Ceinwyn, ese amanecer tuyo, nuestro, me ha llevado al comienzo de la música del western
La muerte tenía un precio, compuesta por Ennio Morricone, no sé por qué. ¿Tú sabes por qué, o tampoco?
El caso es que ya no queda nada. La cafetera de émbolo estaba llena, con una infusión de (leo de la etiqueta de la bolsa de plástico donde guardo esta infusión)
Té oolong jengibre. Lleva ese tipo de té, y también jengibre, canela, pimienta rosa, cúrcuma y aroma de nata. Tengo una caja de esparto llena de bolsas llenas de hierbas, de todo tipo. Zarzaparrilla, regaliz, anís estrellado y en grano, tés y rooibos diversos, tomillo, hierbabuena, azahar, malva, hinojo. No sé, tengo más. Y por el jardincillo crece libre la melisa, mucha, que huele a limón. Corto las hojas de melisa y hago infusión, o las meto en la jarra de agua. En la taza había metido una manzana cortada en pedazos (a veces pongo también una pera así, pero esta vez no), un puñado generoso de avellanas (podría haber elegido otros frutos secos) y unas pasas (a veces pongo arándanos deshidratados, pero esta vez han sido pasas). Esto me lo enseñó una amiga. Las cosas hacen más rica la infusión y la infusión hace más ricas las cosas. Pero ya no queda nada, me lo he bebido/comido todo mientras leía el libro de la japonesa. Después de trabajar unas horitas desde las siete, eso también.
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