Párrafos al azar

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madison
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Re: Párrafos al azar

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Subió de la despensa hasta la cocina una pulcra caja de cartón de la que sacó un electrodoméstico ambiguo que igual podría ser una picadora de carne o una destiladora portátil de ambrosía. Pero en realidad era una máquina de hacer pasta italiana, por el simple procedimiento de meterle harina y agua o huevo por un pasadizo de plástico transparente, poner el filtro según el tipo de pasta apetecida y esperar a que salieran las tiernas criaturas, y al adquirir la longitud deseada con un cuchillo bien afilado para irlas cortando y darles la belleza de la regularidad. Pasarse de agua o huevo podía significar una catástrofe y Carvalho comprobó la exactitud del medidor como si en ello fuera la salvación de un pueblo escogido. La máquina empezó a girar y a quejarse y cuando la pasta estuvo correctamente amasada, Carvalho retiró la compuerta de la esclusa y el glaciar de pasta pasó al pasillo de salida impulsado por un émbolo en espiral que la enfrento a la evidencia de filtro, a la fatalidad de la forma, sin respetar su voluntad de ser tagliatelle, spaghetti, lasagna, spaghettini o macarrones. Carvalho la esperaba con el cuchillo a punto y en cuanto los gusanillos tiernos alcanzaron la estatura de cuarenta centímetros los rebanó y cayeron agónicos en una fuente de duralex donde aún se permitieron algún retorcimiento antes de adquirir el rigor mortis que suelen tener todos los spaghettis tiernos o cocidos, a la espera del próximo genocidio perpetrado por Carvalho contra la cascada de gusanillos tenaces que volvía a salir de filtro prodigioso. El cuchillo en una mano y la otra palpando el montón de spaghettis que se iba formando, Carvalho experimentaba una emoción que él suponía similar a la de Dios cuando hizo evolucionar al rape y lo convirtió en el primate del que saldría el hombre.
Manuel Vázquez Montalbán.Los pájaros de Bangkok
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madison
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Re: Párrafos al azar

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Lezama era adicto a los efebos demorados, lánguidos, intelectuales. Era amante de la forma. Virgilio prefería a los hombres raudos, rudos del pueblo —guagüeros, porteros, serenos, varios vagabundos y tal vez un soldado con licencia— a los que pagaba religiosamente a pesar de su pobreza. No había amores para Virgilio: sólo la acción sexual, sodomía súbita y su costo. A veces Virgilio retenía o simulaba retener el pago ritual después del coito y él mismo confesaba que nada le daba más placer que el
frisson nouveau producido por la ira del amante alquilado todavía no pagado —”Nada de amante, niño”, revelaba Virgilio. “En realidad un bugarrón de mala muerte”— y verse a punto de recibir una paliza por simular no soltar las monedas amorosas, morosas. Dos incidentes revelan estas divergencias sexuales de los dos poetas. (Pero antes debo decir que Virgilio detestaba la idea de tener comercio —la palabra nunca fue más adecuada— carnal con cualquiera siquiera levemente en contacto con la cultura y así el día en que un amante inminente le confesó in passim que le gustaba leer libros, Virgilio abandonó airado el cuarto, todavía a medio vestir y desapareció ante el asombro de su amante por venir. “Los hombres de verdad no leen libros”, explicaba Virgilio. “La literatura es mariconería y para maricón, yo.”) En una ocasión extraliteraria, Virgilio levantó a un negro formidable en el Parque Central y juntos fueron a una infecta posada en la calle Amargura (sin símbolos) y entraron al edificio y al cuarto. Virgilio atravesaba una de sus muchas crisis económicas y comía mal y poco y estaba más flaco que acostumbraba, metafísico estáis casi. Se quitó la ropa lo más discretamente posible, ya en la cama, casi bajo la sábana y cubrió con ella sus desnudos huesos lo más rápido que pudo. El amante (“Un tronco de turco”) tarifado sospechó que había algo extraño en aquella desvestida pudorosa y poderoso vestido fue hasta la cama y de un manotazo arrebató la sábana a Virgilio —para descubrir el cuerpo más o menos magro del escritor anónimo. El dante se explayó en palabras soeces (“Cubrió mi cuerpo desnudo de oprobios”, contaba Virgilio, maestro de picarescas), en denuestos, en improperios: “¡Un esqueleto! ¡Un maricón esqueleto! ¡Un esqueleto de mierda!”, escandalizaba el ya no amante ante la visión desnuda, más sobreviviente de Buchenwald que Venus de Botticelli. Acto seguido el sodomita taxi, ofendido por haber sido presentado con huesos duros cuando esperaba nalgas propicias, un culo cómodo, glúteos máximos, se quitó el cinturón y atacó a
Virgilio a cintazos bestiales, salvajes, como de esclavo hecho amo. Finalmente, antes de irse, Némesis negra, buscó en los bolsillos del pantalón descartado inútilmente y dejó a Virgilio azotado y sin dinero — pero feliz en su coito sin pene con gloria.
Giollermo Cabrera Infante.-Vidas para leerlas
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madison
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Re: Párrafos al azar

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No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido.
Había esta habitación, de unos cuatro metros cuadrados, y la habitación contigua, pero al parecer no había más habitaciones en el piso superior; y como la planta baja resultaba demasiado reducida para alojar huéspedes, el lugar apenas podía llamarse una posada. Probablemente porque su secreto no lo permitía, el portal no ostentaba ningún letrero. Todo era silencio. Tras serle franqueado el portal cerrado con llave, el viejo Eguchi sólo había visto a la mujer con quien ahora estaba hablando. Era su primera visita. Ignoraba si se trataba de la propietaria o de una criada. Era mejor no hacer preguntas.
La mujer, baja y de unos cuarenta y cinco años, tenía una voz juvenil, y daba la impresión de haber cultivado especialmente una actitud seria y formal. Los labios delgados apenas se abrían cuando hablaba. No miraba a Eguchi con frecuencia. Algo en sus ojos oscuros minaba las defensas de éste, y parecía muy segura de sí misma. Preparó el té con una tetera de hierro sobre el brasero de bronce. Las hojas de té y la calidad de la infusión eran asombrosamente buenas para el lugar y la ocasión -con objeto de tranquilizar al viejo Eguchi. En la alcoba pendía un cuadro de Kawai Gyokudö, probablemente una reproducción, de una aldea de montaña al calor de las hojas otoñales. Nada sugería que la habitación albergara secretos insólitos.
-Y le ruego que no intente despertarla, aunque no podría, hiciera lo que hiciese. Está profundamente dormida y no se da cuenta de nada. – La mujer lo repitió-: Continuará dormida y no se dará cuenta de nada, desde el principio hasta el fin. Ni siquiera de quién ha estado con ella. No debe usted preocuparse.
Eguchi no mencionó las dudas que empezaban a acometerle.
-Es una joven muy bonita. Sólo admito huéspedes en quienes pueda confiar.
Cuando Eguchi desvió la vista, la fijó en su reloj de pulsera.
-¿Qué hora es?
-Las once menos cuarto.
-No me sorprende. Los caballeros ancianos gustan de acostarse pronto y levantarse temprano. Así pues, cuando quiera.
Yasunari Kawabata-La casa de las bellas durmientes
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madison
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Re: Párrafos al azar

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Cuando dicen que quieren ser médicos, ello significa que alguna vez vieron un bonito consultorio atestado de pacientes o una vitrina con curiosos instrumentos quirúrgicos, o algo por el estilo. Si hablan de la carrera diplomática, piensan en el brillo y la distinción de los salones internacionales. En suma, que eligen su profesión según el medio en el que les gustaría verse y según la pose que más les agradaría adoptar.
Ahora bien, el nombre de Kant siempre se había pronunciado ante Törless con el aire de estar hablando de un misterioso e inquietante santo. Y Törless no podía pensar sino que Kant había resuelto definitivamente los problemas de la filosofía y después de él la filosofía misma era una ocupación ociosa, sin finalidad, así como creía después de Schiller y Goethe ya no era lícito componer poesía.
En casa de sus padres, esos libros estaban en el armario de cristales verdes, en el cuarto de trabajo del consejero, y Törless sabía que ese armario no se abría nunca, salvo para mostrar algún libro a un visitante. Era como el santuario de una deidad a la que uno se acerca gustosamente y a la que venera sólo porque, ella existe, ya no necesita uno preocuparse por ciertas cosas.
Esa actitud frente a la filosofía y la literatura había ejercido una desdichada influencia en el desarrollo de Törless, y ella debía muchas horas tristes. Por esta causa, sus anhelos se desviaron de los objetivos más adecuados y quedaron – mientras Törless, privado de una meta natural, luchaba por encontrar otra – a merced de la brutal y decidida influencia de los compañeros.
Las tribulaciones del estudiante Törless.-Robert Musil
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Última edición por madison el 06 Dic 2022 14:58, editado 1 vez en total.
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isuhefu
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Re: Párrafos al azar

Mensaje por isuhefu »

madison escribió: 06 Dic 2022 14:24 [...]
En casa de sus padres, esos libros estaban en el armario de cristales verdes, en el cuarto de trabajo del consejero, y Törless sabía que ese armario no se habría nunca, salvo para mostrar algún libro a un visitante.
[...]
¿Esa "h" es un descuido puntual de una estimada y generosa forera que transcribe tecleando de un libro en papel o es algo que está así en un libro que debería estar revisado por profesionales? Por tenerlo claro, solo. :D
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madison
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Re: Párrafos al azar

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isuhefu escribió: 06 Dic 2022 14:34
madison escribió: 06 Dic 2022 14:24 [...]
En casa de sus padres, esos libros estaban en el armario de cristales verdes, en el cuarto de trabajo del consejero, y Törless sabía que ese armario no se habría nunca, salvo para mostrar algún libro a un visitante.
[...]
¿Esa "h" es un descuido puntual de una estimada y generosa forera que transcribe tecleando de un libro en papel o es algo que está así en un libro que debería estar revisado por profesionales? Por tenerlo claro, solo. :D
Fantástico comprobar que hay alguien que lee lo que una pone. Muchas gracias @isuhefu !!!
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isuhefu
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Re: Párrafos al azar

Mensaje por isuhefu »

Por supuesto que te leo, @madison. Es un lujo, además.
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madison
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Re: Párrafos al azar

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Gracias!! Bien, resulta que el párrafo lo tengo guardado de hace mucho, seguro fui yo y mi lapsus, porque el libro lo tengo en catalán en una edición muy antigua. En cualquier caso, ya lo he modificado 😀
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madison
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Re: Párrafos al azar

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Antonina Golovina tenía ocho años cuando fue deportada, junto con su madre y dos hermanos menores, a una «colonia especial» de exilio penal en la remota región de Altai, en Siberia. Su padre había sido arrestado y sentenciado a tres años en un campo de trabajo por su condición de kulak o campesino rico, durante la colectivización de la aldea del norte de Rusia donde vivían, y desde entonces la familia había perdido su casa, las herramientas agrícolas y el ganado, que pasaron a ser propiedad de la granja colectiva. La madre de Antonina sólo tuvo una hora para empaquetar sus últimas pertenencias antes del largo viaje a Siberia. El hogar en que los Golovin habían vivido durante generaciones fue destruido, y el resto de la familia se dispersó: los hermanos y hermana mayores de Antonina, sus tíos y tías, huyeron en todas direcciones para evitar ser arrestados, pero la policía los atrapó a casi todos y también fueron exiliados a Siberia, o enviados a trabajar a los campos del Gulag, y muchos desaparecieron para siempre.
Antonina pasó tres años en la «colonia especial», un campo de explotación forestal con cinco barracones de madera situados junto a un río, donde fueron alojados mil kulaks con sus familias. Dos de los barracones fueron sepultados por la nieve el primer invierno, y muchos de los prisioneros tuvieron que vivir en hoyos excavados en la tierra helada. No recibían aprovisionamiento, ya que la colonia estaba aislada por la nieve, por lo que la gente tuvo que vivir de los alimentos que habían traído de sus granjas. Murieron tantos de hambre, de frío y de tifus, que muchos no pudieron ser sepultados; sus cadáveres fueron apilados al aire libre para que se congelaran hasta que llegara la primavera, cuando por fin los arrojaron a las aguas del río.
Los que susurran.-Orlando Figes
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Re: Párrafos al azar

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..En otra tienda habían puesto un vestido muy largo encima de una mecedora. Una etiqueta en la que se había clavado un alfiler estaba junto al vestido en el asiento de la mecedora. Bloch no tenía muy claro si el precio se refería a la silla o al vestido; probablemente uno de los dos no estaba a la venta. Se quedó parado allí delante hasta que esta vez también salió alguien a preguntarle. Él preguntó a su vez; le contestaron que seguramente el alfiler de la etiqueta se había caído del vestido, pero desde luego era evidente que la etiqueta no podía ser de la mecedora; por supuesto, era de propiedad privada. Solamente había querido informarse, dijo Bloch, que ya se iba. Le gritaron dónde podría encontrar ese mismo modelo de mecedora. En un café preguntó el precio de la máquina tocadiscos. No era suya, dijo el dueño, solamente era prestada. No se había referido a eso, contestó Bloch, sólo quería saber el precio. Únicamente se quedó satisfecho cuando el dueño le dijo el precio. Pero no estaba seguro, dijo el dueño. Entonces Bloch empezó a preguntar sobre otros objetos del establecimiento pues el dueño tenía que saber sus precios, ya que eran de su propiedad. Después el dueño empezó a hablar de los baños públicos, cuyo costo de construcción había excedido con mucho el presupuesto inicial. «¿En cuánto?», preguntó Bloch. El dueño no lo sabía. Bloch se impacientó. «¿Y a cuánto ascendía el costo del presupuesto inicial?», preguntó Bloch. El dueño tampoco pudo contestar esta vez. De cualquier manera, en la primavera pasada había sido encontrado un muerto en una cabina, que probablemente había pasado allí todo el invierno. Tenía la cabeza metida en una bolsa de plástico. El muerto había resultado ser un gitano. En la región había algunos gitanos sedentarios; se habían construido unas casitas en el linde del bosque con la indemnización de daños y perjuicios que habían recibido por su detención en los campos de concentración. «Por lo visto, por dentro las tienen muy limpias», dijo el dueño. Los policías, que con motivo de la búsqueda del escolar desaparecido habían interrogado a los habitantes de las casitas, se habían quedado sorprendidos al ver el suelo recién fregado y en general el orden existente en el interior. Pero precisamente ese orden, siguió diciendo el dueño, no había hecho más que agravar las sospechas; pues seguramente los gitanos no hubieran fregado el suelo de no haber tenido un motivo. Bloch no desistió en su propósito y preguntó si habían tenido suficiente con la indemnización para la construcción de los alojamientos. El dueño no podía decir a cuánto se había elevado la indemnización. «Por entonces los materiales de construcción y los obreros eran aún baratos», dijo el dueño...
El miedo del portero al penalti.-Peter Handke
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Re: Párrafos al azar

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..En otra tienda habían puesto un vestido muy largo encima de una mecedora. Una etiqueta en la que se había clavado un alfiler estaba junto al vestido en el asiento de la mecedora. Bloch no tenía muy claro si el precio se refería a la silla o al vestido; probablemente uno de los dos no estaba a la venta. Se quedó parado allí delante hasta que esta vez también salió alguien a preguntarle. Él preguntó a su vez; le contestaron que seguramente el alfiler de la etiqueta se había caído del vestido, pero desde luego era evidente que la etiqueta no podía ser de la mecedora; por supuesto, era de propiedad privada. Solamente había querido informarse, dijo Bloch, que ya se iba. Le gritaron dónde podría encontrar ese mismo modelo de mecedora. En un café preguntó el precio de la máquina tocadiscos. No era suya, dijo el dueño, solamente era prestada. No se había referido a eso, contestó Bloch, sólo quería saber el precio. Únicamente se quedó satisfecho cuando el dueño le dijo el precio. Pero no estaba seguro, dijo el dueño. Entonces Bloch empezó a preguntar sobre otros objetos del establecimiento pues el dueño tenía que saber sus precios, ya que eran de su propiedad. Después el dueño empezó a hablar de los baños públicos, cuyo costo de construcción había excedido con mucho el presupuesto inicial. «¿En cuánto?», preguntó Bloch. El dueño no lo sabía. Bloch se impacientó. «¿Y a cuánto ascendía el costo del presupuesto inicial?», preguntó Bloch. El dueño tampoco pudo contestar esta vez. De cualquier manera, en la primavera pasada había sido encontrado un muerto en una cabina, que probablemente había pasado allí todo el invierno. Tenía la cabeza metida en una bolsa de plástico. El muerto había resultado ser un gitano. En la región había algunos gitanos sedentarios; se habían construido unas casitas en el linde del bosque con la indemnización de daños y perjuicios que habían recibido por su detención en los campos de concentración. «Por lo visto, por dentro las tienen muy limpias», dijo el dueño. Los policías, que con motivo de la búsqueda del escolar desaparecido habían interrogado a los habitantes de las casitas, se habían quedado sorprendidos al ver el suelo recién fregado y en general el orden existente en el interior. Pero precisamente ese orden, siguió diciendo el dueño, no había hecho más que agravar las sospechas; pues seguramente los gitanos no hubieran fregado el suelo de no haber tenido un motivo. Bloch no desistió en su propósito y preguntó si habían tenido suficiente con la indemnización para la construcción de los alojamientos. El dueño no podía decir a cuánto se había elevado la indemnización. «Por entonces los materiales de construcción y los obreros eran aún baratos», dijo el dueño...
El miedo del portero al penalti.-Peter Handke

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Re: Párrafos al azar

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Ni siquiera ha crecido la hierba. No se puede ser vagabundo y artista y al mismo tiempo un burgués sano y cuerdo. Si quieres embriaguez, ¡Acepta también la resaca! Si quieres sol y bellas fantasías, ¡Acepta también la suciedad y el hastío! Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia mortal. ¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar! ¡Cuánto has mentido! ¡Cuántos miles de veces, incluso en tus libros y poesías, has fingido ser el armonioso y sabio, el feliz, el iluminado! ¡Lo mismo han fingido ser los héroes al atacar en la guerra, mientras las entrañas temblaban! ¡Dios mío, qué siniestro y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!
Hermann Hesse-El caminante
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Re: Párrafos al azar

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"Perder el pie, el piso, la cadencia del salto; quedarse parado en la azotea. Sí. Así. Solos en la azotea, entre ropa tendida como cuerpos exangües y todas las viejas cosas de las que te desprendes porque no quieres ver lo que pasó, pero las guardas, las metes en cofres, en cajitas, hasta en bolsas de plástico. Las guardas.
Lo que pasó es sencillo. Te equivocaste. Perdiste el pie, el piso, la cadencia del salto y viniste a parar hasta esta isla suspendida en el azul blanquísimo de una tarde brillante: esta eterna azotea. "
Malva Flores.-Azoteas
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Re: Párrafos al azar

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Tres tipos de obstáculos se oponen a la libre elección y actuación del hombre. Ante todo están las leyes físicas, a cuyos inexorables mandatos debe acomodar el individuo su conducta si desea sobrevivir. Después vienen las circunstancias constitucionales, propias y características de cada sujeto y su personal adaptación al influjo del medio; tales circunstancias, indudablemente, influyen sobre el individuo, haciéndole preferir determinados objetivos y específicos medios, si bien nuestra información es aún poca acerca de cómo todo ello opera. Tenemos, por último, la regularidad de las relaciones de causalidad entre medios y fines; estamos ahora en la esfera de las leyes praxeológicas, que nada tienen que ver con las leyes físicas ni con las fisiológicas antes mencionadas.
El estudio de estas leyes praxeológicas constituye el objeto propio de nuestra ciencia y de su rama hasta el momento mejor desarrollada, la economía. El saber acumulado por la ciencia económica forma parte fundamental de la civilización: es el basamento sobre el que se han edificado el moderno industrialismo y todos los triunfos morales, intelectuales, técnicos y terapéuticos alcanzados por el hombre a lo largo de las últimas centurias. El género humano decidirá si quiere hacer uso adecuado del inapreciable tesoro de conocimientos que este acervo supone o si, por el contrario, prefiere no utilizarlo. Si los hombres deciden prescindir de tan espléndidos hallazgos y menospreciar sus enseñanzas, no por ello ciertamente desvirtuarán la ciencia económica; se limitarán a destruir la sociedad y el género humano. "
La acción humana.-Ludwig von Mises
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Re: Párrafos al azar

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Mary Lamb había observado con interés la lenta decadencia de su padre. Éste había sido un hombre de negocios rápido y eficaz en sus tratos con el mundo. Había dirigido sus asuntos como si estuviera en guerra con un enemigo invisible y cada noche regresaba a la casa de Laystall Street con actitud triunfal. Sin embargo, un anochecer retornó con la mirada demudada por el terror y se limitó a comentar que no sabía dónde había estado. Poco a poco empezó a desvariar. Había sido el padre de Mary; más tarde se convirtió en su amigo y, finalmente, en su niño. En apariencia, Charles Lamb no hacía caso del estado de su padre; lo evitaba siempre que podía y no hacía el menor comentario sobre su creciente incapacidad. Cada vez que Mary planteaba el tema, Charles la escuchaba con paciencia, pero no decía nada. Se negaba a abordar el problema.
A la espera del ponche de huevo, el señor Lamb se frotó las manos con impaciencia.
En cuanto su madre abandonó la estancia, Mary tomó asiento junto a su padre en el desteñido diván verde.
—Papá, ¿has cantado durante el oficio?
—El ministro se equivocó.
—¿En qué?
—En Worcestershire no hay conejos.
—¿No hay conejos?
—No... y tampoco panecillos.
La señora Lamb gustaba de pensar que había sabiduría en las divagaciones de su esposo, pero Mary sabía que no era así. De todos modos, ahora su padre le interesaba más que nunca; sentía curiosidad por las frases extrañas y azarosas que emitía. Era como si el idioma hablase por sí mismo.
—Papá, ¿tienes frío?
—Sólo ha habido un error en las cuentas.
—¿Supones que es eso?
—Un día memorable.
La señora Lamb regresó con un cuenco de ponche de huevo.
—Mary, querida, impides que el calor del fuego llegue a tu padre.
—La señora Lamb permanecía eternamente atenta, como si alguna cosa en este mundo estuviese intentando sin cesar eludirla—. ¿Dónde se ha metido tu hermano?
—Está leyendo.
—¡Vaya sorpresa! Señor Lamb, bebe con cuidado. Mary, ayuda a tu padre.
A Mary su madre no le caía demasiado bien. Era una mujer inquisitiva y fisgona o, al menos, eso le parecía; consideraba que su estado de alerta era una forma de hostilidad. En ningún momento se le cruzó por la cabeza la posibilidad de que se tratase más bien de una variante del miedo. "
Los Lamb de Londres.-Peter Ackroyd
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