El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »



De cuando fui la adarga de padre





Adarga.jpg


La pertinaz sequía y las posteriores lluvias a destiempo habían echado a perder los cultivos. Las cosechas de ese año fueron ruinosas y las deudas se desmadraron. En los bancos ya no le daban más crédito, pero padre necesitaba comprar semillas para resembrar la tierra, y también alimentos con los que darnos de comer a todos.

Yo era entonces demasiado pequeña para saber que, si se te cierran las puertas de todos los bancos —en el pueblo había varios—, todavía le queda a uno el recurso de llamar a puertas mucho menos recomendables. Y porque desconocía ese detalle, cuando me enteré de que al día siguiente iría con padre a Nueva Carteya para visitar a una señora, me puse muy contenta.

Corrían los primeros días de marzo y esa madrugada había helado. La hierba alrededor de casa estaba totalmente escarchada y en los charcos había una capa de hielo. Lamenté perderme el festín —mis hermanos y yo solíamos chupar el hielo de los charcos—, pero viajar a solas con padre era un privilegio que me recompensaba con creces de esa pérdida.

Madre me hizo vestirme de domingo y abrigarme como si fuéramos a ir de visita al iglú de un esquimal. Con la camiseta de manga larga, la camisa de viyela blanca, el jersey rojo de ochos —tejido por madre—, los leotardos beige, los pantalones de cuadros escoceses rojos y verdes, el abrigo de pata de gallo azul marino y blanco, y los guantes y la bufanda de lana azul celeste, parecía un muñeco de Michelin en versión multicolor.

Una vez estuve así ataviada, madre me dio un beso en la frente y me dijo que padre me estaba esperando en la cochera. Corrí hacia esta y, en el camino, me crucé con una tifa que estaba moviendo la cola. Me detuve un instante a mirarla y luego proseguí mi marcha. Al entrar, padre se hallaba ya sentado a horcajadas sobre la «lambretta» y tenía el rostro más serio y pensativo de lo habitual. Pero, en cuanto me vio, su gesto de preocupación se transformó en una sonrisa de bienvenida y eso hizo que yo me sintiera feliz.

Viajar a solas con padre era sinónimo de aventura y mi deseo de partir «¡ya!» se manifestó bajo la forma de un cosquilleo interior en raudo crescendo. Corrí hacia la moto y, poniendo un pie en la aleta lateral, me encaramé al asiento en un periquete. Padre inclinó levemente la «lambretta» hacia el lado izquierdo, mientras con el pie derecho presionaba con ímpetu el pedal de arranque. Después de varios intentos fallidos, al fin se escuchó el zumbido del motor.

Sin necesidad de que padre me lo recordase, rodeé su cintura con mis brazos y, girando la cabeza hacia un lado, apoyé la mejilla en su espalda. Entonces no se llevaban aún cascos, pero agarrada como una lapa al corpachón de padre me sentía segura, y también a resguardo del frío viento que soplaría en cuanto la moto cogiera algo de velocidad. Pero, esa gélida mañana de marzo, ni ir disfrazada de muñeco de Michelin ni estar acurrucada contra la espalda de padre bastaron para librarme de que los dientes me castañeasen durante todo el viaje.

Cuando me bajé de la moto en Nueva Carteya, tenía las piernas entumecidas y no podía parar de dar tiritones. Hubiera esperado que padre me propusiera echar una carrera, o bien que él mismo se hubiera encargado de frotarme con brío los brazos y la espalda para ayudarme a entrar en calor. Era lo que siempre hacía. Esa vez, sin embargo, ni siquiera pareció ser consciente de que yo estaba temblando. Pero me di cuenta de que volvía a estar serio y pensativo —algo le inquietaba, y mucho— y decidí perdonárselo.

Yo era una niña observadora y espabilada y, a esas alturas, aunque desconociera los motivos, había comprendido que la visita a aquella misteriosa señora —salvo la víspera, nunca antes habían mencionado su nombre en casa— era lo que preocupaba a padre. Y envestida momentáneamente de una madurez que aún no me era propia, deduje que esa mañana habría de portarme muy bien para no crearle ningún otro problema.

No me quejé, pues, del frío que tenía; ni siquiera cuando pasamos por delante de un puesto de tejeringos y se me fueron los ojos detrás de los aros, todavía chisporroteantes, que en ese momento la churrera estaba sacando de la sartén. Unos pasos más allá, padre se detuvo en seco delante de una puerta y, mientras con una mano levantaba el aldabón para llamar, con la otra agarró una de las mías con más fuerza que de costumbre.

Tras el tercer aldabonazo, la puerta se abrió sola gracias a un sistema de poleas y cuerdas que jamás había visto antes. Por el hueco en penumbra, vi una escalera muy empinada; y arriba de esta, la silueta de una mujer vestida de negro de los pies a la cabeza. Con voz grave —como la de madre cuando estaba enojada con nosotros por haber hecho alguna trastada gorda—, le dijo a padre que llevaba un rato esperándolo, y que subiera rápido porque tenía otras muchas cosas que hacer.

Que la invitación a subir fuera solo para él me alarmó porque no quería quedarme sola en una calle de un pueblo donde no conocía a nadie. De ahí que sintiera un gran alivio al notar que, antes de cumplir su orden, padre me apretaba la mano con más fuerza, si cabe. Subimos la escalera, pues, agarrados de la mano. Pero eso no evitó que lo hiciéramos también cohibidos por la presencia de aquella señora, cuyo sombrío atuendo me recordaba al de la abuela de madre en la vieja foto que había colgada en la pared del salón de casa.

Al llegar arriba, noté con desagrado que, además de parecer antigua, la ropa de aquella suerte de bruja —solo una mujer malévola podía achantar de esa manera a padre— exhalaba el mismo olor a rancio que los huesos y el tocino que madre conservaba enterrados en sal en la despensa. Para colmo, le dijo a padre que la niña —se refería a mí— no debía de estar presente en el trato y me señaló con la mano una silla que había en aquella especie de zaguán en alto. Padre me soltó la mano y, cuando lo miré suplicante, levantó los hombros en señal de impotencia.

Menos mal que la reunión se celebró en la habitación de al lado y escuchar la voz de padre a través del tabique me hacía sentirme menos sola y menos abandonada. Me encontraba en una situación muy hostil: no me podía mover porque la silla, en la que estaba sentada, parecía irse a desvencijar en cualquier momento; y la luz de la bombilla, que colgaba desnuda del techo, era tan triste que me hallaba rodeada de sombras inquietantes. Aquellos pequeños detalles —el olor a rancio, los muebles viejos, la ausencia de un plafón o de una lámpara con pantalla— me llevaron a concluir que la dueña de la casa era muy pobre y que quizás padre había ido para ayudarla.

Esa mañana, el tiempo parecía pasar muy despacio y la espera se me hizo eterna. Pero al fin se abrió la puerta y vi aparecer a padre. Salió solo, por lo que deduje que, además de pobre, aquella señora era una maleducada, que ni siquiera se molestaba en acompañar hasta la puerta a sus visitantes. Cuando alguien venía a visitarnos a casa, a la hora de marcharse, tanto padre como madre salían a despedirlo hasta la calle; y si el visitante era muy asiduo o bien de la familia, también los niños participábamos en la despedida.

A pesar de la poca luz, me di cuenta de que padre tenía los mofletes encendidos y eso me asustó, pues pensé que podría estar enfermo. En esos casos, madre nos ponía una mano en la frente para ver si teníamos fiebre. Yo no tuve tiempo, sin embargo, de usar ese termómetro casero con padre. Porque, justo cuando le iba a pedir que se agachara un poco para comprobar si tenía la frente muy caliente, padre pareció caer en la cuenta de que yo estaba allí y me sonrió de tal manera que mis temores se desvanecieron de golpe.

Ya no parecía estar preocupado ni tampoco cohibido. Volvía a ser el mismo de siempre. De hecho, cuando pasamos de nuevo por delante del puesto de los tejeringos, sin que yo se lo pidiera, le encargó a la churrera media docena de aros. Vi cómo esta los tejía en el aceite y cómo la masa blanca, primero por un lado, luego por el otro, se doraba. Después los sacó de la sartén con ayuda de dos agujas —como las que usaba entonces madre para tejer la lana muy gorda— y me los entregó ensartados en un junco para que no me quemase al cogerlos. Recuerdo que todavía estaban chisporroteantes, y que hubimos de esperar unos minutos antes de poder comérnoslos.

De vuelta a casa, padre le dijo a madre que todo había ido bien. Al día siguiente, fue al pueblo a comprar semillas para volver a sembrar los campos; y durante el resto de la semana, mis hermanos y yo merendamos pan con chocolate en lugar de con aceite. Mi memoria, que es muy sabia, se olvidó pronto de aquella desagradable señora y de su pobretona casa. Y durante mucho tiempo, del viaje a Nueva Carteya, solo conservé el recuerdo de las dos sonrisas que esa mañana me había regalado padre —la de bienvenida en la cochera y la del reencuentro tras el trato— y de los crujientes tejeringos que nos comimos antes de emprender el regreso.

Creo que nunca me habría vuelto a acordar de esa sombría mujer con olor a rancio, si al morir padre no hubiera descubierto, entre sus papeles, unos escritos suyos. Entre otras muchas cosas, en ellos hablaba de la angustia que había sentido cuando, en esos tiempos de sequía y de lluvias a destiempo, los bancos se negaron a darle más crédito. No le quedó otro remedio que viajar a Nueva Carteya y ponerse en manos de una prestamista que resultó ser una usurera sin piedad.

Aunque hubieran transcurrido ya tantos años, leyendo las anotaciones de padre, volví a recordar todos los detalles olvidados de aquel viaje. Fue así como el rostro serio y preocupado de padre, en aquella fría y lejana mañana de marzo, cobró para mí un sentido nuevo. Y desde la madurez que ya sí me era propia, comprendí que, si padre se había agarrado tan fuerte a mi mano antes de golpear en la puerta de la usurera, era porque en ese momento se sentía muy desvalido y necesitaba que yo, una niña, fuera su adarga.



lambretta.jpg


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 08 Ene 2022 12:30La lógica me dice que es una manera de mantener los conductos a la altura requerida ahorrando material de construcción, así como para no obstaculizar el paso del agua de lluvia cuando pase sobre ramblas o zonas deprimidas.
Equilicuá, jilguero. Principalmente, era una forma de ahorrar material de construcción. Del agua de lluvia (inundaciones o correntías) no recuerdo que hablasen pero sí decían que esos arcos, además, ayudaban a que el viento no constituyese un elemento que hiciese tambalear y colapsar el acueducto.
jilguero escribió: 08 Ene 2022 12:30He encontrado este otro, Aqua Marcia, que se parece más por la forma de los arcos, más estrechos, y también por el paisaje de alrededor, con colinas.
No sé si se conserva mucho de Aqua Marcia. En el cuadro se puede ver que las ruinas del acueducto son extensas y las de Aqua Claudia lo son. Pero ni idea.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por luchana »

Así es Jilguero. Los acueductos se hacían con arcos por la misma razón que los puentes se hacían con arcos, como el puente de Córdoba sobre el Guadalquivir. El arco es un invento asombroso que es capaz de resistir con poco material lo que le pongas encima. En el arco está basada toda la arquitectura antigua, desde los romanos hasta hace bien poco, con el invento del hormigón armado. Los romanos son los que más lo utilizaron, pero según la Wikipedia ya había arcos en Mesopotamia.
Una maravilla de arco son los del acueducto de Segovia, piedras enormes de 800 kg asentadas sin mortero de agarre.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

jilguero escribió: 08 Ene 2022 11:26
hexagono69 escribió: 07 Ene 2022 19:50 Ni idea, has visto el chivo en el ángulo inferior derecho que esta mirando el sol, a lo mejor es Pan, yo deduzco a tenor del cuadro que es el ocaso, el ocaso del imperio romano.

Las sombras de la Edad Oscura se ciernen sobre occidente.
Te doy la razón en que parece más un atardecer que un amanecer (a ver si doy con la ruinas en el Google-Earth y puedo confirmarlo) y también en que es el ocaso del imperio romano. Pero que el chivo sea Pan, ya no tanto porque he encontrado esta otra imagen que se supone que fue un boceto previo al cuadro y ahí se ve un pastor y varias cabras. Aunque también pudiera ser que luego cambiara de opinión y pintara a Pan :roll:.

Por cierto, ¿te has fijado en la calavera que hay al lado del charco de agua en el cuadro definitivo? Sugerente el cuadro, de eso no cabe duda :D

Imagen
Pues no me había fijado en la calavera, mi vista a ese tamaño no distingue con claridad; el boceto es impresionante que soltura de pincelada además nunca había pensado que este cuadro fuera del natural creía mas bien que era una imagen onírica o simbólica.

La utilización masiva de los arcos según entiendo es un invento Romano y su empleo como recurso en obras publicas muy utilizado, la arquitectura romana es un prodigio de eternidad y de exactitud, en este aspecto son insuperables.
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Luchana, Hexa, interesante lo que comentáis de los arcos.

Andaba, Cata, un poco defraudada de que esta vez Hispalis no me hubiera brindado, antes de muy pronta partida, una mañana con la vegetación escarchada; y mira por donde hoy me he llevado la grata sorpresa de ver estas imágenes:

Prado escarchado.jpg
Lengua de vaca escarchada.jpg
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

jilguero escribió: 07 Ene 2022 10:10
lucia escribió: 05 Ene 2022 23:39 Por cierto, jilguero, lista de twitter con pintores y arte variado https://twitter.com/i/lists/1402622167985098759
Jefa, cuando pico en el enlace me dice que esa página no existe :roll:.
A ver si ahora https://twitter.com/i/lists/1457957737506164741?s=20
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

Acabo de leer el relato. Qué forma de contar una situación tan dura, y que suerte que pudisteis superarla.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

lucia escribió: 09 Ene 2022 20:54A ver si ahora
Si, sí, esta vez funciona. Gracias. Voy a cotillear... :D
lucia escribió: 10 Ene 2022 18:36 una situación tan dura, y que suerte que pudisteis superarla.
Pudimos ir saliendo adelante a base de créditos hasta que mi hermano mayor empezó a trabajar y, al contar con otros ingresos, fue posible deshacerse de todo, trampas incluidas. Fue duro para ellos, puesto que nosotros vivíamos en el limbo. Y el recuerdo de escenas como esta me sirve para reconocer la generosidad que tuvieron de no hacernos partícipes de sus problemas para que tuviéramos una infancia feliz. :D


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »



Aunque hoy ya haya amanecido en un Gades con las farolas aún encendidas,

Puente gaditano.jpg


y haya descubierto que los sintecho están formando un poblado junto a la muralla de Puerta de Tierra o que la pareja de palomas torcaces siguen durmiendo en el viejo cinamomo;

Poblado de sintechos.jpg


No quiero, Cata, que nos despidamos de Hispalis sin dejar constancia del incremento de tórtolas turcas que he notado. A menudo las he visto comistreando en el suelo, en grupos que me han recordado a los de las palomas. Las creía más solitarias y, extrañada, he buscado algo de información. Parece que estaba equivocada y que Streptopelia decaocto es más sociable de lo que pensaba: ​ Aunque es habitual encontrarlas en solitario o en parejas, es una especie gregaria, pudiendo llegar a concentrarse en grandes bandadas en lugares donde abunda el alimento. Estas bandadas están compuestas por un número de tórtolas que va desde diez o quince, hasta más de 10 000.​

Tórtolas turcas.jpg


Por otro lado, decirte que, hace un par de días, HA! nos propuso una estatua de Bernini, sobre una tal Ludovica Albertini, que se metió a monja tras quedarse viuda (eso es matar dos pájaros de un mismo tiro o vivir dos vidas en una), que me ha encantado. Pero eso lo vamos a dejar mejor para mañana. :wink:
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


¡Qué coraje me da, Cata, que la gente sea tan poco cívica!

Te traigo un testimonio de cómo se puede tratar de empañar la belleza de una flor tan modesta, pero tan bonita como la Lobularia maritima. Visto esta mañana en el macetón de la entrada a una terraza.

Imagino que los fumadores salen del recinto a fumar y, por lo visto,no encuentran mejor sitio para dejar sus colillas.

Lobularia entre colillas.jpg


Para que te quedes con mejor sabor de boca, te dejo otra lobularia del mismo macetón pero rodeada esta vez de vegetación en lugar de los filtros nicotinosos.

Lobularia maritima.jpg


Son preciosas, ¿verdad?
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

Hoy he vuelto a ver a los pájaros, cuatro, pero esta vez volando demasiado alto y lejos de mí como para identificar si tenían la cola larga o corta. Es fascinante ver cómo planean y se mantienen en el aire sin mover las alas.

Ayer solo fue uno y me pareció que la cola era larga. Pero cada vez estoy más convencida de que todos son buitres, porque he estado mirando vídeos de águilas volando y vuelan distinto.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »



Esta mañana, Cata, como hecho diferencial (he visto al bailarín con sus perros o una tifa pero eso es ahora algo habitual), me he topado con una bandada de cotorras argentinas, Myiopsitta monachus, que estaban posadas en la acera picoteando los frutos de un cinamomo. Pero, en cuanto yo he sacado el móvil del bolsillo para hacerles las fotos, se han comportado como las tórtolas turcas (salvo el día que logré fotografiarlas en el suelo) y han huido a las ramas del árbol.


Cottorras de.jpg
Detalle.jpg



lucia escribió: 14 Ene 2022 16:27 Es fascinante ver cómo planean y se mantienen en el aire sin mover las alas.

Sí, es una gozada. Una vez, en la Garganta Seca, cerca de Zahara de la Sierra, desde la cima del acantilado donde hay una buitrera, los vi planeando, desde arriba y a muy poca distancia, y era una maravilla. Además giraban el cuello para cotillear y eso me hacía tenerles aún más envidia.

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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 15 Ene 2022 13:34... me he topado con una bandada de cotorras argentinas,...
¡Ostrás!, ¿y ya sabías de su existencia en tu ciudad, jilguero?
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

lucia escribió: 14 Ene 2022 16:27 Hoy he vuelto a ver a los pájaros, cuatro, pero esta vez volando demasiado alto y lejos de mí como para identificar si tenían la cola larga o corta. Es fascinante ver cómo planean y se mantienen en el aire sin mover las alas.

Ayer solo fue uno y me pareció que la cola era larga. Pero cada vez estoy más convencida de que todos son buitres, porque he estado mirando vídeos de águilas volando y vuelan distinto.
Si seguro Lucia desde Alpedrete se ven muchas veces planear a los buitres sin mover un ala solo aprovechando las corrientes térmicas para surfear el aire.

Greto aquí también hay un plaga de cotorras argentinas, ya dijo el alcalde que iba a empezar a exterminarlas pero de momento nada.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

hexagono69 escribió: 15 Ene 2022 17:54... aquí también hay un plaga de cotorras argentinas,...
Sí, lo sé, hexagono69, incluso las he visto, pero desconocía que también campasen a sus anchas en Cádiz.
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