenando mes.jpg


Y estos días están apareciendo conchas muy chulas. Me tengo prohibido subir a casa más cosas, porque luego son nidos de polvo. Pero ya llevo dos días seguidos que me dejo llevar por la tentación y me acabo trayendo algo. Ayer fue una valva enorme, como la palma de mi mano (la que esta debajo), pero que me viene muy bien como reposadero de una concha fósil (la que está arriba) que ya tenía y que tiene la fea costumbre de soltarme arenilla.

Ostión.jpg

Hoy un habichuelón pétreo y una valva nacarada que brillaba tanto que no me he posido resistir.

Habichuelon y cuenquecito nacarado.jpg


Haya veces, Cata, que miro todo lo que tengo por casa y me digo que, si hubiera un cataclismo, y este edificio se quedara sepultado, los arqueólogos de futuras generaciones habrían de hacer mil teorías para explicar que se hallen juntas cosas tan dispares. Me divierte pensar en la alegría y desconcierto (suele producirse una mezcla de ambas cosas) al encontrarse un yacimiento tan inexplicable. Igual algún día me meto en su piel y escribo una pamplina sobre el asunto. :wink:

Y hoy, como música de acompañamiento, te voy a dejar una de las obras no religiosas de Bach. Este fragmento de la Cantata del café, cantata que antiguamente me la ponía de fondo para limpiar la casa por lo que la tengo asociada al plumero. :cunao:

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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 01 Mar 2021 13:34En mi caso, lo tengo más bien grande. Siempre les di libertad y los usé mucho, no sé si eso habrá contribuido en algo.
Para achicarlos, el llevarlos muy comprimidos durante su desarrollo sí que influye (véanse los desagradables pies de loto de algunas mujeres chinas). No obstante, tú sabrás si te ha seguido creciendo el pie desde tu juventud.

¡Qué bonita esa concha fósil, jilguero!
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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Gretogarbo escribió: 01 Mar 2021 13:52 ¡Qué bonita esa concha fósil, jilguero!
¿Te gusta?, pues te nombro heredero de mis fósiles. Tengo más, como estos ammonites de la zona de Montesclaros.

fósiles ammonites.jpg


También tengo algún diente de tiburón fósil de alguna playa del Puerto de Santa María. Otro día os los enseño.

Me preocupa que el día que yo ya no vele por ellos acaben en un contenedor de basura. Así que dejaré dicho en la herencia que los fósiles son para el Xirín das bibliotecas, que vive en un recuncho pegadito al camino de Santiago. El transportista podría ser Catulo, si es que para entonces sigue con los maratones y se hace el que pasa por ahí al lado. Jajaja, lo malo es que seguro que te quiere endosar, de paso, una cintita de carnaval.

*****


Oye, Cata, ¿te he dicho alguna vez lo mucho que te admiro? Sí, bueno, no importa, te lo digo otra vez: eres una mujer valiente, sabia y generosa. Te admiro por las tres cosas, pero de modo muy especial por la primera, ya que yo soy una cobardica de tomo y lomo, o de aúpa, o de muy señor mío.

Y te diré que hoy hace un día en el que la primavera, nerviosa, bulle por detrás de la nubes que, a ratos, ocultan el sol.

Un día llenos de síes, como el que se describe en estos versos de Salinas:
Todo dice que sí.
Sí del cielo, lo azul,
y sí, lo azul del mar,
mares, cielos, azules
con espumas y brisas,
júbilos monosílabos
repiten sin parar.
Un sí contesta sí
a otro sí. Grandes diálogos
repetidos se oyen
por encima del mar
de mundo a mundo: sí


O como el que nos describen las notas de este val de Chopin

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Pesadilla bosquiana :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Gretogarbo
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 02 Mar 2021 14:02... te nombro heredero de mis fósiles.
Pues vaya responsabilidad, jilguero. Sólo espero que la parca pase por aquí antes que por ahí, con mayor motivo si Catulo va a ser el mensajero cantando alguna chirigota que, con todo el respeto para los gaditanos, se me atragantan a la segunda estrofa.
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Mientras tú hoy duermes, Cata, te voy a prestar mis ojos para que mires esta inmensidad de ocres, verdes y azules que tengo delante de mí y que, por vista, no deja de ser cada vez un nuevo regalo.

Arena, mar y cielo.jpg


Cerca de nosotras, hay una pequeña franja de arena seca, de un beige más claro, en la que, como si fueran los bajos de una falda de bordes festoneados, aparece la arena tan solo un poco humedecida, de un tono ligeramente más oscuro; y luego, tras un par de cenefas horizontales, el ocre intenso de la arena mojada. Hoy, sin embargo, no es una franja homogénea y limpia, sino que de forma inexplicable (quizás un simple juego de luces y sombras) tiene impurezas de un color más claro. Llegamos así a la batiente, a ese lugar donde el mar siempre anda en lucha con la tierra: por momentos, se revuelve, espumea, se vuelve blanco; mas luego se tranquiliza y la mansedumbre lo torna glauco. Un glauco que se aleja en busca de ese azul intenso de las aguas ya más lejanas y, por ende, limpias de arena. Y por encima de todo está el celeste del cielo, hoy demasiado monótono, incluso tedioso, porque no hay nubes ni gaviotas que creen en nuestros ojos el contraste necesario para apreciar su belleza.

¡Escucha, Cata!, escucha como el beige de la arena seca le dice ahora sí al ocre de la arena mojada y este, a su vez, le dice también sí al agua de la batiente para que esta se vuelva glauca; y en la lejanía, el azul más intenso del mar dice igualmente sí al desvaído azul del cielo, el cual, sin saber muy bien qué pasa, confundido en medio de tanta luminosidad, responde con un ¿sí...? que desencadena un Sí general. Un Sí con mayúscula, gritado por todos a la vez, como si supieran que tú hoy estás demasiado lejos y, de no ser así, no lo podrás escuchar. Y mientras nosotras seguimos mirando al mar, esa caterva de síes encadenados se van convirtiendo, uno tras otro, en los acordes de un piano...


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 02 Mar 2021 14:08 Pues vaya responsabilidad, jilguero.
No te preocupes. No meten ningún ruido y se conforman con poco. Con que de vez en cuando detengas tu vista en ellos, ya se sienten satisfechos.

Tengo algunos que no me explico cómo pude yo cargar con ellos a la espalda. Sé que las primeras veces de ir a Montesclaros volvía con una mochilita cargada de pedruscos varios y que pesaba un potosí. Fue una etapa inicial de asombro, cuando el dominico poeta, que también era amante de la Naturaleza en sus diferentes facetas, nos descubrió varios yacimientos de fósiles que estaban al alcance de cualquiera.

Fragmento de ammonites.jpg


Este fragmento de ammonites pesa un montón y el animal entero tenía que ser enorme, puesto que esto es solo una parte de una de sus vueltas.

Y este otro, de tamaño más modesto, me gusta mucho: conserva la concha aunque teselada. Es además de las Spitzberg, situadas en el circulo polar ártico. Fue uno de los regalos que me trajo mi amigo el montañero que ahora descansa en paz en una ladera del Himalaya.

Bivalvo de las Spitzberg.jpg
Gretogarbo escribió: 02 Mar 2021 14:08 ólo espero que la parca pase por aquí antes que por ahí, con mayor motivo si Catulo va a ser el mensajero cantando alguna chirigota
Por eso no te preocupes: ya lo hablo yo con Catulo. Seguro que es capaz de contenerse mientras hace las tareas de Mercurio.

****


Hoy, Cata, ha amanecido nublado y ventoso. Imagino que no estarás de humor para contemplar nubarrones ni de que te despeine el viento. Así que mejor seguimos mirando esa paleta de ocres, verdes y azules de ayer y escuchando cómo se dicen sí, los unos a los otros, a través de las notas de ese piano interpretando un concierto de Beethoven.
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