Bueno, voy a contar algo del concierto del 1 de octubre de Paul aquí.
Fui sola, como siempre, y está vez fui a platea numerada, ya no cancha, es matador estar en esa locura de gente toda apretada, cantando y bailando en medio centímetro cuadrado.
En todos los conciertos en que lo vi, cantó dos horas y media, en Sao Paulo fueron 2:49 y en este fueron 3:15 o un poquito más. Parece un adolescente en el escenario y cada vez está más simpático, porque se anima a decir más frases en castellano, las cuales están escritas en papeles pegados en el piso y en el asiento del piano. Por supuesto contó en español su famoso verso de los conejos,
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La octava vez que lo veo, y si bien en Sao Paulo me encontré con cuatro beatlemaníacos, no eran uruguayos, pero en este me encontré con una chica beatlemaníaca que también fue sola y sabía mucho de Paul, no tanto de Los Beatles, ella amaba a Paul. Hablamos mucho esperando que empezara y nos sentimos muy unidas, una chica muy simpática.
A las nueve en punto se apagaron las luces y salió Él al escenario, pero no fue como en Brasil; tanto en Río de Janeiro que fue la primera vez que lo vi allá por 1989, como en Sao Paulo, la gente enloquece, pero enloquece de verdad. Los braslieños son muy de mostrar sus sentimientos, muy alegres y super gritones.
Aquí, en Uruguay y en Argentina, el público es diferente, aplauden, gritan lo necesario y después se callan para escucharlo cantar. A decir verdad, me gusta más así, por más que lo adore, claro que grito, pero con discreción y la otra chica igual.
No nos sentamos nunca, bailamos y cantamos todo el show, terminamos agotadas y Paul estaba para hacer otro toque, es impresionante la vitalidad de este hombre a sus ochenta y dos años.
Cuando empezó el final con el enganche de los tres temas famosos de Abbey Road, pensé en que sí, esta vez era la última, un hermoso regalo y comencé a llorar, todo empeoró cuando me di cuenta de que llegaría a casa y mi mamá no estaría para contarle todo y ahí se me vino el mundo abajo, lloré como nunca abrazada de mi nueva amiga que también lloraba a mares.
La parte de los láser fue impresionante, en Sao Paulo no fue tan majestuoso, aquí parecía algo de otro planeta, los fuegos artificiales, los láser junto con otras luces impresionantes que no sé cómo se llamarán, le dieron el toque a Live and Let Die, un tema de Wings de lo mejor de Paul, además comenzaron a aparecer drones con lucecitas de colores, pero eran tan minúsculos que parecían bichitos de luz. Todo se venía abajo, el escenario, los cantantes y mi amado Paul que le dio una polenta a la canción como nunca lo había visto antes, y enloquecimos, todos enloquecimos, fue grandioso.
Terminado el show, nos sentamos a llorar, de a poco nos fuimos calmando y no nos queríamos ir, era como que ya está ya fue demasiado, no más Paul, aunque él al despedirse dijo: "Hasta la próxima".
Comenzamos a caminar en medio de cuarenta mil personas, silenciosas, siempre pasa en todos los conciertos que vi de Paul, la gente se va en un silencio absoluto, la emoción de ver a este hombre tan carismático, simpático y genio de los genios, es tremenda, al punto de que no es posible hablar después de verlo.
Nos despedimos con mi nueva amiga, íbamos para lugares diferentes y al tomar el Uber se me caían las lágrimas, en casa estaba Lodi, mi perrita esperándome ansiosa, solo ella, eso me dolió muchísimo, la primera vez que llegaba de ver a Paul y no poder contarle a mi madre hasta los pormenores de lo que viví...
Eso es todo, como digo, un regalo que me hizo porque pensé que en Sao Paulo sería la última vez que lo vería,
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