Negocios de familia (Relato)

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Yayonuevededos
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Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.


Alfonsina Storni







I


—¿Y si vamos al Infierno, Osvaldito? —me dijo Ricardo.
—¿Sos loco, vos? ¿A lo de la Pancha? ¿Qué tenés en el marote?
Felipe también me insistió:
—Dale, Osvaldito, vamos.
—Mi viejo me mata, che. Y si se entera mi mamá, ni les cuento la que se me arma. Tampoco lo llamen El Infierno; la casa es de mi viejo y la regentea doña Pancha.
—Es un prostíbulo.
—Un quilombo es.
—Es una casa, bestias —dije meneando la cabezas—. Una casa de citas.
La tarde de Buenos Aires se consumía bajo el fuego de un febrero interminable. Sentados en la vereda, apoyábamos las espaldas transpiradas en el alambrado del baldío.
Felipe se acostó sobre las baldosas, usando la Pulpo como almohada.
—No apoyés la cabeza en la pelota, che —le dije.
—¿Qué? ¿Está mugrienta?
—No, tarado: vos sos el que me la va a ensuciar.
—No jodás, que hace calor.
—¿Y, Osvaldito? —me insistió Ricardo—. ¿Vamos o no vamos?
—Ya te dije que no.
—Pero, ¿qué te cuesta? Si tu viejo es el trompa. Te manda a buscar la guita y todo. La guita del quilombo, porque la que rejunta con la quiniela no te la deja ni oler.
—Pero no entro al quilombo —dije—: me quedo en la puerta hasta que me atienden. Además, no me gusta. ¿Vos viste las putas gastadas que hay ahí? Una más vieja que la otra.
—¿Y a nosotros qué nos importa? —Ricardo pasó un brazo sobre mis hombros y me acercó su aliento a cebollas crudas—. ¿O somos finos, ahora?
—Tendríamos que pagar igual, como si fueran nuevas.
—¡Avisá!¿Tu viejo nos haría pagar?
—Los negocios son los negocios —dije—, hasta a mí me cobraría.
—Eso no te lo creo —dijo Felipe—. Para mí, si se lo pedís, nos entra gratis.
—¿Querés coger? —le dije—. ¿Querés coger? Entonces poné los billetes arriba de la mesa. Si no, ya sabés: revista, baño y paja… como siempre.
—¡Claro! Porque a vos te sobran las minas y…
—Atención, que Elvirita va a baldear —el aviso de Ricardo interrumpió la discusión—. A prepararse que “Febo asoma”.
Los tres torcimos la cabeza como idiotas.
Elvira.
Yo la soñaba tierna a Elvira, modosa; la chica ideal para decir “Mamá. Papá. Les presento a Elvira Romero, mi novia”.
Cada tarde, cuando bajaba el sol, Elvira salía descalza a la puerta de calle y, entre plumones de vapor, enfriaba la vereda a baldazo limpio. El sudor le dibujaba el cuerpo contra el vestido de algodón. Los pies le brillaban de agua y las pantorrillas morenas se le llenaban de gotitas.
Ella también debía vernos. Imposible que no nos viera ahí, como zánganos, pendientes de cada uno de sus movimientos. Mayor que nosotros, Elvira debía andar por los diecisiete. Quizá por eso nos ignoraba. Como si no estuviésemos. O, en una de esas, la chica nos ignoraba porque no era como nosotros. No era como nosotros ni era para nosotros.
Cuando la tenía enfrente, a mí no me alcanzaban los dos ojos. Los de ella parecían de terciopelo, de tan negros. Yo me quedaba aspirando el aire como si pudiera oler ese pelo lacio, largo hasta la cintura. Chupándome los labios secos, imaginando los suyos, que se me antojaban jugosos, suaves, de durazno maduro.
—A esa —susurró Felipe—, dejamelá cinco minutos y vas a ver.
—¡Callate, infeliz! —dije más alto de lo que quería—. ¿No ves que es una mina de su casa?
—¡Ay —se me rió—, cuidado con el novio!
—¿Qué novio, pelotudo? —el calor me subió por el cuello, me hizo arder las orejas—. ¿O andás pidiendo que te rompa la cara, vos?
—¿Quién anda pidiendo que le rompan la cara? —el inconfundible tono aguardentoso me electrizó; antes de darme vuelta ya sabía quién era: Severino Romero, matón y cabo de la Federal.
Y el hermano de Elvira, para más datos.
Repitió la pregunta:
—¿Quién anda pidiendo que le rompan la cara, pendejos? —Sacó pecho y calzó los pulgares en el cinturón—. Porque yo estoy disponible.
—Nadie, mi cabo —Ricardo puso cara de “yo no fui”—. Hablábamos entre nosotros, nomás.
—Ya mismo se me levantan. ¡Vos también! —me dijo Romero al ver que remoloneaba—. ¿O te creés que porque sos el hijo del Coco Cevallos tenés coronita?
No le contesté.
En cuanto a Felipe y Ricardo, también cerraron el pico.
—A vos y a vos —les empujó cada pecho con un índice como morcilla — ya los tengo vistos. En cuanto se me dé la gana los llevo a la comisaría en averiguación de antecedentes y se quedan a pasar el fin de semana conmigo. ¿Entendieron, forritos de mierda? ¡Ahora, a volar de acá!
Ricardo me miró de reojo y agachó la cabeza. Con Felipe se empujaron hacia la esquina.
—Cevallos, Osvaldo Antonio —me recitó Romero; debía ser el estilo que usaba en la comisaría para asustar a los giles—. Documentos.
—No los traigo encima —miré un punto sobre su cabeza.
—Entonces te puedo detener…
—Podés —dije, animándome al tuteo—. Como poder, podés.
Romero me pareció todo de alambre y cables de acero, un amasijo de resortes comprimidos. Me dolía reconocer en él algún rasgo propio de la dulce Elvirita. Dio un paso atrás y me midió de arriba a abajo.
Una gota fría me chorreó por las costillas.
—Te voy a cambiar el “Averiguación de antecedentes” por un favor —dijo—. Decile a tu viejo que quiero jugarle cien pesos al 22, todo a la cabeza.
—¿Al 22? Listo, cien al “loco”. Yo le paso el dato. Dame la plata, nomás.
—De fiado, digo…
—Ah, en ese caso le voy a preguntar —y disfruté cada palabra—. Cualquier cosita, paso por tu casa y te aviso.
Se mordió los bigotes y asintió. Me señaló el camino que habían seguido mis amigos.
Iba a dar el primer paso y me frené.
—Favor por favor, Romero.
—¿Qué querés?
Tragué saliva.
Tragué de nuevo.
—Que me dejés hablarle a Elvira…
Los ojos se le achinaron y la cara se le volvió negra.
—¡Mirá, sorete! —apoyó la mano en la cartuchera—. Si te acercás a mi hermanita, que la crié yo solo… ¡Qué te digo! Si solamente pensás en Elvira, ¡te rompo todos los huesos! —me agarró de la camisa y me aplastó contra el alambrado—. ¡Te pongo la cabeza contra el suelo y te la reviento de un corchazo, sorete! ¡Ni aunque vengan tu viejo y tus dos tíos! ¡No te salvan ni todos los Cevallos juntos, carajo!
Quise zafarme y me empujó con más fuerza.
—Pará, che.
—¡Qué pará ni que mierda! ¡Estás avisado! ¡Mirala fijo y te mato como a un perro! ¡Sorete!
Me dio un último empujón y se fue. Caminaba contoneándose, bamboleando los hombros de boxeador. Al pisar el umbral de su casa, torció la cabeza y se quedó un momento observándome. Su furia me llegaba como olas calientes.
¿Elvira? Había dejado la vereda a medio baldear, y no se la veía por ninguna parte. ¿Le pegaría el animal ese? Se lo adivinaba tan violento, que…
Respiré hondo, por la boca.

II


El zaguán de casa es un oasis de cerámicas verdes, frescas. La puerta cancel seguía entreabierta, para variar.
Entré con cuidado, duro, pisando vidrios rotos: el encuentro con Romero me había dejado temblando.
Las mujeres ya preparaban la cena. Hablaban por encima del alboroto de mis primos y de mi hermano Horacito,que correteaban chillando como monos.
Mamá me gritó:
—¡Decile a aquel que la cena está en veinte minutos! Lávense las manos antes de venir a la mesa. ¡Y que no se demoren, que los canelones se enfrían! ¿Te sentís bien, Osvaldo? Te noto pálido. ¿No tendrás fiebre, no?
Tía Marga, que chancleteaba por el patio, se cambió a Francisquito de brazo. Todavía le da de mamar. Parece que va a reventar el vestido con las tetas. El nene, sonrosado como un lechón gorjeaba y le mordía la medallita de oro. Tía Marga me apoyó la palma húmeda en la frente.
—¡No, Lucrecia, no tiene! —es la más joven de mis tías, la más compinche. Cuando tío Tony la trajo a casa, fue la única que no me preguntó “¿A quién querés más? ¿A tu mamá o a tu papá?”—. Algo te pasa a vos —me susurró—. Mirá la cara que traés.
—Es por el calor, tía.
—A mi no me engañás. Pero, si no querés hablar… A la final sos como todos los Cevallos, que la matan callando.
Me encogí de hombros y crucé hacia la oficina que papá y los tíos habían armado en el fondo.
Los racimos de uva chinche soltaban un perfume empalagoso, nauseabundo. Uvas podridas estallaban contra las baldosas, dejando lamparones oscuros. Y escuadrones de moscas zumbaban yendo de una a otra mancha.
Encontré al clan en plena actividad.
Alrededor de la mes ovalada, en medio de una humareda imposible de cigarrillos, papá y los tíos atienden llamada tras llamada; como las moscas sobre las uvas. Anotan números y cantidades en sus cuadernos, trabajan con ese cascajo que es la máquina de sumar.
Hacen negocios. Negocios de familia.
Debemos ser los únicos en el mundo con cuatro líneas telefónicas. Por lo menos, los únicos en todo Buenos Aires.
—Buenas. Vayan terminando —dije— que ya llamaron a comer.
—Decile a tu madre —a mi viejo le gusta hablar así, como si cada palabra fuera una verdad—. Decile a tu madre que ya vamos.
Sin despegarse del auricular, tío Jorge me hizo señas para que me acercara y me pasó los nudillos por la mejilla.
—Pinchás, pibe. ¿Ya te afeitás, vos
—A veces.
Del otro lado de la línea, alcancé a oír una voz aguda.
—Che, Tony —tío Jorge le hizo un guiño al hermano—. Mirá al barbudo de nuestro sobrino. Pincha y todo.
El humo me picaba los ojos.
Tío Tony dejó su cuaderno y me tocó la cara.
—¿Qué va a pinchar? Pincha menos que un culito de bebé.
Se rieron los tres. Y yo también me reí, pero menos.
—Ah, papá. Romero me pidió que le hagas una jugada de fiado.
—¿Quién?
—Romero, el policía de acá a la vuelta. Severino, se llama.
—Che, Coquito —le dijo Jorge—. Ojo, que ese ya nos debe un platal… ¿Cuánto nos debe, Tony?
—Como… Como ochocientos pesitos.
—¿A qué número? —papá abrió su libreta de tapas verdes. Debe haber nacido con esa libreta en la mano y el lápiz negro en la oreja.
—Al “loco”, cien mangos.
—Anotado. Y no digas “loco” ni “mangos”. Vos me decís “22” y me decís “pesos”. Que para eso te mando al colegio, para que me hablés como corresponde.
—Paren un poco, che —dijo tío Jorge, que si por él fuera no le fiaría ni a la abuela Rosa—. ¿No es mucha deuda para un cabito de la Federal?
—Dejalo —mi viejo lo paró con un gesto—. Dejalo que se atragante. Ya le vamos a cobrar con intereses.
—Con intereses y multa, por moroso —tío Tony puso una mirada rara que me dio escalofríos—. Peso sobre peso, hasta el último. Aprendé, Osvaldito. No hay deuda más sagrada que la del juego.
Una idea turbia me cruzó la frente.
—Papá —dije antes de volverme al patio—. ¿Va a salir el 22?
El viejo me miró por arriba de los anteojos y estiro los labios. Espió a los tíos, que parecían contener el aliento, y volvió a fijarse en mí.
—No creo, hijo —había una especie de lástima en su tono—. La verdad, no creo que salga.
Las risotadas me acompañaron hasta el comedor.
Mamá me ordenó que pusiera la mesa.

III


Pasé una noche de calvario.
Soñé con el cabo Romero, y después con Elvira. Con Elvira descalza, dejándome que la abrazara. El pelo lacio entre mis dedos. Elvira apretándose contra mí, con ese vestido de algodón tan finito que…
Me desperté no sé a qué hora de la madrugada, con el pito todavía tieso y el calzoncillo empapado.
No era la primera vez que me pasaba, pero con Elvira nunca. Con Elvira no. Con ella, no.
Mordí la sábana para que no me oyeran: pasé de las lágrimas de la vergüenza a la desesperación, a la furia.
Enamorarse es una cagada, pero reconocerlo es peor. La palabra misma me sonaba a cosa de maricones. ¿Cómo sería dar un beso? ¿Cómo sería darle un beso? Y para colmo… Para colmo aceptar que la mina es lo único en lo que se puede pensar; que uno quiere distraerse con otras cosas y la imagen sigue ahí, clavada en los ojos. Un beso de verdad, largo y jugoso, en la boca. Vuelta para un lado, vuelta para el otro. ¡No hay forma de sacársela de la cabeza! El primer beso no sería de lengua. Si uno pretende que la mina sea la novia, un beso de lengua es una grosería. ¿Y Romero, que es el hermano? Romero ya me la tiene jurada; en donde vea la oportunidad, me cocina. ¡`Qué va a cocinar ese roñoso, por más cana que sea! Si llego a contar cómo me trató, Tony lo perfora con el calador para queso. Ese calador para queso bien, pero bien afilado que lleva en la cintura, por si lo asaltan. Tampoco le puedo dar un piquito, voy a quedar como un pelotudo o un cagón. Yo no le tengo miedo a las minas. Ningún miedo les tengo. Y Elvira no es como las putas que hay en lo de la Pancha, que mañana hay que ir a buscar la recaudación. Un beso sin lengua ni baba, pero más importante que un piquito. Y entonces aparece Romero y me vuela el mate a traición con la .45. Y yo me caigo muerto en los brazos de Elvira, que lo reputea al reputo del hermano y se vuelve toda loca para siempre. Y en mi velorio, la tienen que agarrar entre cuatro para que suelte el cajón. Y hay como mil coronas de flores con olor a podrido. Y Romero se suicida antes de que mi familia lo haga boleta. Y mi vieja se ocupa de Elvira y la interna en un convento para que la cuiden y que no le falte nunca nada, pobrecita. Y Elvira muere virgen, recontravirgen muere, acordándose de ese único beso que nos dimos y llamándome a los gritos, la puta madre.
Una noche de calvario.
Encima, lavar el calzoncillo a escondidas.

IV


El 77. Salió el 77.
Apoyado en la baranda de la terracita chica, veo entrar a Romero dándole vueltas a la gorra y saludando a todo el mundo. Hasta a los malvones saluda. Nada de voz gruesa ni pose de cana bravo: mansito viene. Esquiva el bombardeo de uvas. Se espanta las moscas con gestos lentos, como no queriendo ofenderlas ni a ellas.
Se pasó una linda media hora de plantón: no hay como los Cevallos para hacer que un tipo junte meo.
—Pasá, Romerito.
¡Encima “Romerito”, lo llamó! Tío Jorge es un hijo de puta.
Yo no distinguía las palabras, pero los tonos de voz me bastaban. Severino Romero, matón, cabo de la Federal y hermano de Elvira, se deshacía en explicaciones y promesas. A algún acuerdo llegó con la familia, porque salió caminando sobre sus piernas.
Cuando me enteré, no lo quise creer: ciego de miedo y buscando el desquite salvador, Romero se había apostado el juego de muebles de sus finados viejos.
Como dice Tony, “El que juega por necesidad, pierde por obligación”.

Por encargo de mi familia, el tano Fascio y el peón cargaron en su chatita hasta las camas. No dejaron ni un velador en lo de Romero. Ni una silla de mimbre. Nada.
—Che, Osvaldo —me dijo Felipe—. ¿No le da pena a tu papá?
De codos contra la persiana del farmacéutico, espiábamos como Fascio, viaje tras viaje desde la casa, iba acomodando en la chatita una mesa, un aparador desvencijado.
—El que le debe a mi viejo —dije—, le paga.
Pero no me oí muy contento: al final, Elvira perdía también.
—¡Fijate, fijate! —insistió Felipe—. ¡Si hasta las sábanas les lleva!
—Mejor me voy, mañana nos vemos.
—Como quieras —Felipe se encogió de hombros—. Decime algo…
Lo miré.
—¿A vos no te gustaba Elvira, Osvaldito? No me pongás esa cara de no entender, te lo pregunto como amigo.
—Más que gustarme, Feli, te confieso que la ando queriendo.
—¿Ah, sí? Menos mal…
—¿Por?
—Y… mirá cómo la trata tu familia a Elvira.
—Negocios son negocios. Aparte, ¿a vos qué carajo te importa?
—Te pregunté como amigo —dijo y se puso serio—. Porque no puedo creer que vos, justo vos, te quedés de brazos cruzados.
Ahora Fascio luchaba con una cocina Orbis. El peón, a empujones, sacaba a la vereda un armario pintado de celeste.
—¿Y qué querés que haga?
—Algo para evitar esto, tarado. Eso quiero que hagas. A la pobre piba le vacían la casa por culpa del imbécil del hermano, y vos no intervenís. No la defendés.
—Es que no puedo. No digo que estés equivocado, Feli, pero no puedo meterme.
—Por lo menos, probá.

Me imaginé a Elvira durmiendo en el suelo y con lo puesto. Le pedí a mamá que les prestara un colchón a los Romero.
—Pobre Elvi… Pobre gente, mamá. Aunque sea unos días.
—Son negocios de tu padre —me frenó—. ¡Así que calladito la boca! Y andá a estudiar, haceme el favor, ¿querés? No te olvides que te espera ese examen. Mirá vos también, llevarte materias a marzo.
Me sumergí en mi libro de contabilidad: mamá quiere que le salga perito mercantil.
Elvirita.
Elvira.
Elvira y la reputísima madre que lo recontramil parió al infeliz de Severino. ¿Qué se jugaría ahora? ¿La casa? ¿El cuero? Del libro no entendí ni los números de las páginas.
Antes de almorzar hablé con mi viejo. Me dijo que no se podía hacer nada.
—¿Cómo que nada? Si vos quisieras, papá.
No se podía hacer nada, me repitió. Si perdonaba a un solo deudor, el resto no pagaría jamás.
—Es una cuestión de principios —me dijo levantando el dedo.

A las cuatro de la tarde me di la vuelta por el quilombo.
—Buenas, doña Francisca.
Doña Francisca (alias La Pancha) era una masa gelatinosa y tembleque, apenas tapada por una bata de dibujos chinos o japoneses, no sé. La cara se le perdía en la grasa.
—Osvaldo, dichosos los ojos —su voz de cantante, me hacía acordar a los discos de ópera que escucha la abuela—. Hoy viniste temprano. Ya parecés un hombrecito, che. ¡Qué orgullo para tu mamá! ¿Querés pasar?
—No, gracias, vengo medio apurado.
—Dale, si ya sé que no te animás… —me relojeó la bragueta—. Pero un día de estos dame el alegrón y visitame a alguna de las chicas. Todas limpitas son, que ni liendres tienen. Y vos ya estás en edad —le salió una risita fofa que le movió la papada de hipopótamo—. Porque… vos ya te desarrollaste, ¿no? —y me junó de nuevo el bulto.
Por las piernas me subió como un fuego, el calor me llegó hasta el cogote.
—Pero, si no te animás todavía…
—¿A mí me lo dice? ¡Cómo que no me animo! ¿Justo a esas no me les voy a animar? ¡O se piensa que me voy a baraja,Pancha!
Me miró sorprendida.
—Te hice enojar, perdoname —me tendió el sobre de papel madera. Lo estrujé, y los billetes crujieron en mi mano —. Decile a tu papá que el comisario Benítez quiere hablarle, que le haga una llamadita.
—Le digo.
La dejé con el saludo en la boca.
Los plátanos ya largaban esa puta pelusa que me hace estornudar. Árboles de mierda. ¿Por qué en las veredas no plantarán ciruelos, naranjos, algo que sea útil?
Gorda, pensé. Gorda pelotuda. Si me desarrollé, pregunta la forra. Le voy a pegar con las pelotas en la cabeza, a ver si se entera. Todos los días: “Osvaldo, dichosos los ojos” y “¿Querés pasar?”. La puta más joven debe tener cien años. Cuando inaugure mi primer quilombo lo voy a llenar de putas nuevas, bien pero bien fresquitas. De putas vírgenes lo voy a llenar. Al principio, por lo menos. Y flacas. Putas flacas. O putas lindas como Elvira.
¿Como Elvira?
Ya hablo boludeces, por culpa de la gorda Pancha.

V


El día en que Romero vino a jugarse el todo por el todo, mi viejo le exigió la escritura de la casa y un poder.
Yo practicaba con la calculadora, dale que dale a la manija como un pajero. Tío Tony me rajó de la oficina. Quizá pensando en que la cosa iba a terminar mal. Lo que es yo, la tengo clara: hay negocios de los que no debería enterarme aún.
Me sentí un traidor: como nunca en mi vida rogué, supliqué al cielo para que el hermano de Elvira ganara, aunque fuera por una sola vez.
Antes de empezar el sorteo, Benítez llamo dos veces: primero habló con papá y después con Jorge, avalando el cumplimiento de la posible deuda de su subordinado.

Ese mismo fin de semana, unos gitanos compraron la propiedad.
El imbécil de Romero me dio pena: más gris que un trapo de piso, firmó todo sin decir ni pío.
Se fueron del barrio.
Lo trasladaron decían, pero no aclararon a dónde.
Por supuesto, se la llevó con él.
Molesté a todo el mundo: nadie sabía nada.
El padre de Ricardo dijo que creía haberlo visto por Berazategui, cerca de la Rigoleau, donde él la iba de ordenanza.
Con ese dato impreciso me subí al tren en Constitución. Pero fue inútil, en Berazategui no los conocían ni por señas.
Me animé a llamar a la comisaría invocando mi apellido ilustre.
—Mirá, Osvaldo —me había pasado con el comisario Benítez en persona—. ¿Osvaldo es tu nombre, no?
Dije que sí. Osvaldo Antonio Cevallos.
—Ya me advirtió tu padre —siguió— de que andabas buscando a alguien. Haceme caso, olvidate de todo. Y te digo algo, pibe: a tu edad, nadie se muere de amor.
Le di las buenas tardes, lo mandé mentalmente a la puta que lo parió bien parido.
Y colgué.
La cara me ardía.
Mi viejo tiene ojos hasta en el culo. Hasta orejas en las paredes tiene. ¿Pero cómo se había enterado? ¿Quién le había contado que yo andaba loco por Elvira?
“De eso no se habla más”, me dijo cuando estaba por animarme a preguntárselo.
En el costurero de mimbre, mamá guardaba un librito con versos. Versos de una mina que se había ahogado o algo así, según me contó. Los leí encerrado en el dormitorio. Cada poema parecía escrito por mi propia mano. O como si los hubiera dictado pensando en Elvira. Si por lo menos supiera dónde vivía ahora, iría a verla sin importarme las consecuencias.
Los susurré de rodillas, como si ella estuviera delante de mí:

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena,
Sobre todas, casta.
De perfume tenue,
Corola cerrada.


Pensé que no volvería a saber de Romero. Que seguiría buscando una revancha desesperada. Pero, ¿qué le quedaría por jugar que valiera la pena?
Pensé que no volvería a saber de Elvira. Nunca más.

VI


¡Quince años, qué mierda! No todos los días se cumplen quince años.
Había sido un invierno largo, opaco, de lluvia y días tristes. Septiembre despuntaba en los brotes de los plátanos.
Para esa fecha tan esperada, mamá me hizo la torta de chocolate con frutillas adentro, y las tías se rompieron preparándome bombones rellenos de licor.
Los varones de la familia se portaron uno mejor que el otro: papá me regaló mi primer traje; marrón oscuro con el saco cruzado y una corbata haciendo juego. Jorge se despachó con una camisa de seda. Tony con unos zapatos abotinados que debían costa un dineral.
Esa noche, estrenando hasta las medias, debería bailar el vals. Con mamá, primero, y con las tías después.
Pero, al mediodía, no bien terminamos de comer el asado al horno con papas y el budín de pan, papá me llevó a la oficina. Los tíos nos siguieron.
—Sentate ahí, Osvaldo —papá señaló la silla de cabecera.
La silla eléctrica, le llamábamos. Allí sudaban todos los tipos que nos debían o que venían a pedir un favor. Me senté en la punta.
¡Qué caras más serias! Jorge y Tony parecían dos fiscales, y papá un juez. ¿Cuál de mis macanas los habría enojado tanto?
—Díganselo ustedes —dijo papá, que no me sacaba los ojos de encima.
—Ah no, Coco —Jorge encendió un Chesterfield—: es tu hijo.
—Pero ustedes son los padrinos. Vos de bautismo; y de confirmación vos, Tony.
Ah, bueno. Ahora ya no tengo dudas; me mandé alguna macana gigante y este es mi juicio final.
—Coco —Jorge parecía contener una sonrisa—. Explicale al pibe, que ya está temblando, ¿querés?
—Dale, hermanito, estamos entre machos. Osvaldo ya es grande y entiende.
Papá golpeó con los dedos en el borde de la libretita verde. Tap, tap, tap.
—Mirá, hijo…
Tap, tap, tap.
—Hay un… Ehhh… hay un momento en la vida… Un momento en la vida, te decía… Pero, ¡ayudenmé, carajo! —el manotazo sobre la mesa hizo temblar hasta la calculadora—. ¡En vez de quedarse ahí, cagándose de la risa, digan algo!
—Lo que quiere decir tu padre —intervino Jorge— es que ya sos un hombre. Que tenés que hacerte hombre, ¿me explico?
—Ahá —dije, y puse cara de concentrado en el problema.
—¿Fumás? —Tío Tony entrecerraba los ojos—. La verdad, Osvaldo. ¿Vos fumás?
—A veces —admití, y miré de reojo a papá, que parecía sufrir un ataque de alta presión—. A veces.
—Fenómeno, tomá —Tony me revoleó un atado de Pall Mall. Nuevito era, sin abrir. Me lo guardé mirando el piso.
—¿Sabés qué es esto? —en los dedos de Jorge bailoteaba un sobrecito metalizado.
Asentí.
—¿Y sabés cómo se usa?
¿Cómo no voy a saber para qué carajo sirve un forro? Este Jorge se debe pensar que soy un boludo.
—Sí, tío —me costó hablar, como si hubiera tragado tierra—. Sé qué es, y también sé cómo se usa.
—Alguna vez vos… —papá hablaba igual que yo, con tierra en la garganta—. ¿Vos usaste uno con… con alguna…?
—¿Debutaste, pibe? —me apuró Tony frotándose las manos—. Cantame la justa, ¿debutaste o no debutaste?
Ahogado, susurré un no. Aunque no creo que alcanzaran a oírme; el ruido de mi sangre atorándoseme en las venas debía tapar todo lo demás.
Jorge empujó el sobrecito hacia mí.
—Para más tarde —dijo.
—Para cuando vayas a cobrar a lo de la gorda —dijo papá.
—Invitá a alguno de tus amigos —dijo Tony, sonriente.
—Así —terminó Jorge— no vas tan solo.
—Y no te preocupes de nada, Osvaldito —Tony me dio una palmada en el cogote y me lo dejó ardiendo—. No te preocupes, que Francisca ya sabe y te está esperando.

VII


—Osvaldo, dichosos los ojos —dijo Pancha—. ¿Este es tu amigo? ¿Cómo te llamás, lindo?
—¿Yo? Ricardo —la voz se le había puesto finita. La sonrisa era una mueca—. Ricardo Berongaray, señora.
—Bueno, bienvenidos los dos. Ya los hago atender.
La alfombra, que debió ser roja o cobriza, había tomado un color arratonado y se veían manchones donde aparecía el yute.
Por el salón de la planta baja deambulaban mujeres medio desnudas y con cara de fastidio.
Dos hombres, acodados en una mesita, jugaban al dominó. Alternativamente, movían las fichas y se servían caña en vasos de vidrio grueso.
Un tipo grandote leía “La Prensa”, se le asomaban mechones cerdosos por los puños y el cuello de la camisa.
Nos sentamos en unas sillas, lustrosas por el roce. Nadie nos prestaba atención.
De la escalera, que crujía a cada paso, bajó un gordo desagradable: iba sin afeitar, con la pesadez turbia del alcohol. Hacía equilibrio en los escalones mientras se abrochaba la bragueta del pantalón mugriento.
Vino una sirvienta uniformada a ofrecernos coñac. Lo tomé de un trago y me quemó el estómago.
Bamboleando el culo, Francisca se nos acercó. Debía creer que esos movimientos de vaca vieja eran sensuales.
—Muy bien, muchachos, ¿quién va primero?
Como si nos invitaran a la guillotina, Ricardo y yo nos miramos.
—Dale vos —me dijo—. Vos sos el del cumpleaños, ¿no?
—No me hagas más favores —dije, y me levanté.
El coñac me había secado la boca y la garganta.
—Subí, Osvaldo —la mano apoyada en mi hombro se me antojó pegajosa, sucia—. Entrá en la pieza cinco, que ya se desocupó.
Imaginé, supe, que era la misma habitación donde se habría vaciado el borracho.
Subí sin tocar la baranda.
Al abrir la puerta, pasé de la luz del pasillo a una penumbra difusa. Olor a orín, a tabaco rancio, a perro mojado, a sudor de hembra.
Sentada en la única silla, la puta me daba la espalda, el pelo lacio cayéndole hasta la cintura. La robe me dejaba ver la pierna y la cadera. Debía ser una nueva adquisición; no parecía vieja. Un cigarrillo le colgaba de la comisura.
—Pasá —dijo, y me miró de refilón—. Vos sos el hijo del Coco Cevallos, ¿no?
Noté el cansancio en su voz, el aburrimiento infinito.
Y otra cosa también noté.
Noté que sus labios seguían jugosos, suaves, de durazno maduro. Que sus ojos aún parecían de terciopelo, de tan negros. Que esa piel morena era la misma con la que yo había soñado mil veces. Romero había apostado —y perdido— lo único de valor que le quedaba en la vida.
Me desvestí en silencio.
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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lucia
Cruela de vil
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por lucia »

Muy duro el relato, pero también muy creíble el que haya gentuza como el Severino.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Yayonuevededos
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

lucia escribió: 23 Jun 2022 17:30 Muy duro el relato, pero también muy creíble el que haya gentuza como el Severino.
También fue muy duro escribirlo.
La ludopatía es una adicción terrible. Tanto como la gente que se aprovecha de ello.

Gracias por comentar.

Saludos,
Marcelo
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Gavalia
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Gavalia »

Nunca había leído relato alguno con ese lenguaje tan propio de esa hermosa tierra, lo cierto es que, y no sé porqué, todo lo que no sea castellano me produce rechazo, incluso las pelis dejo de verlas por ese asunto del audio latino: uno que es corto de miras, o que nací con un corset en la cabeza.
Sin embargo, en esta ocasión me he atrevido a romper el puñetero hechizo, y gracias doy por ello, puesto que amo el costumbrismo, las palabras llanas y los personajes cercanos, por muy de allá que sean.
Me ha encantado su relato, don. El buen hacer hay que apreciarlo, y de esto usted anda sobrado. La historia es tan creible como dura, y curiósamente divertida en muchos aspectos. Me quito el sombrero, don Yayo.
Vi venir el final por listillo o quizá porque dejó usted pistas para el cierre del cuento.
Lo dicho, me quito el sombrero, la gorra, o incluso la pamela, si no fuera por el bigote, claro.
Saludos.
En paz descanses, amigo.
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Yayonuevededos
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

Gavalia escribió: 23 Jun 2022 19:54 Nunca había leído relato alguno con ese lenguaje tan propio de esa hermosa tierra, lo cierto es que, y no sé porqué, todo lo que no sea castellano me produce rechazo, incluso las pelis dejo de verlas por ese asunto del audio latino: uno que es corto de miras, o que nací con un corset en la cabeza.
Sin embargo, en esta ocasión me he atrevido a romper el puñetero hechizo, y gracias doy por ello, puesto que amo el costumbrismo, las palabras llanas y los personajes cercanos, por muy de allá que sean.
Me ha encantado su relato, don. El buen hacer hay que apreciarlo, y de esto usted anda sobrado. La historia es tan creible como dura, y curiósamente divertida en muchos aspectos. Me quito el sombrero, don Yayo.
Vi venir el final por listillo o quizá porque dejó usted pistas para el cierre del cuento.
Lo dicho, me quito el sombrero, la gorra, o incluso la pamela, si no fuera por el bigote, claro.
Saludos.
Me alegro por ese hechizo roto (quizá leer español sudamericano le haya resultado más llevadero que oírlo).
"Ablandé" un poco el relato con algún toque de humor, creo que así los personajes resultaron más humanos.
También es cierto que dejé un rastro de miguitas, no podía llegar al final y sacar un conejo de la chistera (eso es un poco tramposo).
Le agradezco el comentario.

Saludos,
Marcelo
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Megan
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Megan »

Es la primera vez que leo a alguien aquí que escribe con el "vos", con el "che" y varias palabras más. Por supuesto tiene un argentinismo elevado, de los del sur, de los de provincia. No como los porteños que hablan con más elegancia igual que nosotros y esto no lo digo por agrandarme, ha sido así desde siempre, por nuestra cercanía con la capital porteña. Tenemos muchas palabras en común, pero hay algunas que no se nos pegan de ninguna forma. La cuestión de los diminutivos en los nombres, tan común del otro lado del charco, no los usamos, salvo en ciertas circunstancias. Como digo el escenario es de provincia, no de capital federal.

Era obvio que no podía dejar de decir algo al respecto, cuando me llega tan de cerca.

Veo que el Chucho fue muy sincero en decir que no le va esa forma de hablar, que, por otra parte, es solo rioplatense. Ya en Chile tienen otro acento y del Paraguay para arriba, nada que ver con nosotros, es el verdadero latino, como Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela, etc., todos hablan con ese acento tropical. Exceptuando Brasil, que tiene sus orígenes en Portugal y se quedó ahí.

El relato es muy bueno, Yayo, de principio a fin, se deja leer con facilidad y le vas tomando el gustito a ver qué va a pasar con el malvado Severino, el cabito de la federal, más agrandado que alpargata de bichicome, :wink: . Además, leerlo de esa forma me acercó más a los personajes, aunque casi todos son unas grasas de aquellos, :lol: . Apostaste al sur de Buenos Aires, a las grandes villas, que son un hervidero de gente como la de tu cuento. Bien hecho, pibe, :D .
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Yayonuevededos
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

Megan escribió: 24 Jun 2022 00:14 Es la primera vez que leo a alguien aquí que escribe con el "vos", con el "che" y varias palabras más. Por supuesto tiene un argentinismo elevado, de los del sur, de los de provincia. No como los porteños que hablan con más elegancia igual que nosotros y esto no lo digo por agrandarme, ha sido así desde siempre, por nuestra cercanía con la capital porteña. Tenemos muchas palabras en común, pero hay algunas que no se nos pegan de ninguna forma. La cuestión de los diminutivos en los nombres, tan común del otro lado del charco, no los usamos, salvo en ciertas circunstancias. Como digo el escenario es de provincia, no de capital federal.

Era obvio que no podía dejar de decir algo al respecto, cuando me llega tan de cerca.

Veo que el Chucho fue muy sincero en decir que no le va esa forma de hablar, que, por otra parte, es solo rioplatense. Ya en Chile tienen otro acento y del Paraguay para arriba, nada que ver con nosotros, es el verdadero latino, como Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela, etc., todos hablan con ese acento tropical. Exceptuando Brasil, que tiene sus orígenes en Portugal y se quedó ahí.

El relato es muy bueno, Yayo, de principio a fin, se deja leer con facilidad y le vas tomando el gustito a ver qué va a pasar con el malvado Severino, el cabito de la federal, más agrandado que alpargata de bichicome, :wink: . Además, leerlo de esa forma me acercó más a los personajes, aunque casi todos son unas grasas de aquellos, :lol: . Apostaste al sur de Buenos Aires, a las grandes villas, que son un hervidero de gente como la de tu cuento. Bien hecho, pibe, :D .
Megan, en Buenos Aires se usaba mucho el "voseo" y el "checheo" en la época en que situé la historia (fines de los 50's más o menos). También es cierto que el habla rioplatense, quizá por la mezcolanza de razas, es bastante distinta al resto de Latinoamérica, está más "contaminada" por la influencia de mil lenguas. Incluso en la propia Argentina, la gente del norte tiene un habla mucho más cercana a Perú o a Bolivia.
¡Qué lindo! Los bichicomes. Escuché por primera vez esta palabra en "Durazno y Convención"https://www.youtube.com/watch?v=i0SRlxeykIc, la hermosísima balada de Jaime Roos (un ídolo).
Dejo el enlace por si a alguien le apetece disfrutarla.

Buscando, hallé dos posibles significados para bichicome que dejo aquí:

* Se usa para designar a vagos o indigentes, tiene su origen en la frase "the beach comers" (los que vienen de la playa) al parecer en referencia a los que pernoctaban en la costa por carecer de domicilio.

* La expresión viene de "come bichos", dado que los bichicomes se pasaban revolviendo en la basura para alimentarse.

Te agradezco el comentario.
Ahora, me saco las championes, me manduco un chivito, y de postre: isla flotante. Es que Uruguay y su gente me tiran más que las playas del Caribe.

Saludos,
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Megan »

Yayonuevededos escribió: 24 Jun 2022 12:48
Megan escribió: 24 Jun 2022 00:14 Es la primera vez que leo a alguien aquí que escribe con el "vos", con el "che" y varias palabras más. Por supuesto tiene un argentinismo elevado, de los del sur, de los de provincia. No como los porteños que hablan con más elegancia igual que nosotros y esto no lo digo por agrandarme, ha sido así desde siempre, por nuestra cercanía con la capital porteña. Tenemos muchas palabras en común, pero hay algunas que no se nos pegan de ninguna forma. La cuestión de los diminutivos en los nombres, tan común del otro lado del charco, no los usamos, salvo en ciertas circunstancias. Como digo el escenario es de provincia, no de capital federal.

Era obvio que no podía dejar de decir algo al respecto, cuando me llega tan de cerca.

Veo que el Chucho fue muy sincero en decir que no le va esa forma de hablar, que, por otra parte, es solo rioplatense. Ya en Chile tienen otro acento y del Paraguay para arriba, nada que ver con nosotros, es el verdadero latino, como Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela, etc., todos hablan con ese acento tropical. Exceptuando Brasil, que tiene sus orígenes en Portugal y se quedó ahí.

El relato es muy bueno, Yayo, de principio a fin, se deja leer con facilidad y le vas tomando el gustito a ver qué va a pasar con el malvado Severino, el cabito de la federal, más agrandado que alpargata de bichicome, :wink: . Además, leerlo de esa forma me acercó más a los personajes, aunque casi todos son unas grasas de aquellos, :lol: . Apostaste al sur de Buenos Aires, a las grandes villas, que son un hervidero de gente como la de tu cuento. Bien hecho, pibe, :D .
Megan, en Buenos Aires se usaba mucho el "voseo" y el "checheo" en la época en que situé la historia (fines de los 50's más o menos). También es cierto que el habla rioplatense, quizá por la mezcolanza de razas, es bastante distinta al resto de Latinoamérica, está más "contaminada" por la influencia de mil lenguas. Incluso en la propia Argentina, la gente del norte tiene un habla mucho más cercana a Perú o a Bolivia.
¡Qué lindo! Los bichicomes. Escuché por primera vez esta palabra en "Durazno y Convención"https://www.youtube.com/watch?v=i0SRlxeykIc, la hermosísima balada de Jaime Roos (un ídolo).
Dejo el enlace por si a alguien le apetece disfrutarla.

Buscando, hallé dos posibles significados para bichicome que dejo aquí:

* Se usa para designar a vagos o indigentes, tiene su origen en la frase "the beach comers" (los que vienen de la playa) al parecer en referencia a los que pernoctaban en la costa por carecer de domicilio.

* La expresión viene de "come bichos", dado que los bichicomes se pasaban revolviendo en la basura para alimentarse.

Te agradezco el comentario.
Ahora, me saco las championes, me manduco un chivito, y de postre: isla flotante. Es que Uruguay y su gente me tiran más que las playas del Caribe.

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Esos términos siguen tan actuales como en los 50's, Yayo, no han cambiado para nada.
Sí, es posible que los rioplatenses tengamos tanta diferencia con los demás países por tanta gente que anduvo queriendo conquistarnos, supongo que esa mezcolanza sale de ahí. Y también es cierto que el norte argentino es tan latino como los otros países. Algo parecido pasa en el noreste uruguayo, se mezcla el castellano con el brasileño y sale el famoso portuñol.
El bichicome es un indigente que que vive en la calle y come de la basura, no hace nada por cambiar su situación, porque, en general, no le importa demasiado. Es algo muy triste en verdad.
La canción de Jaime, toca todos los temas bien yoroguas, es un verdadero himno para muchos que adoran a este hombre, tiene canciones muy bonitas y es muy localista en sus letras.
Te olvidaste de comerte unos panchos en La Pasiva con esa mostaza de ensueño y caminar por la rambla de Pocitos en la noche, tomando unos buenos mates amargos y hablar de política y fútbol en una rueda de amigos, :wink: .
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

Megan escribió: 24 Jun 2022 23:01

Esos términos siguen tan actuales como en los 50's, Yayo, no han cambiado para nada.
Sí, es posible que los rioplatenses tengamos tanta diferencia con los demás países por tanta gente que anduvo queriendo conquistarnos, supongo que esa mezcolanza sale de ahí. Y también es cierto que el norte argentino es tan latino como los otros países. Algo parecido pasa en el noreste uruguayo, se mezcla el castellano con el brasileño y sale el famoso portuñol.
El bichicome es un indigente que que vive en la calle y come de la basura, no hace nada por cambiar su situación, porque, en general, no le importa demasiado. Es algo muy triste en verdad.
La canción de Jaime, toca todos los temas bien yoroguas, es un verdadero himno para muchos que adoran a este hombre, tiene canciones muy bonitas y es muy localista en sus letras.
Te olvidaste de comerte unos panchos en La Pasiva con esa mostaza de ensueño y caminar por la rambla de Pocitos en la noche, tomando unos buenos mates amargos y hablar de política y fútbol en una rueda de amigos, :wink: .
Fijate, el mate dulce es más del centro-norte. Yo lo prefiero amargo, y con el termo debajo del mismo brazo con que sostienes el mate.
Deberíamos abrir un hilo para hablar del carnaval uruguayo, de las comparsas y del candombe.
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Megan »

Yayonuevededos escribió: 24 Jun 2022 23:13
Megan escribió: 24 Jun 2022 23:01

Esos términos siguen tan actuales como en los 50's, Yayo, no han cambiado para nada.
Sí, es posible que los rioplatenses tengamos tanta diferencia con los demás países por tanta gente que anduvo queriendo conquistarnos, supongo que esa mezcolanza sale de ahí. Y también es cierto que el norte argentino es tan latino como los otros países. Algo parecido pasa en el noreste uruguayo, se mezcla el castellano con el brasileño y sale el famoso portuñol.
El bichicome es un indigente que que vive en la calle y come de la basura, no hace nada por cambiar su situación, porque, en general, no le importa demasiado. Es algo muy triste en verdad.
La canción de Jaime, toca todos los temas bien yoroguas, es un verdadero himno para muchos que adoran a este hombre, tiene canciones muy bonitas y es muy localista en sus letras.
Te olvidaste de comerte unos panchos en La Pasiva con esa mostaza de ensueño y caminar por la rambla de Pocitos en la noche, tomando unos buenos mates amargos y hablar de política y fútbol en una rueda de amigos, :wink: .
Fijate, el mate dulce es más del centro-norte. Yo lo prefiero amargo, y con el termo debajo del mismo brazo con que sostienes el mate.
Deberíamos abrir un hilo para hablar del carnaval uruguayo, de las comparsas y del candombe.
Es que es así se sostiene termo y mate, yo no lo tomo, pero sé mucho al respecto, toda mi familia lo toma.

Sobre el Carnaval, cuando era una adolescente, amé a las murgas y a los parodistas; a las primeras porque teníamos dictadura y tenían que decir todo bajo cuerda y estaba impecable, y a los parodistas porque eran muy guapos.
Después se me fue el amor por los parodistas primero, y después las murgas se vinieron abajo con la llegada de la democracia, por suerte esto último, pero ya no era lo mismo, podían decir lo que querían, no tenían que encubrirlo y se le fue la gracia, para mí.
Las comparsas y el candombe nunca me gustaron, fui algunas veces al barrio sur a verlos pasar, solo por acompañar, pero no me llegan. Así que no soy muy carnavalera, aunque es parte de nuestro folclore, pero sí te puedo decir que crecí con Los Olimareños porque tenían su casa de veraneo al lado de la nuestra y que son mis preferidos, Los Zucará me gustan, aunque Zitarrosa no me va mucho, medio que lloriquea cuando canta y eso me molesta.

Sabés mucho de la cultura rioplatense, Yayo, ¿de dónde viene todo eso?
Si se puede preguntar, claro, :wink: .
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Re: Negocios de familia (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

Megan escribió: 24 Jun 2022 23:30
Es que es así se sostiene termo y mate, yo no lo tomo, pero sé mucho al respecto, toda mi familia lo toma.

Sobre el Carnaval, cuando era una adolescente, amé a las murgas y a los parodistas; a las primeras porque teníamos dictadura y tenían que decir todo bajo cuerda y estaba impecable, y a los parodistas porque eran muy guapos.
Después se me fue el amor por los parodistas primero, y después las murgas se vinieron abajo con la llegada de la democracia, por suerte esto último, pero ya no era lo mismo, podían decir lo que querían, no tenían que encubrirlo y se le fue la gracia, para mí.
Las comparsas y el candombe nunca me gustaron, fui algunas veces al barrio sur a verlos pasar, solo por acompañar, pero no me llegan. Así que no soy muy carnavalera, aunque es parte de nuestro folclore, pero sí te puedo decir que crecí con Los Olimareños porque tenían su casa de veraneo al lado de la nuestra y que son mis preferidos, Los Zucará me gustan, aunque Zitarrosa no me va mucho, medio que lloriquea cuando canta y eso me molesta.

Sabés mucho de la cultura rioplatense, Yayo, ¿de dónde viene todo eso?
Si se puede preguntar, claro, :wink: .
Empiezo por el final: soy un argentino en España. Me vine a los 50 años, después de vivir en pleno centro de Buenos Aires (cosas del amor).
¿No tomas mate? ¿Que NO TOMAS MATE? Te arriesgas a perder la nacionalidad. :cunao: :cunao: :cunao:
Tienes razón en cuanto a las murgas: al poder expresarse sin tapujos, se pierde la picardía.
Con las comparsas me pasó algo curioso: fui a ver una (eran como cien) y a los diez minutos sentía que el sonido de los tambores venía de adentro de mi cuerpo. Fue una experiencia brutal. Ahora sé que muchos "trances" son reales.
Los gustos musicales son eso, gustos. Que unos te lleguen más que otros es natural. De Zitarrosa me gustan algunas interpretaciones, en otras coincido contigo.

Saludos,
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