El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Irineo o el escapista onírico



Pájaro de Pan.jpg


Me llamo Irineo, voy a cumplir cien años y dicen que estoy loco. Pero yo sé que los locos son ellos. El día que estén bajo tierra y se los coman los gusanos, ya no serán nadie. Yo, en cambio, me escaparé a Pan y allí seguiré siendo Irineo.

Dicen que en el parto, después de sacar la cabeza y abrir los ojos, en vez de llorar como el resto de los niños, lo primero que hice fue sonreír. No he dejado de hacerlo, ni siquiera ahora que vivo encerrado en este manicomio. Cuando los loqueros me van a poner la camisa de fuerza, estiro los brazos y les sonrió. Ellos me miran con cierto desprecio y me dicen que estoy como una regadera. Pero yo me callo porque no quiero que descubran mi secreto.

Mi padre era pescador y no lo conocí porque su barco se hundió justo el día de mi nacimiento. Según mi madre, nos cruzamos en el camino, él yéndose y yo llegando; por eso, en vez de nacer llorando, nací sonriendo. No sé si será cierto porque de ese día no tengo recuerdos. De lo que si me acuerdo es del abuelo: de su barba blanca, de sus ojos azules y, sobre todo, de su voz leyéndome cuentos.

El abuelo era maestro de escuela y se pasaba los días enseñando a los niños a leer, a escribir y a hacer cuentas. Pero sabía muchas otras cosas. Como que Irineo significa «el pacífico» o «el portador de la paz». Por eso, al enterarse de que lo primero que hice al nacer fue sonreír, le dijo a mi madre que me tenía que llamar Irineo. Yo lo admiraba mucho y, como no quería defraudarlo, decidí convertirme en alguien digno de tener ese nombre.

Además de leerme cuentos, el abuelo me hacía juegos de magia. Lograba que las cosas aparecieran y desaparecieran de sus manos sin que yo supiera cómo. Lo malo fue que un día quien despareció fue él. Supuse que se habría extraviado haciendo uno de sus juegos mágicos y que encontraría el camino de vuelta gracias a algún otro mago. Así que, cada vez que un circo plantaba su carpa a la salida del pueblo, le pedía a mi madre dinero para la entrada y presenciaba la función convencido de que sería testigo de su reaparición.

Los magos de los circos que iban a mi pueblo nunca eran muy buenos y yo llegué a creer que esa era la causa de que el abuelo no consiguiera regresar. Por eso, cuando vi en el tablón de anuncios del ayuntamiento un cartel anunciando la actuación del gran Houdini, el corazón me dio un vuelco. Actuaba, además, justo el día en que yo iba a cumplir siete años. Así que regresé a casa corriendo y le dije a mi madre que, como regalo de cumpleaños, quería que me llevara a ver al rey del escapismo.

La actuación era en la capital y fuimos en tren. Era la primera vez que salía del pueblo y estaba muy nervioso. Pero en cuanto apareció al mago en el escenario los nervios dieron paso al entusiasmo. Lo que más asombro me produjo fue ver cómo se escapaba de una camisa de mangas larguísimas que un ayudante le había anudado a la espalda. Cuando acabó la actuación, yo estaba eufórico y le prometí a mi madre que, de mayor, sería escapista y encontraría al abuelo.

Desde entonces he visto actuar a los mejores magos del mundo y he leído multitud de libros de escapismo porque quiero encontrar la forma de traerlo de vuelta. A la gente le asusta lo que no entiende y por eso, cuando digo que algún día haré que el abuelo regrese, dicen que estoy loco. Lo que no saben es el gran favor que me han hecho encerrándome en este manicomio. Si no lo hubieran hecho, seguramente no habría encontrado aún el camino de Pan.

Tengo que reconocer que lo descubrí de chiripa, gracias a un arrebato de ira. No sé qué me pasó ese día para que yo, siempre tan pacífico para no defraudar al abuelo, me enfureciese de tal modo que, por una vez, hasta yo mismo pensé que estaba loco de verdad. Pero, en cuanto me di cuenta de que la camisa que me querían poner los carceleros era como la del rey del escapismo, se me pasó el enfado y dejé de oponer resistencia.

Aunque siempre haya sabido que me tachan de loco por decir la verdad, hasta entonces nunca había mentido. Aquel día, en cambio, me dejé inmovilizar a posta y luego intenté liberarme poniendo en práctica todas las técnicas de escapismo que había aprendido. Mi intención era emular lo que de niño había visto hacer al maestro Houdini. Pero me hice un lío con las mangas y, después de forcejear un buen rato sin éxito, me quedé dormido. Y fue así, en sueños, cómo llegué por primera vez a Pan.

Es mi secreto, solo se lo he contado a Alicia. Ella es la única amiga que tengo aquí dentro y tampoco esté loca. Le gusta ver cómo se tiñen de rojo las cosas con su sangre y, como a la gente le asusta verla herida, también la han encerrado. Es muy espabilada y se dio cuenta enseguida de que no me resistía cuando intentaban ponerme la camisa. Me preguntó que por qué era tan manso y no me rebelaba como el resto de los locos. Dudé si decirle o no mi secreto, pero al final se lo conté porque es una buena amiga y no quiero que, cuando se muera, acabe convertida en nadie como todos los demás.

La primera vez que estuve en Pan, me llamó mucho la atención que en la calle fuese noche cerrada y se escuchara el ulular de los cárabos y el aleteo de las zumayas; mientras que en el interior de las casas había luz y se veían pasar bandadas de pájaros. Nunca antes había estado en un lugar así y me encontré tan a gusto que hubiera preferido no regresar. Pero por la mañana los carceleros me incorporaron para desatarme las mangas de la camisa y, cuando me desperté, de nuevo me encontraba en el manicomio.

El camino a Pan está lleno de recovecos y de encrucijadas en los que uno se puede perder. Nunca me he perdido, ni siquiera la primera vez. Supongo que gracias a lo mucho que sé de escapismo. Alicia, en cambio, no es una escapista sino una suicida y, por eso, la primera vez la llevé de la mano para que no se perdiera. Pero, como es muy observadora, aprendió enseguida el camino y hace ya mucho tiempo que va sola. El que necesitará muy pronto ayuda para no perderse soy yo: me estoy quedando ciego.

Fue una suerte que la casa de enfrente a la mía estuviera vacía. Me gusta que Alicia y yo seamos también allí vecinos. Su casa es preciosa: tiene un riachuelo que corre por en medio de un soto lleno de pájaros cantores; y por su cielo, siempre azul, pasa una multitud de aves migratorias. Mi casa no es tan bonita, pero yo la prefiero. Nada más entrar hay una cúpula muy alta cuyo techo es un firmamento siempre estrellado; el resto de la casa está ocupado por una cueva, muy larga y soleada, de la que no paran de salir pájaros.


AP-20_thumb[3].jpg


Cuando me escape definitivamente del manicomio, espero dejar también atrás la ceguera. Sería una pena no poder ver las estrellas de la entrada de mi casa ni los pájaros que salen de continuo de la cueva. Es tan larga que los loqueros me despiertan siempre antes de haber tenido tiempo de recorrerla entera. Tiene que tener otra entrada: ¿cómo explicar, si no, las bandadas de pájaros que nunca dejan de salir de ella? Aunque no sepa de dónde vienen ni a dónde van, me encanta tumbarme en el suelo bocarriba a verlos pasar.

Cuando le hablé a Alicia de la Casa de las Gorgonias, le extrañó que siendo tan bonita estuviera aún deshabitada. Le expliqué que era por culpa las plantas trepadoras que recubren sus muros. Los habitantes de Pan no creen en los pájaros de malagüero, pero sí en las plantas con mal fario; y entre ellas, las gorgonias tienen una fama pésima. Además, aunque sea un lugar maravilloso, en Pan hay muchas viviendas vacías porque se halla en el centro de un laberinto que solo consiguen recorrer con éxito los buenos escapistas.

Todavía no he visto en Pan al abuelo ni tampoco a Houdini. Seguro que me acabaré cruzando con ellos, es cuestión de tiempo. Pero necesito que mis visitas sean más largas porque allí, en cuanto se pone un pie en la calle, los rostros se desdibujan y es muy difícil reconocer a la gente. Para más inri, en Pan el cuerpo pesa mucho menos y, como es más complicado caminar, la gente es reacia a salir de casa; y como en la calle siempre es noche cerrada, también es más esquiva.

Estoy ya tan cansado que me paso la mayor parte del tiempo acostado en la cama. Debajo del colchón tengo escondidos varios libros de escapismo y me podría entretener releyéndolos, si no fuera porque no veo bien las letras ni siquiera con ayuda de la lupa. Mi único entretenimiento es, pues, cerrar los ojos y soñar despierto. Me gusta imaginarme que ya estoy de forma definitiva en Pan y me dispongo a recorrer entera la cueva de mi casa. Comienzo a caminar y, en cuanto escucho el aleteo de los pájaros, levanto la vista y los veo alejarse volando en sentido contrario al mío. No sé a dónde van, pero me consuela pensar que muy pronto sabré de dónde vienen…

De esta forma, soñando despierto como ahora, alguna vez he llegado ya al final del túnel y he visto una inmensa planicie de agua verde. En la orilla hay un pequeño embarcadero y en la lejanía creo ver una embarcación. Si miro con los prismáticos, distingo en su cubierta la silueta de varias personas. A veces me da por pensar que son pescadores y que uno de ellos es mi padre. Cuando eso ocurre, me siento en el embarcadero a esperar que regrese. Y me digo que esta vez, además de sonreírle, le voy a decir que soy su hijo y que me llamo Irineo.

Embarcadero.jpg


Aunque el abuelo se pasara los días enseñando a los niños a leer, a escribir y a hacer cuentas, sabía muchas otras cosas. Como eso de que, cuando nos morimos y nos incineran o nos comen los gusanos, ya no somos nadie. Me dijo que hay que escaparse del cuerpo antes porque, una vez se agusana o se convierte en cenizas, ya no hay escapismo que valga. Me contó, además, que Jesús, el mejor escapista de todos los tiempos, necesitó tres días enteros para liberarse del sudario y escapar de la tumba. Y si él, en la plenitud de la vida tardó tres días, yo, casi centenario y casi ciego, voy a necesitar mucho más tiempo.

Alicia ya sabe que deseo morir en Pan y me ha prometido ayudarme. Es un gran alivio poder contar con ella porque cada vez tengo menos fuerzas y, aunque simulo que me enfurezco, cuando estiro los brazos para que me pongan la camisa, a los loqueros les da pena inmovilizarme. Ella me ha dicho que lo tiene todo listo y que, en cuanto se lo diga, me dará un buen puñado de píldoras azules. Mi único temor es que, como es suicida y no escapista, no calcule bien la dosis y se pase. Sería un desastre que, por morirme demasiado deprisa, se frustre la que va a ser la escapada más importante de toda mi vida.

Si todo sale bien, mi centésimo cumpleaños lo pienso pasar en Pan. Tengo planeado acudir al embarcadero y esperar allí la llegada de la embarcación que se ve a lo lejos. Hay días en los que tengo la sensación de estar a orillas del mar viendo el barco de mi padre; otros, en cambio, creo estar al borde de la laguna Estigia contemplando la barca de Caronte. El abuelo me contó que Caronte es el barquero encargado de cruzar las almas de los muertos de una orilla a la otra. Yo no me pienso embarcar sin haber encontrado antes al abuelo y haberle dicho que siempre me he comportado de acuerdo con el nombre que me puso. Ni tampoco sin haber visto de nuevo a mi padre y haberle dicho que soy su hijo y me llamo Irineo.

Hay días en los que me siento tan a gusto imaginándome estas cosas que me digo que, si el agua verde que hay al final de la cueva es la laguna Estigia, Pan debe estar en la orilla a la que Caronte lleva las almas de los bienaventurados. De ser así, a lo mejor no me he cruzado aún con el abuelo ni con Houdini en las calles de Pan porque ellos no han llegado todavía. Y si yo he llegado antes ha tenido que ser gracias a que las píldoras azules me han hecho dar con un atajo.

¡Menuda chamba he tenido! Porque, si la gente no hubiera pensado que estoy loco, no me habrían encerrado en este manicomio; y sin las pastillas que me dan los loqueros, no habría descubierto nunca ese laberinto, lleno de encrucijadas y recovecos, que me ha permitido atajar hasta Pan por tierra. Habría sido para mí muy duro estar a punto de cumplir cien años y casi ciego sin saber que en Pan me aguarda una casa en la que me puedo tumbar bocarriba a contemplar el cielo estrellado o a ver pasar los pájaros que no paran de salir de la cueva…

Voy a hablar con Alicia hoy mismo para que sepa que quiero convertirme en centenario sentado en el embarcadero de Pan. Espero que esta vez mi regalo de cumpleaños sea la llegada de mi padre o del abuelo. No sé cuál de ellos llegará el primero en la barcaza que, cuando cierro los ojos y sueño despierto, veo en la lejanía. Pero, sea quien sea el que llegue, después de tantos años, no creo que me reconozca. Así que, además de darle la bienvenida con una sonrisa, le pienso decir que soy Irineo y que acabo de cumplir cien años.

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La Casa de las Gorgonias :party: Irineo o el escapista onírico

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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luchana
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por luchana »

Gracias Jiguero por ese relato tan bonito.
Perdón por los laísmos y los leísmos y tildes diacríticas omitidas
¿Me enseñas donde está la Estrella Polar?
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

luchana escribió: 05 Sep 2024 12:46 Gracias Jiguero por ese relato tan bonito.
Gracias a ti por leerlo.

Imagino que ya estarás de vuelta de tu estancia veraniega en tu tierra natal. Dicen que este verano ha sido el más cálido desde que hay registros, pero aquí no ha sido tan duro como el pasado.


La Casa de las Gorgonias :party: Irineo o el escapista onírico

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